Cuba se enfrenta a un trascendente dilema: restaurar el capitalismo o avanzar hacia el socialismo mediante la democracia.
En la Cuba actual ocurre algo parecido a lo que aconteció en la Unión Soviética. Si bien hay una diferencia fundamental que tal vez explique por qué en la isla caribeña sobrevivió y no degeneró tanto la revolución (a pesar del duro e inhumano bloqueo estadounidense). Los padres de Revolución cubana siguen vivos, han podido liderar y continuar directamente durante bastante tiempo la revolución que iniciaron. El problema inherente de todo liderazgo, de todo protagonismo excesivo de cierta élite, se suaviza si ésta tiene buenas intenciones, si las personas que hacen la revolución política, que conquistan el poder político, también hacen la revolución social. Si el liderazgo al más alto nivel permanece en las mismas personas, se dificulta la traición a los ideales de dicha élite, al espíritu inicial de la revolución. Lo peor es que la revolución la dirija una élite sin el suficiente apoyo popular y que, además, sus máximos dirigentes no prosigan la labor iniciada por quienes les precedieron. Los herederos de los padres de cualquier revolución pueden traicionar sus principios, pueden desvirtuar sus métodos, pueden transformar los medios en fines. Así ocurrió en la URSS. Siempre es más fácil que otras personas traicionen los principios de uno, que uno mismo. Aunque esto último, traicionarse a sí mismo, traicionar los principios propios, contradecirse a sí mismo, también es posible, pero es menos probable. Es más fácil ser traicionado por otros que traicionarse a uno mismo. Es más fácil que otros no comprendan los principios o métodos empleados por uno. Lenin, Marx y Engels, probablemente, no fueron comprendidos realmente, por lo menos en ciertos aspectos importantes fueron mal interpretados. Si ellos hubieran dirigido directamente la revolución social iniciada, intentada, en Rusia, probablemente, los acontecimientos históricos hubieran tomado otro derrotero, aun no habiendo tomado el derrotero ideal pues la revolución no debe ser monopolizada por ninguna minoría. Pero, indudablemente, si esa minoría es más competente y mejor intencionada, los resultados son mejores. Cualquier élite ideológica debe imperativamente, prioritariamente, evitar el error de hacer cualquier revolución excesivamente dependiente de ella, debe esmerarse en dejar sus ideas bien claras, en evitar las malas interpretaciones, en dificultar todo lo posible las tergiversaciones. Nadie es inmortal, ni perfecto. Nadie debe hacerse imprescindible, menos todavía ideológicamente imprescindible.
En cualquier caso, siempre es más seguro para cualquier revolución popular, que ésta sea protagonizada por el propio pueblo, que no dependa de unas pocas personas, que no sea monopolizada por ningún grupo, por ningún partido político. Si la información de que dispongo es correcta, la cual siempre debe tomarse con mucha precaución, si bien la burocracia cubana también tiene sus problemas, como toda burocracia que no es controlada suficientemente desde el exterior, por el hecho de que el máximo liderazgo lo sigan ejerciendo quienes posibilitaron la revolución, los padres de la revolución, ésta no ha podido ser traicionada como lo fue la rusa, por lo menos no tanto. En Rusia los jefes de la revolución, fueron rápidamente apartados de la dirección del proceso, alguno de ellos por causas naturales, como el propio Lenin (éste fue el gran drama de la Revolución rusa, la muerte prematura de su padre ideológico), otros porque fueron apartados del poder, incluso exterminados físicamente por sus antiguos camaradas. En la élite rusa se impuso la peor camarilla. Una revolución dirigida por una minoría es siempre peligrosa. Si en esa minoría se imponen los peores elementos, la revolución se transforma a la velocidad de la luz en contrarrevolución, el nuevo sistema empeora los vicios del anterior que se pretendía sustituir, como mínimo los reproduce en muy poco tiempo.
