“Robin Hood se cree que fue el primer hombre que asumió un halo de virtud practicando la caridad con la riqueza de la que no era dueño, regalando bienes que él no había producido, y haciendo pagar a otros el lujo de su piedad.
Es el símbolo de que la necesidad, y no el logro, es la fuente de todo derecho, de que no tenemos que producir sino solo desear, de que no es lo ganado lo que nos pertenece sino aquello que no hemos ganado. Se convirtió en justificación de los seres mediocres que, incapaces de ganarse la vida, exigen el poder de apoderarse de la propiedad de sus mejores, proclamando su voluntad de dedicar la vida a sus inferiores, al precio de robar a quienes están por encima de ellos.” (Ayn Rand, “La Rebelión de Atlas”).
Como bien se sabe por parte de quienes están suficientemente informados acerca de las diversas ideologías políticas, los «progresistas» de todas las naciones ansían sustituir el capitalismo por alguna forma de socialismo o colectivismo. Menosprecian la propiedad privada de los medios de producción y la economía de mercado, y defienden con entusiasmo métodos centralizados planificación y de gestión económica. Proclaman la necesidad de un gobierno omnipotente y omnipresente, y dan por buena cualquier medida que otorgue mayor poder a los burócratas y a las entidades gubernamentales. Condenan, y tildan de anacrónicos, reaccionarios y retrógrados en economía –y en política- a quienes no comparten sus objetivos.
Quienes se consideran y proclaman que son progresistas, están sinceramente convencidos de que son verdaderos demócratas. Confunden la democracia con el socialismo. Y no sólo no se plantean que socialismo y democracia puedan ser incompatibles, sino que tienen el convencimiento absoluto de que solamente el socialismo (o alguna clase de colectivismo) es sinónimo de verdadera democracia, de democracia plena. Quienes se hacen llamar “progresistas” intentan obstaculizar el funcionamiento del mercado, procuran interferir en la vida económica y tratan de poner todas las dificultades a su alcance y paralizar el capitalismo. Quienes se denominan “progresistas” crean barreras aduaneras, promueven la expansión del crédito y políticas de dinero barato y recurren al control de los precios, a la fijación de los salarios mínimos y a las expropiaciones. Quienes dicen de sí mismos que son “progresistas”, cuando alcanzan el poder acaban transformando la tributación en confiscación y en expropiación, y proclaman que el mejor método de aumentar la riqueza y el bienestar consiste en gastar sin freno, hasta el despilfarro. Y para más inri, cuando las cosas se ponen feas y las inevitables consecuencias de esa forma de hacer política -vaticinadas mucho tiempo antes por los economistas- ya no tienen apenas remedio, consiguen muy hábilmente por cierto, que la opinión pública le eche la culpa no a su política de “bondad y solidaridad extremas”, sino al gran satán del capitalismo. A los ojos de la mayoría de los ciudadanos, como resultado de la propaganda machacona de los trovadores y apologistas del intervencionismo, da igual la forma, el origen de la depresión económica y del paro, de la inflación y del alza de precios, y del despilfarro, de la inquietud social –e incluso de la guerra- no es la política anticapitalista, sino el capitalismo.
He aquí algunos dogmas de la ortodoxia, del pensamiento progresista actual:
El capitalismo (la economía de libre mercado) es un sistema de explotación injusto. Perjudica a la inmensa mayoría para favorecer a una pequeña minoría.
La propiedad privada de los medios de producción dificulta el empleo de los recursos naturales y de los adelantos técnicos.
Los beneficios y los intereses son tributos que las masas se ven obligadas a pagar a una clase de parásitos ociosos.
El capitalismo (o sea, la economía de libre mercado) es la causa de la guerra y desemboca inevitablemente en la guerra.
El primer deber de un gobierno popular (colectivista, intervencionista,…) consiste, pues, en sustituir la gestión de los capitalistas y empresarios por el control gubernamental de la actividad económica.
Los precios máximos y los salarios mínimos, impuestos directamente por la administración pública o indirectamente dejando manos libres a los sindicatos, son medios adecuados para mejorar la suerte del consumidor y elevar permanentemente el nivel de vida de todos los asalariados, y pasos necesarios hacia la total emancipación de las masas del yugo del capital -dando como resultado el establecimiento final del socialismo- . (Por paradójico, e increíble que pueda parecer, es necesario mencionar que Marx se opuso violentamente en sus últimos años a estos planteamientos. Las diversas formas de marxismo en la actualidad, los aprueba, sin embargo, plenamente y de manera entusiasta…)
La política monetaria generosa, es decir, la expansión del crédito, constituye un método útil para aliviar las cargas impuestas por el capital a las masas y traer la prosperidad al país. No tiene nada que ver con la periódica aparición de las depresiones económicas. Las crisis económicas son males inherentes al capitalismo sin trabas.
Todos los que niegan las anteriores manifestaciones y afirman que el capitalismo sirve mejor a la sociedad y a los ciudadanos, y que el único modo efectivo de mejorar permanentemente la condición económica de todas las capas sociales es la progresiva acumulación de nuevos capitales, son unos malvados defensores de los intereses egoístas de la clase explotadora…
Aunque a algunos les pueda parecer increíble, proclamas intervencionistas de esta calaña aparecen en un libro que nadie a estas alturas calificaría de “progresista”: Mi lucha (en alemán Mein Kampf) de un tal Adolf Hítler…
Obsérvese la indecencia que subyace en el discurso “progresista”, que acaba justificando a cualquiera que trate de emular a Robin Hoob: A un industrial que amasa una fortuna y a un delincuente que asalta un banco se los considera igualmente inmorales, dado que ambos buscan obtener riqueza para su propio beneficio «egoísta».
Inevitablemente surge una pregunta: ¿Robin Hood fue un héroe o un villano?
Cada cual responderá según su nivel de rentas, según el patrimonio que posea… Tras la crisis financiera global de 2008, se ha vuelto a propagar la idea de que es imprescindible crear un “Estado- Robin Hood”, que expropie a “los ricos” y redistribuya entre “los pobres”. Desgraciadamente, como el milenarismo y las teorías apocalípticas, los antihéroes, salvapatrias, y personajes populistas resurgen en periodos de crisis económica y moral tal como la que en estos momentos sufrimos. ¿Cómo y por qué, si no, se hicieron con el poder personajes tales como Stalin, Hitler, y demás tiranos y liberticidas?
Pues, “eso”, todos ellos progresistas y tratando de imitar a Robin Hood…