Dicen los políticos del PP que el 2015 será el año de la recuperación, pero todo apunta a más de lo mismo, al menos para los de siempre. ¿Qué otra cosa ha sido el 2014 que un poco más de lo mismo? Esto me recuerda a una historia del gran psicólogo y filósofo Paul Watzlawick, recogida en su irónico libro “El arte de amargarse la vida”: «Un borracho está buscando con afán bajo un farol. Se acerca un policía y le pregunta qué ha perdido. El hombre responde: “Mi llave”. Ahora son dos los que buscan. Al fin, el policía pregunta al hombre si está seguro de haber perdido la llave precisamente aquí. Este responde: “No, aquí no, sino allí detrás, pero allí está demasiado oscuro”».
Aunque pueda parecer una historia absurda, así es como se comportan mayormente nuestros gobernantes: ante una dificultad miran hacia el lado que no es, en vez de enfrentarse a lo que de verdad está ocurriendo. Y en sus intentos de solución fallan una y otra vez, siendo entonces la solución parte del problema.
Pero ¿por qué buscar algo donde sabemos que no está?
Una de las claves para salir de esta crisis –en mi opinión– es poniendo en práctica el modelo político de algunos de nuestros aventajados vecinos europeos, como es el ejemplo de Finlandia, que a principios de los 90 se sumergió en una crisis económica sin precedentes, similar en algunos aspectos a la crisis que sufrió Islandia en 2008. La causa, en parte, fue el colapso de la Unión Soviética, destino de la mayoría de los productos finlandeses y que arrastró también al sector inmobiliario y a la mayoría de las empresas de construcción, al sector de la madera y a los astilleros, pilares básicos de la entonces economía finlandesa. En unos pocos años la producción se contrajo un 13%, el marco finlandés se devaluó más del 25%, el sistema bancario prácticamente colapsó y el desempleo se disparó de un 3,5% a casi un 20%. La crisis llevó a una drástica reestructuración de la economía, que durante décadas vivió de la madera. En 1991 el Estado tuvo que gastar un 8% de su PIB en rescatar un sistema financiero colapsado por unos tipos de interés estratosféricos y un grave empobrecimiento en sus exportaciones. Eso les llevó a bajar los salarios y a subir los impuestos, que inevitablemente se tradujo en una bajada del consumo, lo mismo que la mayoría de los países europeos han hecho para combatir sin demasiado éxito la actual crisis financiera. La diferencia está en que sus políticos –gobierno y oposición– fueron lo suficientemente inteligentes para dejar a un lado sus diferencias y pactar un nuevo modelo económico y productivo que impulsaba la educación de calidad y la inversión en investigación y desarrollo (I+D), además de la formación de los trabajadores (justo lo que nosotros los españoles hacemos al revés). Pensaban que de esa manera el nivel de productividad subiría. No hace falta estudiar economía para llegar a esa conclusión. Como primera medida devaluaron la moneda (esto es lo que nos falta a nosotros, que por no tener moneda propia dependemos del euro, «la moneda alemana») y después, para compensar la reducción del consumo, aliviaron la presión fiscal sobre las empresas. La devaluación estimuló el crecimiento de las exportaciones, que hoy representan el 45% del crecimiento del PIB. Al poco tiempo los resultados fueron palpables. Si en 1991 la inversión en I+D era del 1,8% del PIB, actualmente es del 5%. Nokia pasó de fabricar botas a convertirse en el gigante que todos conocemos. Tal fue el éxito de las medidas adoptadas que en el año 2002 Finlandia desbanca a EEUU como el país más competitivo del mundo, además de contar con el mejor sistema educativo de Europa (y quizá también del mundo), lo que lo convierte en uno de los países con mejor calidad de vida.
La rigurosa selección y formación docente finlandesa supone casi el 6% del PBI invertido en la enseñanza. Finlandia selecciona a los profesores entre el 10% de los graduados universitarios más brillantes, y a partir de ahí los forman para que logren ser excelentes docentes, ya que la única forma de mejorar los resultados es mejorando la instrucción. Hay muchos más aspirantes que plazas (1/10), por lo que el proceso para convertirse en profesor es muy exigente y selectivo. Los salarios son razonablemente buenos y el prestigio social muy grande, lo que atrae a más y mejores candidatos a la profesión docente. Si «un sistema educativo tiene como techo la calidad de sus docentes» (Informe McKinsey, 2007), la selección de éstos es crítica. La despolitización del sistema y alta participación de la familia son también algunas de las claves que han llevado a este país a rebajar el fracaso escolar a menos de un 1 % antes de completar la educación obligatoria, y entre un 6 y un 7% tras ésta (en comparación a la media europea, de un 15 %), liderando las pruebas PISA. Pasi Sahlberg, director del Ministerio de Educación Finlandesa, afirma que nada puede incomodar tanto a los finlandeses como la competitividad, la base del modelo educativo occidental. Buena parte del éxito de su sistema se basa fundamentalmente en la atención individualizada y la cooperación. Además de la enseñanza son gratuitos los útiles, los textos, el almuerzo y el transporte, organizado y pagado por los municipios. Las escuelas finlandesas incluyen, además de la educación teórica, períodos en talleres y laboratorios de los mismos institutos y prácticas en sitios de trabajo. La formación profesional básica está organizada por los municipios, mancomunidades intermunicipales y el sector privado. Si después de la escuela primaria el adolescente elige seguir una formación profesional, tiene una gran cantidad de alternativas escolares y especialidades para elegir. La formación profesional básica se puede adquirir tanto en institutos como en centros de trabajo mediante un contrato de aprendizaje. Aunque no quiero extenderme demasiado en consideraciones educativas, quisiera citar algunas claves del éxito de este modelo académico (la mayoría de estas claves están extraídas de un artículo muy recomendable: “Finlandia, los secretos de un éxito asombroso” de Paul Robert, director del Colegio Nelson Mandela, de Clarensac, Gard, Francia):
—Un medio ambiente cálido y acogedor. En muchas clases suena una música suave y relajante que al cambiar de melodía marca el fin de cada clase.