A pesar de esa importante diferencia con la Revolución rusa, el modelo empleado en Cuba peca de ciertos vicios profundos, tiene defectos de fondo, tiene errores metodológicos, sustentados en los mismos errores ideológicos. Los padres de la revolución deben dar paso a los hijos. El pueblo debe tomar el relevo. El pueblo no debe depender de ningún padre, por bienintencionado o competente que pudiera ser éste. Las ovejas deben emanciparse por sí mismas. El pastor debe ceder el paso al rebaño, que debe aprender a conducirse por sí mismo. En el país caribeño, ejemplar en muchos aspectos en cuanto a su modelo de democracia, sobre todo en el ámbito local, el poder en las más altas instancias siempre permanece en las mismas manos. Incluso se traspasa entre hermanos. A pesar de que en 1992 se reformara la Constitución para permitir el voto directo y secreto para elegir a los miembros del parlamento y las asambleas provinciales. Dando así un paso importante, aunque todavía insuficiente, hacia una democracia de mayor calidad. Este paso demuestra que la democracia representativa es necesaria, que no puede prescindirse de ella. Sin embargo, los cubanos no pueden aún elegir directamente a su jefe de Estado, al poder ejecutivo. Á‰ste es elegido por el parlamento (como ocurre en España también, por cierto). El liderazgo de los Castro es tan fuerte que dicha familia está en la cúpula de la jerarquía política cubana desde hace más de 50 años. Algo que desde luego no puede gustar a ningún demócrata. Y no puede gustar porque no es bueno que nadie, ninguna persona, ninguna dinastía, ningún partido, se aferre al poder, lo monopolice. Por esto Lenin planteaba la elegibilidad, el sueldo parecido al resto de los trabajadores y la amovilidad de cualquier funcionario. Para combatir el mal de la burocracia, el mal de un poder político que se perpetúa a sí mismo y se sitúa por encima del pueblo. La poca o nula movilidad en la cúpula del poder político cubano es, además de indeseable, algo muy peligroso para quien desea que la revolución se asiente y no dependa de unas pocas personas. Una revolución que depende tanto de tan pocas personas está en la cuerda floja. Sin desmerecer los innegables logros sociales en Cuba, la democracia allí falla sobre todo en la parte de arriba de la jerarquía estatal. En una democracia que se precie ningún partido debe ser el único legal, aunque luego no se presente como tal a las elecciones, lo cual parece altamente contradictorio. ¿De qué sirve un partido político que no puede hacer política? Si la democracia cubana es una democracia sin partidos, ¿por qué no desaparece el partido comunista? Porque la ideología del único partido legal se impone legalmente. Es una democracia sin partidos pero también sin ideologías alternativas, mejor dicho es una democracia de ideología única. Se ha camuflado la dictadura del partido único y se la ha sustituido por la dictadura de la ideología única del único partido legal. Si bien el partido comunista no se presenta a las elecciones, las personas que se presentan deben asumir su ideario. Se mire como se mire, algo no cuadra en la democracia cubana. Por el propio bien de la Revolución cubana, su democracia debe desarrollarse todavía mucho más. O no hay partidos políticos o hay pluripartidismo.
Negar la posibilidad de existencia de partidos políticos es negar el derecho a la ciudadanía de organizarse políticamente como ella desee. ¿Por qué? ¿Es eso democrático? ¿Por qué forzar a la gente a hacer política sin agruparse? Nosotros que desde la izquierda reivindicamos siempre el individuo social, ¿vamos a negar el sujeto político social?, ¿vamos a impedir que los individuos se organicen políticamente de manera social, colectiva, agrupándose en partidos políticos? ¿No es eso contradictorio, no es incoherente? Negar la posibilidad de partidos políticos es negar o imposibilitar la capacidad social de los individuos en una de sus facetas fundamentales: la política. ¿Por qué debe haber un modo de producción social y no un sistema político social? ¿Por qué aspirar a una economía social negando la posibilidad de hacer política socialmente? ¿Es posible la autoorganización de los ciudadanos y al mismo tiempo negarles la posibilidad de organizarse políticamente como ellos deseen? En una democracia auténtica los ciudadanos deben poder presentarse a las elecciones de manera individual o de forma colectiva bajo las siglas de los partidos. Hay que permitir que los ciudadanos se organicen políticamente de la manera más libre posible. Que las democracias pluripartidistas burguesas se hayan convertido en partitocracias, no significa que haya que erradicar el pluripartidismo, ni siquiera los partidos políticos. Hay que poner los medios para que la competencia por el poder sea igualitaria, para que los partidos o las personas de diversas tendencias tengan las mismas opciones, para que el poder económico se mantenga al margen, para que los partidos políticos estén al servicio de la ciudadanía y no al revés.
