A medida que maduramos como país democrático nos estamos encontrando con una práctica muy habitual en los países de nuestro entorno y de la que aquí nos creíamos ciertamente vacunados por la ilusión de la incipiente democracia y las esperanzas que nuestros padres pusieron en ella y que nosotros, los hijos de la democracia, ahora añoramos, no por no creer en ellas, sino por que no nos dan motivos para hacerlo.
Se trata de la estrategia política a golpe de demagogia, sin importar el calado o la profundidad de las medidas que se toman, pero sí su repercusión en los medios de comunicación, tratando de encontrar siempre el titular adecuado para que los medios afines puedan presentar la estrategia como la salvación de todos los males, en lugar de como un remiendo sin recorrido.
Todo comenzó con Aznar en el poder, fue secundado por Zapatero, y ahora Rajoy, heredero de los anteriores, no duda en utilizar las mismas técnicas de mercadotecnia fatua que no resuelve nada, sino que empantana más la situación, porque presume de resolver, cuando lo única que hace es dilatar el problema, ¿hasta cuando?, hasta después de las próximas elecciones, siempre hasta después de las próximas elecciones.
En este mundo de extra exposición mediática de nuestros representantes políticos, del abrumador volumen de noticias y opiniones que Internet nos ofrece, de inmediatez y fugacidad de los héroes y villanos, se echa de menos la figura de estadistas de relumbrón, hombres y mujeres con la suficiente altura de miras como para comprender que las medidas políticas y económicas no se toman en función de la repercusión mediática, sino en base a los intereses generales del Estado.
Pero como siempre digo, cada sociedad tiene los dirigentes que se merece, y nosotros, como sociedad, nos merecemos los políticos que nos gobiernan, porque aceptamos la corrupción y las corruptelas en nuestro quehacer diario sin escandalizarnos por los favores agradecidos, amiguismos mal entendidos y abandonos lacerantes del puesto de trabajo, actitudes que poco bueno dicen de nuestra actitud como sociedad y que luego se ven mimetizados en la actitud de nuestros gobernantes.