Cuando salí de Cuba, dejé mi vida, dejé mi amor, o al menos eso pensaban los exiliados cubanos que residían en Estados Unidos, los cuáles tenían restringidas sus visitas a la isla, el volumen de sus remesas y los sentimientos que atrás quedaron.
La represión es la peor de las políticas porque nunca logra sus objetivos, castiga al pueblo inocente y llena de razones al poder que provoca la represión en su propia contra, el cuál utiliza el victimismo como nueva defensa de sus ideales.
El gobierno de Fidel Castro ha politizado el embargo estadounidense, moldeándolo a sus propios intereses, mostrando al mundo la injusticia que sus vecinos hacían con ellos, y engañando a su propio pueblo, soliviantándolo contra el imperialismo yanqui.
Y ante ello, Estados Unidos sólo ha sabido tensar más la cuerda, incrementando la represión y rechazando cualquier posibilidad de acercamiento con el régimen cubano.
Ahora, se abre un halo de esperanza ante el mayor aperturismo de Raúl Castro, provisional, o no, falaz, o no, y la mano que ha tendido Obama con el relajo del embargo que ordenó ayer mismo.
Por fin, los cubanos exiliados en Estados Unidos podrán viajar a Cuba siempre y cuando lo deseen y podrán enviar las remesas que consideren oportunas, con lo que comienzan a normalizarse, con paso lento pero seguro, las relaciones entre ambos países.
Gracias a las remesas de los exiliados una parte importante de la población cubana verá incrementado su nivel de vida, y se marcarán mayores diferencias entre los cubanos con familiares en Estados Unidos y familiares sin ellos, lo cuál no deja de ser otra cosa más que una apertura al capitalismo y un abandono del pretendido comunismo cubano.
Nada definitivo, no cabe duda, pero una manera de abrir paso a la diplomacia y olvidarse de la represión, que no hace más que enterrar el corazón de los cubanos.