Que la democracia burguesa haya desvirtuado sus principios teóricos no significa que haya que renunciar a éstos, a todos necesariamente, que haya que suponer que sólo pueden llevarse a la práctica de una sola manera, a la manera burguesa. Esto equivale a interiorizar el pensamiento burgués, la forma de hacer las cosas de la burguesía. Porque la burguesía haya tergiversado las libertades formales, entre ellas la de libre asociación política, no significa que haya que renunciar a dichas libertades. Por el contrario, significa que hay que trabajar para ver cómo implementarlas sin distorsionarlas. Hay que ver cómo llevarlas a la práctica de otra manera. No hay que renunciar a llevarlas a la práctica. El mal uso de ciertos conceptos teóricos no significa que haya que renunciar a dichos conceptos. Hay que procurar un uso distinto de los mismos, acorde con su espíritu original. Tan erróneo es descartar por completo a la democracia liberal como asumirla por completo. Hay que retomar lo bueno que tenga y mejorarlo, posibilitar que se lleve a la práctica, y hay que descartar lo malo que tenga. En cualquier ciencia no siempre se descarta por completo, en bloque, una teoría entera. No siempre se hace borrón y cuenta nueva. No siempre se vuelve a partir de cero. Lo normal es basarse en lo preexistente. Muchas veces se trata de retocar una antigua teoría, de mejorarla, de ampliarla. También se trata de ver por qué ha fallado su puesta en práctica antes de descartarla por completo, en analizar las causas de su fracaso. ¿Por qué no hacer lo mismo en la ciencia revolucionaria? Si suponemos que el socialismo aplicado en la era soviética fracasó, pero no es el único posible, ¿por qué no hacer lo mismo con la democracia, incluso con la democracia liberal, por lo menos con algunos aspectos de la misma? ¿Es posible prescindir de algunas facetas teóricas de la democracia burguesa?
Cuba debe resolver las obvias contradicciones de su sistema político si desea asentar sus logros sociales, si desea avanzar en el camino al socialismo, si desea evitar la vuelta al capitalismo. En la democracia cubana todo el mundo puede presentarse a las elecciones, el proceso de elección de candidatos es, en muchos aspectos, ejemplar, pero, como consecuencia del artículo 62 de su constitución, ningún representante de la Asamblea Nacional tiene derecho a pedir un cambio en el sistema socialista sin arriesgarse a ser castigado. Es decir, en dicha “democracia” los representantes no se pueden salir del guión marcado por las leyes. ¿De qué sirve entonces alcanzar las instituciones políticas si luego uno debe ceñirse estrictamente al guión? ¿Ha de extrañarnos así que la política seguida sea siempre la misma? ¿Que los candidatos que se presenten siempre consoliden el poder que hay arriba? No parece probable, en esas condiciones, que alguien que no esté de acuerdo con el socialismo, ni siquiera con la versión del socialismo implementado, se vaya a presentar a dichas elecciones. Ahí está la trampa de la “democracia” cubana: todo el mundo puede presentarse pero luego no hay que salirse de lo marcado. Cualquiera puede acceder a las instituciones políticas, al menos en teoría, pero una vez en dichas instituciones el juego político está muy restringido. En estas condiciones, lo lógico es que sólo se presenten los candidatos que comulguen con la ideología permitida. Quienes no comulgan, no se presentan porque, además de que no les serviría de nada, les podría ocasionar incluso algún castigo, como mínimo ciertos problemas. Esto explicaría de manera bastante convincente el hecho de que la cúpula del poder en Cuba sea siempre la misma, a pesar de ciertas apariencias democráticas. O tal vez no. Quizás la cúpula lo está haciendo tan bien que la gente siempre les apoya. Pero, si lo hacen tan bien, ¿por qué impiden que existan otros partidos?, ¿por qué imponer el socialismo, su socialismo? Cuando alguien tiene fe en lo que hace, cuando sabe que está haciendo lo correcto, no teme el enfrentamiento libre, de igual a igual, con sus contrincantes. Al contrario.
Sólo sabremos el verdadero apoyo popular que tiene el partido comunista cubano cuando haya pluripartidismo. Cuando dicho partido se someta a la libre competencia frente a otros partidos. Cuando el pueblo pueda elegir entre diversas opciones, entre alternativas contrapuestas, sin limitaciones o con muchas menos limitaciones (los únicos límites de toda democracia deben ser siempre los derechos humanos más elementales). Si el régimen cubano se niega a evolucionar, cava su propia tumba. Ahora que se ha derrotado a la burguesía, esto es evidente, es cuando puede de verdad construirse allí una democracia completa y verdadera. ¿Por qué no hacerlo? Si la dictadura del proletariado era una forma transitoria de vencer por la fuerza la oposición de la burguesía a los avances democráticos, si dicha oposición ha desaparecido, ¿por qué no se transforma dicha dictadura temporal en una democracia popular, en una auténtica democracia? Es en estas condiciones cuando el partido comunista cubano puede obtener el poder con el apoyo popular, es cuando el enfrentamiento político con otros partidos, con la derecha, puede dar frutos a la izquierda. La izquierda puede vencer a la derecha en igualdad de condiciones. La razón, la ética, están del lado de la izquierda. Á‰sta representa los intereses generales. La derecha sólo puede sobrevivir y vencer en el marco de una democracia viciada, vendida, controlada, falsa. La derecha gobierna gracias a la oligocracia. ¡Pero la izquierda no! La izquierda necesita la democracia para no degenerar. La burocracia no es más que otra forma de oligocracia. Para el pueblo, para el proletariado, no hay grandes diferencias entre la oligocracia capitalista o la burocracia “socialista”, más allá de discursos o formalidades. Aunque la élite burocrática “socialista” sea enemiga también de la oligarquía capitalista, para el proletariado, para las masas, ambas élites son sus enemigos. Para el pueblo, cualquier élite, es el enemigo. Como decía el comunista húngaro Gyula Hay: En modo alguno pueden coexistir varias cracias ¿Es el demos quien gobierna o el buró? Entre ambos existen incompatibilidades, a la vez en el terreno de los principios y en el puramente práctico. Si en Cuba la oligarquía ya no manda, ya no existe, entonces hay grandes posibilidades de construir una democracia de verdad. Y en dicha democracia la izquierda tiene muchas posibilidades de vencer, pero convenciendo, no imponiendo. La izquierda debe diferenciarse de la derecha no sólo en sus objetivos, sino que también en sus métodos. Los objetivos de la izquierda no pueden alcanzarse con los métodos de la derecha. Los objetivos alcanzados están hipotecados a las metodologías utilizadas. Pero esto no significa que los métodos de la izquierda no puedan utilizar ciertos aspectos de los métodos de la derecha. Tampoco significa que haya que partir de cero por completo. Remito a mi artículo Izquierda vs. Derecha.
