Entrenar como un humano del paleolítico ayuda a ser mejor atleta
Un trabajo de revisión en la revista Sports Medicine concluye que el estilo de vida de nuestros ancestros ayudaría a los deportistas modernos a mejorar sus adaptaciones al entrenamiento y aumentar el rendimiento.
Cada cuatro años, en los juegos olímpicos participan unos 10.000 hombres y mujeres que dedican varios años al entrenamiento físico para lograr que su rendimiento sea el mejor posible en el momento de la competición.
Aunque cada atleta se prepara específicamente para las demandas fisiológicas de su prueba, todos tienen una característica en común: son Homo sapiens. Es decir, comparten un genoma que es el resultado de la evolución y que escapa a su control individual.
Investigadores de la Universidad Católica de Brasilia (Brasil), la del País Vasco y la de A Coruña, junto con la investigadora independiente Laurinda Abreu, han publicado un artículo en la revista Sports Medicine en el que afirman que cuanto más parecido sea el estilo de vida del deportista moderno al de sus antepasados, las adaptaciones al entrenamiento serán mejores y, por lo tanto, el rendimiento también.
“El entrenamiento de un deportista no se puede alejar mucho de las exigencias competitivas; sin embargo, sí se pueden hacer modificaciones en el estilo de vida y en el entrenamiento que afectarán positivamente a su adaptación fisiológica, ya que su genoma está más adaptado al estilo de vida ancestral”, declara a SINC Daniel Boullosa, profesor e investigador de la Universidad Católica de Brasil y autor principal del estudio.
Debido al curso de la evolución, los cambios genéticos ocurren muy lentamente en el Homo sapiens, mientras que la actividad física y los hábitos alimentarios han experimentado cambios muy rápidos en pocos siglos.
“Presentamos pruebas científicas que apoyan la validez de este modelo. El patrón ancestral al que nos referimos en el estudio se caracteriza, entre otras muchas cuestiones, por la prevalencia de actividades diarias prolongadas de actividad física de baja intensidad, intercaladas con esfuerzos periódicos muy intensos de corta duración”, explica Boullosa.
En la actualidad Adrián Varela-Sanz, coautor de esta investigación, está analizando los resultados para crear un modelo y comparar dos entrenamientos de fuerza y resistencia de carga similar y corta duración, pero con una organización diferente.
“Nuestra especie (Homo Sapiens) y, por lo tanto nuestro genoma, son los mismos desde hace 200.000 años. En cambio, lo que sí ha cambiado es el entorno y las condiciones para la supervivencia, por lo que hay un desajuste grande entre nuestra carga genética, que está adaptada a unas exigencias determinadas favorecidas por la evolución durante millones de años, y el estilo de vida actual”, apunta el investigador.
Falta de oxígeno y alimentación irregular
Según detallan los científicos, se sabe que nuestros ancestros homínidos vivieron predominantemente en condiciones de hipoxia moderada –menor presión de oxígeno– entre 1.000 y 2.000 metros de altitud, mientras que el consumo de carbohidratos en la dieta era probablemente menor que en la actualidad.
“Existen evidencias científicas que sugieren que vivir en condiciones de hipoxia mejora los resultados principalmente en deportes de resistencia, aunque también hay ya algunas pruebas en deportes de equipo. Otro ejemplo se refiere al ayuno y al entrenamiento”, añade.
Aunque está comprobado que el carbohidrato en la dieta es importante para responder a las demandas físicas de deportes muy intensos, también se ha demostrado que la señalización molecular necesaria para la adaptación muscular es mayor cuando se entrena con poca carga de carbohidrato en determinadas circunstancias.
“Esto se puede entender si nos fijamos en que la dieta de nuestros ancestros siempre fue muy irregular, ya que pasaban de épocas de abundancia a épocas de hambre con mucha frecuencia”, asegura el científico.
Respecto a los deportistas de resistencia, los investigadores destacan que cada vez está más aceptada la mayor efectividad del entrenamiento polarizado, en el que se entrena principalmente a baja intensidad (80%), a pesar de que las demandas competitivas sean a intensidades superiores.
“En este sentido, una estrategia muy interesante para adaptar este concepto a los deportes intermitentes, como el fútbol o el tenis, sería controlar que fuera del entrenamiento regular se practique un ocio activo de baja intensidad, sin pasar muchas horas sentados o tumbados, para favorecer las adaptaciones fisiológicas del entrenamiento específico”, concluye Boullosa.
Referencia bibliográfica:
Daniel A. Boullosa, Laurinda Abreu, Adrián Varela-Sanz, Iñigo Mujika. “Do Olympic Athletes Train as in the Paleolithic Era?” DOI 10.1007/s40279-013-0086-1