Paul Krugman ha escrito recientemente que la acusación de los ocupantes de Wall Street de que el poder financiero es una fuerza destructiva es totalmente acertada. Como muestran hechos de estos últimos años. Los gobiernos rescataron a los bancos para que fluyera el crédito a empresas y ciudadanos. Pero no ha sido así. El sector financiero obtiene indecentes beneficios, pero no hay crédito. La economía se estanca, porque en verdad no hay voluntad real de superar la crisis. Y millones de personas sufren.
Pero sabemos qué hay que hacer. Se sale de la crisis con una profunda reforma del sector financiero, sólidos programas de gasto público (que activen la economía y ayuden a reestructurarla), ahorro energético y reducción de la desigualdad, recuerda Stiglitz. Pero mientras el poder financiero ponga palos en la rueda e impida afrontar la crisis de verdad, ¿cuánto sufrimiento más tendrá que soportar la ciudadanía?
Incertidumbre, angustia, pobreza, negación de vida digna, hambre, sufrimiento en suma, son consecuencias de una crisis que no cesa. Sobre esas consecuencias que sufren las gentes, Lourdes Benería y Carmen Sarasúa recuerdan que, según la Corte Penal Internacional, crimen contra la humanidad es “cualquier acto inhumano que cause graves sufrimientos o atente contra la salud mental o física de quien lo sufre, cometido en un ataque generalizado o sistemático contra una población civil”. Datos en mano, si consideramos los graves sufrimientos, los atentados constantes contra millones de ciudadanas y ciudadanos, si consideramos la sistemática violación de sus derechos, hay que hablar de crímenes económicos contra la humanidad.
Actualmente le ha tocado a las poblaciones de Estados Unidos y Europa sufrir las consecuencias de una crisis culpable, pero las violadoras agresiones neoliberales empezaron en los ochenta. Paro, pobreza, pérdida de vivienda, educación inexistente o inalcanzable, menor o nula atención a la salud… son consecuencia de la aplicación inmisericorde de los planes de ajuste y austeridad perpetrados. Millones de familias ven peligrar su supervivencia y millones de hogares caen bajo el umbral de la pobreza. Una masiva violación de derechos humanos. Pero al poder financiero le da igual.
La Asamblea General de Nueva York, que ocupa Wall Street (los indignados estadounidenses), ha señalado una relación de ataques a los derechos humanos de los que son responsables los “mercados” con gobiernos cómplices. Las corporaciones se han quedado con las casas de millones de ciudadanos con procesos ilegales; se han apropiado indebidamente del dinero de los contribuyentes con los rescates; se han otorgado a sí mismos salarios e indemnizaciones desorbitantes; han recortado la asistencia sanitaria; han reducido el sueldo de los trabajadores; han empeorado sus condiciones laborales; han condenado al hambre a millones; han bloqueado las energías alternativas para continuar dependiendo del petróleo; han boicoteado los medicamentos genéricos para tener enormes beneficios… La lista es larga.
Parafraseando a Mandela, las perversas consecuencias de la crisis, que sufren millones de seres humanos, no son algo natural; las causan seres humanos. Una minoría, por cierto. Y de la crisis y sus consecuencias nefastas, incluido el impedir abordarla eficazmente, son responsables los “mercados”. Lo sabemos. Pero los “mercados” no son inconcretos ni anónimos. Tienen nombre y apellidos.
Un informe reciente de Stefano Battiston, James Glattfelder y Stefania Vitali ha demostrado que en realidad los “mercados” son 737 bancos, compañías aseguradoras y corporaciones industriales que controlan 43.000 empresas multinacionales. Casi toda la economía. Y que JP Morgan, Citibank, Bank of America y Goldman Sachs controlan el 94,4% de los derivados financieros. Es decir, el sistema financiero internacional está en sus manos. Esos son los malditos mercados. Con la complicidad del FMI, Banco Mundial, OCDE, OMC, Reserva Federal, Banco Central Europeo y bancos centrales de países.
Así las cosas, y puesto que se debe responder por las violaciones de derechos y dar reparación a sus víctimas, es necesaria la propuesta de Benería y Sarasua: “Igual que se crearon instituciones y procedimientos para perseguir los crímenes políticos contra la humanidad, hay que hacer ahora lo mismo con los crímenes económicos. Es buen momento, pues la existencia de esos crímenes es difícil de refutar. Urge que el concepto de ‘crimen económico’ se incorpore al discurso ciudadano y se entienda la importancia de denunciarlo y combatirlo para construir la democracia económica y política”.
Iniciemos pues el proceso de denuncia y juicio por crímenes económicos por los “mercados”. Porque tienen nombre y apellidos.
Xavier Caño Tamayo
Periodista y escritor