Si Cuba se empeña en no avanzar democráticamente, en no resolver sus llamativas contradicciones políticas, entonces se arriesga a que le ocurra lo mismo que ya le pasó a la URSS. Esto sería el peor favor que podría hacerse a la revolución y sus logros. Todo el trabajo hecho se iría al traste. Sin contar con el efecto psicológico negativo en la izquierda internacional. Como ya pasó con la caída del muro de Berlín y de todo el bloque soviético. ¡Amigos cubanos, tenéis una gran responsabilidad, y no sólo a nivel nacional, también a nivel internacional! Tenemos ciertos síntomas esperanzadores de que el proceso cubano está avanzando hacia una democracia plena. En 1976 el pueblo aprobó en referéndum la constitución. En 1992 el parlamento la reformó para establecer el voto directo y secreto en las elecciones provinciales y nacionales. Lo deseable hubiese sido que esta reforma constitucional fuese aprobada también en referéndum popular. Pero no cabe duda de que se están dando pasos, aunque lentos y demasiado tímidos, en la dirección correcta. Fidel Castro ha advertido ya de los peligros internos que podrían hacer revertir la revolución: Este país puede autodestruirse por sí mismo; esta Revolución puede destruirse, los que no pueden destruirla hoy son ellos (refiriéndose a los enemigos externos, los norteamericanos sobre todo); nosotros sí, nosotros podemos destruirla, y sería culpa nuestra. Como dice Alan Woods, el crecimiento de la desigualdad, los privilegios y la corrupción está socavando la revolución desde dentro. Raúl Castro dijo no hace mucho que la falsa unanimidad resulta perniciosa y se requiere estimular el debate y la sana discrepancia, de donde salen generalmente las mejores soluciones. El problema es que se está priorizando la apertura a la economía de mercado sobre el desarrollo democrático. Para hacer la economía más eficiente se está permitiendo poco a poco ciertas concesiones capitalistas y mientras el control popular sigue siendo insuficiente. La manera que tiene allí la burocracia de evitar el colapso económico es posibilitando que el mercado la controle en vez del pueblo. Esto tiene el peligro de la restauración capitalista, como ya vimos en el caso chino. Lo que, a mi parecer, debería hacerse es justo lo contrario, primero desarrollar la democracia política para posibilitar un eficaz control popular y, si esto fuera insuficiente, entonces plantearse ciertas medidas económicas de corte capitalista. Pero esto último sólo en caso estrictamente necesario y como última opción, no como primera. De esta manera podría conseguirse una mayor eficiencia económica pero sin poner en peligro los logros sociales, sin correr el riesgo de aumentar las desigualdades sociales, sin arriesgar el proceso socialista.
El proceso democrático cubano, muy superior en muchos aspectos a las democracias liberales, se desvirtúa por el hecho de imponer constitucionalmente una ideología. Si dicha democracia adoptara el pluripartidismo, por lo menos si no se impusiera ninguna ideología, estaríamos muy cerca de la auténtica democracia. El socialismo no puede construirse desde la imposición. Por la razón de la fuerza. Debe construirse con la fuerza de la razón. No hay que tener miedo al enfrentamiento ideológico con el enemigo. La imposición artificial del socialismo en Cuba es una muestra de debilidad de su revolución, es una falta de confianza en su propio pueblo. Es pan para hoy y hambre para mañana. Insisto: no hay que perder de vista lo que le ocurrió a la Unión Soviética. Hay que aprender de las lecciones prácticas de la historia. Por el propio bien del socialismo, Cuba debe admitir el pluripartidismo, debe asentar el socialismo pero no mediante la fuerza sino mediante la razón. El pueblo debe estar convencido de que es el mejor camino. El socialismo debe echar raíces en el pueblo de forma natural. Á‰ste es el gran trabajo de cualquier liderazgo socialista. Construir el socialismo dando el máximo protagonismo al pueblo. Evitar que el devenir de la historia dependa de unas pocas personas. Á‰ste fue el principal error de muchas revoluciones marxistas: la excesiva dependencia de las vanguardias, de los liderazgos, de las burocracias. ¿Cuándo aprenderemos esta vital lección?
