Cual si de un circo romano se tratara, en los últimos días los venezolanos hemos visto, impávidos, cómo están siendo lanzados a los leones los pocos medios y periodistas críticos que quedan. Nunca como ahora había habido tanto que decir, y nunca como ahora se ha dicho tan poco y, por ende, callado tanto. La inclemente mordaza va cubriendo bocas y rostros críticos, mientras el país, embobado, mira para otro lado como si la cosa no fuera él.
¿Es esta la estocada final? ¿Son estos los últimos días de la prensa libre? No lo sé. En estos últimos años Venezuela ha demostrado tener la sorprendente capacidad de parecer que se acaba, para al final no acabarse. Así que mejor no predecir el final de nada, porque no se sabe.
Ahora bien, lo que sí se sabe y de lo que sí se tiene certeza es que el mecanismo de la (auto)censura –de todos, quizás, el más perverso– está funcionando en la radio tan bien o mejor de como funcionó en la tele. Hagamos memoria. Al principio el gobierno optó por presionar por abajito y ofrecer por arribita buenas y jugosas ofertas. Fue así como Nelson Bocaranda, Oscar Yánez, Ibéyise Pachecho y Napoleón Bravo desaparecieron de Venevisión; y Marta Colomina y Cesar Miguel Rondón de Televen. Como no todos se vendieron, hubo que aplicar la fuerza y sacar del aire a RCTV y ¡listo! No quedó en la tele de alcance nacional canal crítico con el gobierno. Está Globovisión, sí, pero solo se ve en Caracas y Valencia.
Controlada la tele, fueron a por la radio, el refugio de los exiliados de la pantalla chica. Tardaron un poco, eso sí, pero llegaron. Por abajito y por arribita lograron lo suyo, pero no fue suficiente. Tocaba entonces castigo ejemplar y se lo aplicaron a CNB junto a otras 31 emisoras –¿se acuerdan de ellas o ya las olvidaron?-, las cuales, en su mayoría, fueron chivos expiatorios usados para hacer ver, ante los ojos de un mundo cada vez menos ciego, que se trataba de una medida legal y global. Pero el mensaje llegó a quien tenía que llegar: desde ese momento, “cambio” ha sido la palabra más sonada y repetida en las programaciones de las radios.
¿Qué se esconde detrás de esos cambios? En su mensaje de despedida de Televen, ahora más vigente que nunca, Marta Colomina lo definió magistralmente: “una moderación mediática que ha comenzado a adquirir el sonido mudo del silencio. Un silencio estridente (…) que (…) se oculta a veces con la risa fácil y el mal gusto, cuando no con la oferta ligera que pretende distanciar al ciudadano de la realidad que lo circunda”. De eso oiremos mucho en la radio: programas moderados, ligeritos, tontarrones, disimulones, que dicen y no dicen, y que, por supuesto, estarán acompañados de horas y horas de música, preferiblemente reggaetón, para que haya circo y así la lanar población venezolana goce y sienta que todo está tan bien o mejor de lo que lo pintan los ministros.
Ahora bien, las radios que no entren en ese negocio –sospecho que RCR será la abanderada– serán sacadas del aire; así como fuera del aire terminarán también los exiliados de la tele, a quienes como tengo por buenos periodista sé que lucharán hasta el final por transmitir la mayor cantidad de información posible, pero también sé que llegará un momento en el que el formato carnestolendo se les hará tan hostil, y ellos se harán tan hostiles a este formato, que terminarán fuera.
Cuando eso pase será el turno de los de la clase de Eduardo “mimosín” Rodríguez, siempre dispuesto a acurrucarse cariñosamente en la toalla de su invitado, y de la mal disimulada Ana Vacarella, que, malas caras mediante, termina diciendo lo que quieren que diga y no lo que quiere decir. Se habrá impuesto entonces el silencio de los indignos, y yo finalizaré estas crónicas que hoy empiezan, y que serán, de cara al futuro, el registro de una de las peores etapas del periodismo libre en Venezuela.