Una de los asuntos que, estando sin trabajo, se deben de cuidar, es la gestión del tiempo. Cuanto más tiempo creemos tener, por lo general, peor sabemos administrarlo.
A menudo, los horarios que, al estar desempleados, tenemos influyen -o pueden influir- negativamente en la consecución de nuestros objetivos. Pasamos más horas durmiendo, tendemos a dispersarnos más, y… “como ahora no tengo trabajo, ya lo haré luego”. Como es fácil imaginar, en este galimatías prosperan los problemas psicológicos, somnolencia constante, y a la postre, multitud de agobios.
Al iniciarse el día, todos partimos con el mismo capital: veinticuatro horas. Sin embargo a las pocas horas, ya hay ricos y pobres. Los desempleados ricos de tiempo son personas que ajustan sus responsabilidades (no tener trabajo, no implica dejar de tener responsabilidades) al tiempo del que disponen, y así lo convierten en alegría y bienestar; Dedican tiempo a la búsqueda activa, tiempo al estudio o formación, tiempo al deporte, tiempo a la familia, tiempo para ellos mismos…Se quejan poco, y pareciera que su día tiene treinta horas.
Por otro lado tenemos a los desempleados pobres de tiempo: malversadores que convierten su tiempo en pereza, dejadez, frustración, agobios y malhumor. Teniendo todo el tiempo del mundo, siempre llegan tarde a todo, y para más inri, corriendo. Su reloj biológico parece constantemente desajustado, y esto influye en su salud, en su vida laboral, familiar, social y en el modo de plantear su ocio. No dejan de quejarse, y a tenor de tanta queja, pareciera que su día tiene veinte horas. Parece que hacen pero no hacen.
Obsesionarse con la búsqueda de empleo y dedicarle más tiempo del que permite buscar con eficacia y tranquilidad, es contraproducente. Es conveniente, racionalizar e imponerse una disciplina horaria, que poco a poco se pueda convertir en hábito, ya que una vez más, el mayor reto se encuentra en la propia persona y pasa por un cambio en los hábitos, en las costumbres, y en la adopción de nuevos estilos de vida.
Cuando, ante una situación de desempleo enquistada o dura, la mayor parte de las personas se rinden, ¿qué hace que algunos pocos se recuperen, y trabajen incansablemente hasta alcanzar el objetivo deseado?
Ante una situación persistente de paro, y en la que confluyen otros factores indeseables, o desafíos, retos y problemas asociados, es vital comprender que las creencias que tenemos las personas acerca de nosotras mismas, son claves para el control y la competencia personal frente a estos problemas, desafíos y decisiones. Un concepto que va más allá del de autoestima. ¿Cuál es mi juicio sobre mis capacidades?, ¿qué expectativas tengo de mí?.
Cuando mis expectativas sobre mí mismo, son nulas o débiles, se torna muy complicado perseguir mis objetivos. A mi juicio este es uno de los factores que más influyen en la gestión del tiempo, y es que cuando uno cree que no tiene nada que hacer, posterga todo y cae en la procrastinación, mientras que cuando uno piensa de si mismo que tiene mucho que aportar, la motivación aumenta y la gestión del tiempo se optimiza.
Un ejemplo de autoeficacia, de no tirar la toalla, que es comúnmente citado para referirse a esta capacidad de aprender de las dificultades, de los errores y de los fracasos, y consolidarse resolviéndolos, es el de Thomas Edison, quién intentó mil veces hacer una bombilla, sin embargo él, le declaró a un periodista: «No fallé 1,000 veces, el bombillo fue una invención con 1,000 pasos». Una cosa es común a los que persisten, es que creen que un esfuerzo tenaz, tarde o temprano, rendirá frutos.
Cuando la autoconfianza se derrumba, por acontecimientos duros, el intentar aprender de lo que nos toca vivir, y fortalecernos con ello, es quizá lo único que puede rehacer la creencia en la propia eficacia.
Yo, repito con D. Height: “Greatness is not measured by what someone accomplishes, but by the opposition he or she has to overcome to reach his goals” (“La grandeza no se mide por lo que alguien haya logrado, sino por los obstáculos que ha tenido que superar para alcanzar sus metas”)