El capitalismo se sustenta en el mercado, en la competencia entre los productores. Cuando esta competencia desaparece y se sustituye por una planificación sin control externo, tarde o pronto, el sistema colapsa. Todo sistema necesita ser controlado, regulado, de alguna manera para que funcione. El capitalismo se autorregula. Aunque de manera anárquica, tan pronto se produce el crecimiento como el colapso. Las crisis en el capitalismo son consecuencia directa de su autorregulación anárquica, son los estallidos de sus contradicciones inherentes que nunca se superan más que temporalmente en un proceso continuo de construcción-destrucción. Pero, sin embargo, el capitalismo más o menos sobrevive, hasta que colapse por completo o se cargue al planeta y todo lo que contiene, si es que finalmente lo hace, nadie puede asegurarlo. El socialismo debe ser regulado explícitamente, conscientemente. En el capitalismo ese control lo ejerce más o menos el mercado (si bien el Estado también interviene para que el sistema no colapse), sin olvidar el decisivo papel de las crisis que, como dice Víctor Serge, se convierten así en las grandes reguladoras de la vida económica; son las que reparan, a expensas de los trabajadores, de las clases medias inferiores y de los capitalistas más débiles, los errores de los jefes de la industria. Como suelen decir los propios economistas capitalistas, el sistema es regulado por la mano invisible del mercado. En el socialismo ese control lo debe hacer el conjunto de la sociedad mediante la democracia más completa posible. El socialismo no puede sobrevivir sin democracia. El capitalismo perfectamente. De hecho, el capitalismo sobrevive si no hay democracia, si ésta es simbólica o insuficiente. El capitalismo necesita, para sobrevivir, evitar la democracia, reducirla a la mínima expresión. Al contrario que el socialismo. Por esto las dictaduras de derechas funcionan desde el punto de vista económico. Y las dictaduras de “izquierdas” no. Acaban colapsando o asumiendo economías de derechas, más o menos capitalistas. “Dictadura de izquierdas” es un contrasentido, encierra una profunda contradicción irresoluble, que estalla rápidamente. No es posible un sistema económico de izquierdas (democracia económica) conviviendo con un sistema político de derechas (dictadura política). Al contrario, el capitalismo (dictadura económica) convive armónicamente con la democracia burguesa (dictadura política disfrazada de democracia), con la dictadura fascista (dictadura política sin disfraz) o con la dictadura “socialista” (dictadura burocrática disfrazada de dictadura del proletariado).
El socialismo sólo puede prosperar si los medios de producción son socializados y democratizados por completo, si la sociedad en conjunto se democratiza, si la economía es regulada conscientemente por el conjunto de la ciudadanía, si quienes la controlan en nombre de los demás responden ante éstos. Cuanto más se desarrolle la democracia más probabilidad de implementar el socialismo, más posibilidad de que prospere. El capitalista responde ante el mercado, aunque no responde todo lo que debiera. El propietario de una empresa, o sus ejecutivos, pagan por sus malas decisiones, pero no pagan lo mismo que pagan los trabajadores. Quienes defienden el capitalismo por el hecho de que la iniciativa privada es el motor de la economía, por el hecho de que el empresario le interesa gestionar bien su empresa para no pagar las consecuencias de su mala gestión, se olvidan, precisamente, de que los ejecutivos al servicio del capitalista cuando pagan por sus malas actuaciones, que no siempre lo hacen, son recompensados con suculentas indemnizaciones, se olvidan de que dicho propietario nunca es destituido de su statu quo por mal que gestione, sólo paga su mala gestión cuando se arruina o su empresa quiebra, cuando antes los trabajadores (que no suelen tener ahorros u otros medios de ganar dinero, al contrario que el empresario que invierte en bolsa o en otras empresas) han perdido el sustento. ¿Qué ocurriría si en la empresa quienes gestionan, los propietarios o los ejecutivos, pagaran por igual su incompetencia que el resto de los trabajadores? Yo creo que es obvio que cuando alguien paga más por sus actuaciones, responde mejor. Es muy gracioso ver cómo algunos defensores a ultranza del liberalismo, es decir, de la sacrosanta propiedad privada de los medios de producción, nos dicen que el socialismo, bajo ninguna de sus formas, ni siquiera la colectivista, puede funcionar porque los gestores socialistas no se esmerarían en hacer funcionar las empresas por no pagar por las consecuencias de su mala gestión (parece que dichos apologistas se olvidan de que sí podrían pagar por esa mala gestión, mediante el control democrático de su gestión), cuando en la sociedad capitalista actual, los ejecutivos o los propietarios de las empresas nunca pagan, salvo en casos extremos, por las consecuencias de sus malas gestiones o de sus prácticas fraudulentas. Y no hace falta recordar mucho ni irse muy lejos: basta con observar lo que ha ocurrido en la actual crisis, que en el momento de escribir este artículo, principios de 2011, sigue azotando al mundo entero. ¿Dónde están los responsables? ¿Alguien ha pagado las consecuencias de esta crisis, producto de comportamientos especulativos, consentidos por los gobiernos políticos? Sí. Los trabajadores o los pensionistas, los menos culpables, los menos responsables.
