Casiano se junta con los viejos del barrio a diario a comentar las noticias que escuchan en el parte o los nuevos males de la más diversa naturaleza que les asaltan día sí, día también. Todos hablan y opinan apoyados en sus bastones y en la experiencia que les otorga esa edad cruel que cada uno sostiene en su mirada gastada.
Casiano, hombre quedo y prudente, atiende a las múltiples versiones que sobre los mismos hechos se vierten, delatando cada uno de sus compañeros, una inquietud y una escasa confianza en el futuro, ya no por ellos mismos (salvo por el miedo oculto a perder su pensión o la garantía asistencial), sino por sus hijos y nietos, cuyos porvenires se ven cada día más negros y apagados. Y llegan a la conclusión de que la mayoría de sus familias viven gracias a las pensiones que ellos cobran, preguntándose sobre qué será de sus hijos cuando ellos falten si esto no se arregla, y no lleva pinta de hacerlo. “Los jodidos recortes tienen la culpa”, aseguran todos sin excepción. “Y los políticos corruptos y ladrones que son una quera imposible de contener”, dicen otros. “No te olvides de los bancos, ni del Euro dichoso: desde que tuvieron la brillante idea de cambiarlo por la peseta, todo ha ido de mal en peor, cada día somos más pobres y cunde menos el dinero” asegura Juan, categórico. La discusión se enciende y los peores males del país se ponen de manifiesto. Se nombran políticos, banqueros, nobles, altos cargos a dedo y otra fauna humana no menos fiera ni voraz. Todos los viejos opinan y saben cómo atajar los males que nos invaden. Andrés, gran lector de prensa y por ende bien informado, alude incluso, a Islandia, país con una crisis quizá tan profunda como la nuestra, que ha sabido ponerse ya en la senda correcta del crecimiento. Y lo han hecho, apunta el mismo Andrés, además de lector economista aficionado, devaluando su moneda, sin tocar una sola corona de los contribuyentes, sin despidos salvajes, renegociando la deuda externa y cesando y procesando a banqueros y políticos responsables por su nefasta gestión. La historia se repite con Chipre, insiste en su teoría, pero con resultados diferentes, ya que el Euro impide que la moneda sea devaluada para lograr resultados satisfactorios. La severidad y la austeridad en el gasto público no supone una garantía para que la economía se sanee por sí misma, recalca convencido de sus palabras, sino en cambiar un sistema que resulta a todas luces obsoleto e ineficiente: en cortar por lo sano desde arriba, no desde abajo, que es lo que se está haciendo.
Qué bien habla Andrés, piensa Casiano. Y cuánto sabe. Pero eso que tan bien suena en palabras suyas es lo que piensa todo el mundo, sólo que Andrés lo dice mejor.
Casiano mira el reloj. Es casi la hora de comer. Mariana le ha dicho que suba el pan. Y mientras se aleja del grupo cuyas palabras encendidas se pierden en el aire, viene a su memoria el perro de padre, aquella chucho al que hubo que cortarle una pata gangrenada por la herida de aquel jabalí para que siguiese ladrando y dando las mejores muestras en los días de caza, el único perro cazador con tres patas de la comarca que, saneado en uno de sus apoyos y alimentado de la mejor manera, consiguió, no solo eludir la muerte sino seguir siendo el más sagaz.
Porque pocos enfermos sanan si no se les ataja el mal y se les restringe, además, el alimento.
O como decía también padre: «Cuando el burro se acostumbró a no comer, se murió».