EL CRISOL – Pascual Mogica Costa
En los días previos al inicio de la huelga indefinida acordada por los farmacéuticos de la provincia de Alicante, y que debió comenzar el pasado lunes día 9, por motivo de los impagos de la Consellería de Sanidad de la Generalitat Valenciana a las farmacias, cuyo montante asciende a 500 millones de euros, llevan meses sin recibir un solo euro, los interesados decidieron plantear esta huelga y no pensaban desconvocarla hasta que con la Consellería les hubiese pagado 240 millones de euros, más o menos la mitad de la deuda. Y he dicho “pensaban” porque la prevista huelga ha sido desconvocada por motivo de que el Gobierno central, por medio de la ministra de Sanidad, Ana Mato, la de los medicamentos naturales, se ha comprometido a incluir a las farmacias de la Comunidad Valenciana en un plan de pago de proveedores, todo ello motivado porque las consellerías de Hacienda y Sanidad se han declarado incapaces de poder satisfacer los justos y legítimos deseos de los boticarios. Ante esto los perjudicados han dado un voto de confianza a la ministra que tendrá una validez de dos semanas, por lo que si no se cumple lo prometido irán a la huelga. Pero me centro en la intencionalidad de este comentario. El caso es que, como al principio digo, en los días previos a la huelga me encontré en la calle con un farmacéutico con quien me une una buena relación y le increpé, en broma claro, ¡huelguista! ¡Huelguista! Se paró ante mí y me dijo: “Mogica, hasta que me ha pasado a mi no tenía yo un conocimiento exacto de lo mal que están las cosas, en muchas ocasiones cuando oía quejarse y lamentarse a la gente creía que se exageraba y que eran casos contados y muy puntuales, pero ahora que me ha tocado a mí me doy cuenta del desastre que tenemos en la Comunidad Valenciana y en el resto de España. Estamos en la pura ruina y viendo como los políticos que nos gobiernan no aciertan ni por casualidad”. Me dijo muchas más cosas, pero yo me quedo con ese “ahora que me ha tocado a mí me doy cuenta del desastre que tenemos…”. Y esto me lleva a pensar que esta forma de ver las cosas: “hasta que me ha tocado a mí…” es lo que impide que el principio de solidaridad se manifieste en las personas de forma espontánea y natural y al no ser así imposibilita el que pueda haber una acción, una actitud conjunta de protesta por parte de aquellos “a los que les ha tocado” y de los que “aún no les ha tocado” y piensan que eso no les puede pasar a ellos. Creo que ha llegado el momento de que la sociedad en su conjunto y principalmente los ciudadanos de a pie, que siempre son los que peor parados salen, tomen conciencia de que hay que ser solidarios y apoyarnos unos a otros partiendo del simple principio de “hoy por ti, mañana por mí” y sobre todo dejar de pensar en eso de “¡Bah! Eso no me puede pasar a mí”. Nadie es inmune, los humanos somos propensos a todo. Yo creo que la insolidaridad no es una consecuencia del egoísmo sino de un sentido, de una sensación de seguridad equivocada. Todos estamos expuestos a los males de cualquier naturaleza que a diario nos depara la vida, lo que ocurre es que esa falta de previsión, esa seguridad, mal entendida, de no pararse a pensar que el próximo puede ser uno mismo es lo que nos lleva a situaciones graves y en muchos casos irreversibles y que por esta circunstancia nos toca padecerlos en solitario. Todos tenemos mucho en común.
Mi amigo el boticario se ha dado cuenta de que en estos tiempos la gente no se queja por vicio, pero él, como otros muchos que hasta ahora se han, o se habían, librado no se habían percatado de lo mal que están las cosas. Al mundo le iría mucho mejor si la gente en vez de pensar en “¡bah! eso a mí no me puede pasar” debería tener muy presente ese dicho que nos enseña que “cuando las barbas de tu vecino veas quemar pon las tuyas a remojar”. Seríamos más solidarios y nos iría mucho mejor a todos.