A pesar de todo, el capitalista, aunque poco, responde algo de su gestión frente al mercado. El gestor del sistema socialista lo hace, lo debe hacer, ante la sociedad. En el capitalismo quien manda es el mercado. En el socialismo son las personas, el conjunto de la ciudadanía. En cualquier caso quien gestiona tiene que responder ante alguien o algo, si no el sistema, llámese como se llame, no funciona. En el capitalismo ese algo es el mercado. En el socialismo ese alguien es el conjunto de la ciudadanía. En el primer caso quien manda es la mano invisible del mercado. En el segundo es la mano visible, que debe ser bien visible, de la ciudadanía. En el primer caso es el capital el que manda. En el segundo las personas, la sociedad entera quien debe hacerlo. El capitalismo acaba siendo sometido a algo impersonal, no humano, llamado mercado, dinero o capital. Por esto Marx hablaba de fetichismo. Porque en la sociedad humana capitalista los humanos son dominados por cosas no humanas, aunque desde luego inventadas por los humanos. En el capitalismo el ser humano no está al servicio del ser humano. Está al servicio del dinero. En la sociedad humana capitalista, el mercado, el dinero, las cosas, se convierten en sus dueños, en sus ídolos. La sociedad capitalista es el culto al dinero, convertido en el rey de los fetiches. Bien es cierto que el dinero no es una invención del sistema capitalista, pero ningún sistema como éste le da la importancia que tiene. Con el capitalismo el progresivo deterioro de la sociedad humana, la progresiva deshumanización, la progresiva “fetichización”, llega a su cumbre. El capitalismo no nació de la nada, los sistemas que le precedieron lo posibilitaron, contenían su germen. En verdad que el capitalismo es la forma que adopta una sociedad alienada donde el dinero iba poco a poco dominando al ser humano. Pero así como el capitalismo se nutrió de los sistemas anteriores, a su vez, él puede sentar las bases del sistema que puede sustituirlo: el socialismo. Con la diferencia de que el socialismo supone un paso en el sentido de negar a su predecesor. Así como el capitalismo fue una continuación de las tendencias pasadas, el socialismo, por el contrario, puede suponer una ruptura, no una simple evolución, sino una profunda transformación como consecuencia de la resolución de las contradicciones capitalistas, una síntesis dialéctica. Por primera vez en la historia humana, al ser humano se le ofrece la posibilidad de controlar conscientemente su destino, de elegirlo él, no de someterse a fuerzas oscuras que le dominan y le controlan, de resolver las contradicciones sociales en un determinado sentido, y no en otro. Estamos, indudablemente, en un momento histórico crucial (un momento que ya lleva durando como mínimo un par de siglos, un instante en la historia de la humanidad).