—Las clases son de 45 minutos y hay 15 de descanso después de cada asignatura.
—Un promedio alto de atención a los alumnos. Las clases no superan los 20 alumnos, si alguno tiene problemas académicos pasa a una de 10.
—Ritmos de aprendizaje adaptados a los niños.
—Es normal que maestros y padres se comuniquen casi a diario vía mail.
—Las jornadas laborales de los docentes son de 37 horas semanales y no todas son en aula.
—Una detección precoz de las desventajas y desordenes del aprendizaje y uso de las ayudas específicas.
—Los centros escolares cuentan con trabajadores sociales, médicos y enfermeros.
—Gran libertad de elección dejada a los alumnos para organizar sus estudios. Anualmente un alumno es elegido por sus compañeros para tratar los conflictos. En muchos casos las reglas de convivencia son redactadas por los alumnos en negociación con los docentes.
—Existe descentralización y autonomía por parte de los profesores para abordar el plan de estudios. Esto implica que los profesores puedan reajustar sus necesidades y participar en la generación de programas a través de un proceso democrático en el que se involucra a padres y alumnos a nivel municipal.
—Una evaluación motivadora. Hasta los 9 años los alumnos no son evaluados con notas. Sólo a esa edad los alumnos son evaluados por primera vez, pero sin emplear cifras. Después no hay nada nuevo hasta los 11 años. Así, la adquisición de los saberes fundamentales puede hacerse sin la tensión de las notas y controles y sin la estigmatización de los alumnos más lentos. Ello, por supuesto, no excluye informar a las familias regularmente sobre los progresos de sus niños.
—El mismo ritmo de evaluación es mantenido en el colegio después de los 13 años empleando calificaciones en cifras que pueden ir de 4 a 10. Están proscritos el 0 infamante y las notas muy bajas. Pues ¿qué interés puede haber en construir una escala de la ignorancia?
Islandia y Finlandia son claros ejemplos de cómo planificarse y superarse ante la crisis. En nuestro país, a día de hoy, no hay proyectos sólidos que respalden a las pequeñas y medianas empresas, que apenas reciben ayudas o facilidades del Estado (más bien lo contrario). Nos hemos declarado en bancarrota para pagar a nuestros acreedores, los mismos que se han enriquecido a base de prestarnos créditos que sabían que no íbamos a poder pagar. Nuestro gobierno nos llama irresponsables y tratan de convencernos de que todos hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y que somos culpables de esta situación. Esto es lo que ocurre cuando se instala el paternalismo «democrático» y se ignora o se culpabiliza de todos los males a la ciudadanía, que es quien le paga el (sobre)sueldo a los políticos. Si esta calaña son nuestros empleados, nuestros supuestos representantes y portavoces sociales, ¿cómo es posible que ni tan siquiera nos dejen elegir a los ciudadanos si queremos pagar una deuda contraída sin consultarnos previamente y que nos impide crecer económicamente? ¿Por qué no nos dicen claramente que tenemos que pagar esta deuda privada con grandes recortes en derechos y libertades fundamentales? En un gran artículo periodístico de Eric Toussaint, Presidente del CADTM, bajo el título “Deudas ilegales, ilegítimas y odiosas”, se dice que «Cuando se hace un contrato y una parte utiliza su poder para imponer condiciones desfavorables a la otra, ese contrato puede considerarse nulo. El contratante tiene que estar en condiciones para firmar el contrato de manera libre, tiene que poder ejercer su autonomía de la voluntad. En el caso europeo es claro que existe chantaje de los mercados financieros y de la Troika, ya que imponen condiciones desfavorables a los países. Por lo tanto los países pueden decidir de manera soberana suspender el contrato. […] La deuda reclamada por la troika a Portugal, Grecia e Irlanda es odiosa. Es decir, una deuda contratada bajo el chantaje, en condiciones dictadas por los acreedores que son violaciones de los derechos económicos y sociales de la población. […] El problema [de todo esto] es la correlación de fuerzas para demostrar, convencer a la gente, que algo presentado como normal es realmente ilegítimo».
Evadir al fisco y cobrar en negro es ya un deporte nacional en parte fomentado por quienes deberían dar un poco de ejemplo, nuestros queridísimos políticos.
¿Se entiende por qué es tan importante un cambio total del sistema educativo? Ahí está sin duda la raíz de todos los males. Si desde las escuelas seguimos fomentando la competitividad y el enriquecimiento personal por encima del respeto individual y la cooperación, seguiremos formando rapaces y depredadores políticos, banqueros e industriales incapaces de la más mínima consciencia y empatía, y cuya labor sólo servirá para añadir más caos y sufrimiento a una sociedad de la que ellos mismos dependen para enriquecerse. Si desde la escuela iniciamos un auténtico y genuino proceso pedagógico para que el alumno desarrolle sus capacidades emocionales y obtenga una sólida conciencia crítica, los futuros ciudadanos no van a ser seducidos ni engañados por los eruditos de la demagogia. Estarán preparados para distinguir correctamente las propuestas inteligentes y constructivas de aquellas falsedades o dádivas oportunistas que no hacen sino someter la voluntad de quienes las reciben. El ejemplo de Finlandia puede ser el principio de una gran revolución de la conciencia colectiva o un simple paréntesis anecdótico en la inagotable historia de la estupidez humana.