“Temo que la verdadera frontera la trae cada uno dentro”, dice el gringo viejo del escritor Carlos Fuentes al cruzar de Estados Unidos a México, consciente de que la separación entre países no es más que una construcción de la mente. Anteriores a esas murallas que separan, humillan y vulneran principios de derecho internacional, se erigen las fronteras de la mente a partir de una falta de visión cosmopolita del mundo, asentada en deficiencias educativas.
En pleno siglo XXI, la falta de educación se mantiene como la frontera que miles de millones de personas no pueden cruzar para buscar la felicidad. Así desconocen sus derechos como personas y sus deberes para convertirse en ciudadanos, y dejan inexploradas sus propias capacidades. No se puede respetar un entorno social y natural que se desconoce, como si se ignoran las normas de las que se han dotado los ciudadanos para poder convivir.
Nos hemos acostumbrado a que los candidatos políticos en muchos países no mencionen la educación en sus campañas y, cuando lo hacen, la reduzcan a una simple herramienta para conseguir un puesto de trabajo. Como si no sirviera para que las personas se liberaran de ataduras y de prejuicios que perjudican la convivencia pacífica en la sociedad y entre los pueblos. Los “representantes” de algunas “democracias” modernas prefieren gastar en golpes de imagen y en parches para perpetuarse en el poder cada cuatro años que invertir en una apuesta a largo plazo que además está reconocida como derecho humano universal.
Prefieren responder con policía, ejército y el endurecimiento de las penas para “combatir” la delincuencia organizada; venden operaciones “humanitarias” o de defensa de la “seguridad nacional” que disfrazan invasiones para apoderarse de materias primas clave. Ofrecen medidas populistas como el cheque bebé en España, que beneficiaba por igual a una madre millonaria que a una con bajos ingresos y que el gobierno “tuvo que retirar” porque así lo exigían los “mercados”. Reducen los problemas a sus síntomas: violencia, corrupción, hambre, pobreza y desigualdad, violaciones de derechos humanos, agresiones que amenazan la vida en el planeta, incluyendo la nuestra, y crimen organizado. Muchos de estos problemas encuentran en su raíz graves carencias educativas.
Conscientes de que nadie puede educar a un pueblo en cuatro años, aprovechan la visceralidad, las creencias y los prejuicios con los que votan las personas para venderles humo en lugar de asumir el desafío de educar para la libertad. Si los representantes actuaran con responsabilidad, consensuarían pactos de Estado para que, gobierne el partido que gobierne, se orienten las políticas a partir de las directrices establecidas.
Otro síntoma de que la clase política ha convertido la educación de calidad en un “lujo” prescindible está en los recortes ante la crisis económica para complacer a las agencias de calificación y evitar la ira de los “mercados”. Como si existiera mejor herramienta para formar ciudadanos que asuman su responsabilidad hacia la sociedad, al margen de cuestiones ideológicas.
Una convivencia con un sentido de justicia basado en la ética – dar a cada uno lo suyo – requiere de diálogo. Á‰ste sólo puede darse entre personas que han desarrollado una capacidad de escucha desde el respeto y la pluralidad de culturas, ideas, y creencias. Un Estado con una auténtica democracia participativa ofrece una educación basada en esos valores.
Sólo quien conoce sus derechos, sus obligaciones y sus propios límites tendrá los elementos para hacer valer sus derechos sin vulnerar los de otras personas y perjudicar la convivencia. Para ello necesita leer, que no consiste en unir letras y palabras, sino en comprender el sentido y el significado de esas palabras. Los analfabetos funcionales abundan en países empobrecidos y en algunos países desarrollados que, como Estados Unidos, ha acelerado el deterioro de la educación pública a base de recortes y ampliado la brecha entre ricos y pobres. No existe mejor manera de someter a un grupo de personas que arrebatarles la palabra, que Nezahualcóyotl utilizó hace más de 500 años para cruzar una frontera que muchos gobernantes de hoy no se atreven a cruzar:
“Amo el canto del cenzontle
pájaro de cuatrocientas voces
amo el color del jade y el enervante perfume
de las flores;
pero amo más a mi hermano
el hombre”.
por Carlos Miguélez Monroy
Periodista, coordinador del CCS