El socialismo pretende invertir la tendencia de la historia humana, volver a situar al ser humano en el lugar que le corresponde: en el centro de su sociedad. El socialismo reivindica una sociedad verdaderamente humana, donde los seres humanos sean los protagonistas, y no cosas como el dinero, el capital o el mercado. En este aspecto, socialismo es humanismo, es devolver al ser humano el protagonismo perdido. El socialismo debe ser sometido a las personas, si no vuelve al capitalismo o colapsa. Los defensores del capitalismo nunca se plantean la posibilidad de que la economía pueda ser gestionada democráticamente. Ellos que propugnan, por lo menos de palabra, bien es cierto que con la boca pequeña, la democracia política, no quieren ni oír hablar de la democracia en el ámbito de la economía. Si la democracia se reconoce como el mejor sistema para que un grupo humano conviva y prospere, para que se gestione a sí mismo, ¿por qué aplicarla en unos ámbitos y no en otros? ¿Por qué sí en la política y no en la economía? Á‰sta es una de las grandes contradicciones de la “ideología” capitalista, de la “ciencia” económica y política capitalista. Esa contradicción sólo puede superarse o resolverse de dos maneras: o bien eliminando la democracia política (como así hace progresivamente el capitalismo, donde el mercado acaba suplantando a los gobiernos, donde el capital se pone por encima de la soberanía popular, no hay más que ver lo que está ocurriendo en la actual crisis donde gobiernos incluso socialdemócratas se someten a la dictadura de los mercados, del capital), o bien expandiendo la democracia desde el ámbito político al económico (como así propugnan los socialistas, los verdaderos). El capitalismo está progresivamente exterminando la democracia política, la poca soberanía popular que logramos alcanzar. La dictadura del capital necesita evitar la democracia política, y sobre todo la económica. La democracia económica es el fin del capitalismo. El capitalismo es la dictadura económica. Dictadura o Democracia. Capitalismo o Socialismo. He ahí el dilema. ¡Pero no confundamos estalinismo con socialismo! ¡Ni confundamos la democracia burguesa, o sea la oligocracia, con la verdadera democracia! No confundamos lo proclamado con lo real, la etiqueta de la botella con su contenido.
Un sistema que no es regulado por el mercado ni por la ciudadanía, acaba colapsando. El capitalismo de Estado tiene poco futuro. Por esto todos los regímenes que implementan un socialismo insuficiente, con una escasa democracia, tarde o pronto, reintroducen la iniciativa privada, el mercado. Acaban dando pasos decisivos para la restauración del capitalismo. La democracia, por tanto, se nos presenta imprescindible no sólo para iniciar el camino hacia el socialismo, sino para proseguirlo. La democracia debe acompañar al socialismo desde el principio hasta el final. En cuanto se separen, el socialismo está condenado al fracaso. Al contrario de lo que piensan muchos izquierdistas, la democracia es el ADN del socialismo. El problema es que se dejan engañar por el mal uso hecho de la democracia por la burguesía, asocian democracia a democracia burguesa, le hacen el juego a la burguesía en el sentido de permitir que ésta se apropie del concepto genérico de democracia, cuando en verdad la democracia es el enemigo público número uno de la burguesía, como de cualquier élite social dominante. El problema también es que dichos izquierdistas rechazan por completo la democracia burguesa, cuando algunos aspectos de ésta deben ser inevitablemente utilizados, mejorados, ampliados, llevados a la práctica.
Hay ciertos intelectuales de izquierdas que cuestionan ciertas premisas básicas del marxismo, que piensan que es posible construir un sistema alternativo al capitalista sin tocar la propiedad privada de los medios de producción. Esos intelectuales son acusados por los marxistas de reformistas, de utópicos, de reproducir los mismos errores que en su día tuvieron Proudhon en el siglo XIX y otros socialistas idealistas. Alan Woods en su libro Reformismo o Revolución refuta de una manera muy contundente las ideas de Heinz Dieterich Steffan. Es sumamente interesante leer a ambos intelectuales. Podremos tener dudas en cuanto a quién tiene razón (aunque yo, francamente, no las tengo mucho), pero hay una cosa absolutamente indiscutible: para saber la verdad es condición sine qua non la libre discusión y la experimentación práctica. El sistema político capitalista actual no permite dicho debate ni dicha práctica. El debate no trasciende a la opinión pública. La burguesía no permite ningún experimento práctico. Antes de poder concluir qué sistema económico puede funcionar o no, necesitamos la imprescindible infraestructura para poder discutir abiertamente, seriamente, profundamente, masivamente, entre las distintas alternativas y, sobre todo, necesitamos poder probarlas suficientemente. Esa infraestructura esencial que permite la aplicación del método científico para la construcción y perfeccionamiento de la sociedad es la democracia. Se podrá discutir sobre qué sistema económico funcionará o no, sobre cuál será mejor o no, pero si no podemos probarlo entonces no podremos estar seguros.
El socialismo es democracia en el sentido más amplio, profundo y completo de la palabra. Socialismo es sinónimo de democracia. Capitalismo es sinónimo de oligocracia. Mientras la economía no sea controlada por toda la sociedad, ésta pertenecerá a unas pocas personas. La economía es el motor de la sociedad. No puede existir la democracia en general mientras no exista en el motor, en el núcleo, alrededor del cual todo gira en la sociedad humana. El capitalismo necesita evitar el desarrollo de la democracia política. El socialismo sólo podrá implementarse desarrollando todo lo posible la democracia política. La democracia política posibilitará la democracia económica. Una de las muchas y grandes contradicciones del sistema capitalista es que el poder político está sometido al económico. La sociedad no puede ser gobernada por ella misma mientras la economía, su parte más fundamental, su núcleo, sea gobernada por ciertas minorías. No puede coexistir la democracia política con la dictadura económica. Por esto, la democracia política en el capitalismo es pura ficción. El socialismo aspira a superar esta profunda contradicción. A que la democracia política sea acompañada de, complementada por, la democracia económica. Como decía Marx en La guerra civil en Francia, la dominación política de los productores es incompatible con la perpetuación de su esclavitud social. O dicho de otra forma, el socialismo, la democracia más amplia y completa posible, aspira a que la política haga política, a que pueda hacerla, a que pueda gobernar de verdad al conjunto de la sociedad, a que la economía se someta a la política. A reconciliar la economía con la política (contrapuestas en el capitalismo). Los gobiernos políticos capitalistas no gobiernan de acuerdo con los intereses generales de la sociedad porque son títeres del poder económico. Esto puede observarse en su plenitud en las crisis económicas, como la actual. La política en el sistema capitalista está vacía de contenido porque está atada de manos. El objetivo es la emancipación de los ciudadanos, de los trabajadores. Y ello sólo es posible democratizando por completo la economía, el motor de la sociedad humana, su núcleo, su epicentro entorno al cual gira todo lo demás. En palabras de Marx: Emancipado el trabajo, todo hombre se convierte en trabajador, y el trabajo productivo deja de ser un atributo de clase. Para posibilitar dicha emancipación se necesita por orden de prioridad: la democracia política, la expropiación de la oligarquía y la gestión democrática del sistema productivo. Estas tres condiciones son todas necesarias pero cada una depende de su predecesora. Sin democracia política no es posible expropiar a la burguesía o bien esto se convierte en casi estéril. Y sin la expropiación no es posible la gestión democrática por los mismos trabajadores o por la sociedad en general. No puede gobernarse lo que no se posee.
Con el sistema socialista la ciudadanía gobierna en todos los rincones de la sociedad. Capitalismo es dictadura económica y como consecuencia de esto oligocracia política, disfrazada de democracia. El capitalismo es inherentemente antidemocrático. Es verdad que el capitalismo, en determinado momento histórico, supuso ciertos avances democráticos (la burguesía debía conquistar el poder político con la complicidad del proletariado). Pero en la actualidad la democracia se ha convertido en un estorbo para el capitalismo. Por esto estamos sufriendo una clara involución democrática. Superar el capitalismo quiere decir construir la democracia, a todos los niveles, a todas las escalas. Al contrario de lo que piensan muchos izquierdistas, no se trata de evitar la democracia (asociada, erróneamente por ellos a un concepto burgués, la democracia liberal no es la única posible), sino, precisamente, todo lo contrario, se trata de implementar la verdadera democracia, la única que puede finiquitar al capitalismo o a cualquier sistema dominado por ciertas élites minoritarias. La democracia supone el fin del capitalismo. De esto son perfectamente conscientes los capitalistas que procuran por todos los medios que la democracia no avance, al contrario, que retroceda. En el capitalismo la democracia es sólo formal. En el socialismo, en el verdadero, es real. El disfraz de democracia formal procura vender la ilusión de la democracia real para evitarla. La democracia real extingue al capitalismo. Por lo menos, es la única que puede extinguirlo. El capitalismo sobrevive con la democracia formal, meramente simbólica, pero muere, tiene una gran probabilidad de morir, con la real.
Cuba está en un momento histórico crucial. Debe elegir entre desarrollar la democracia o restaurar, aunque sólo sea en parte, el capitalismo. Todo sistema debe ser regulado para que funcione. O lo controla el pueblo o lo hace el mercado. La primera opción posibilita el socialismo, la segunda supone un enorme peligro de restauración definitiva capitalista. No pueden obviarse los casos históricos. Los casos de China o la URSS. Cuba debe mirar a Venezuela y ésta a la primera. Las revoluciones bolivariana y cubana deben influirse, inspirarse, ayudarse mutuamente. El socialismo, la democracia económica, sólo puede asentarse y prosperar si es acompañada de democracia política, la más amplia y profunda posible. La democracia debe complementar la representativa, verdaderamente representativa, la participativa y la directa en los ámbitos más locales. La democracia socialista debe incluir ineludiblemente la democracia obrera, pero no restringirse exclusivamente a ella. En una democracia completa deberán existir parlamentos nacionales, regionales, ayuntamientos, comunas y consejos obreros. Todos ellos elegidos directamente por el pueblo. El poder del pueblo debe fluir desde abajo hacia arriba, pero también desde arriba hacia abajo. El pueblo debe elegir directamente a todos sus representantes, desde los más locales a los más generales, incluido el jefe de Estado. En una democracia todas las ideas deben poder ser defendidas públicamente en igualdad de condiciones, siempre que se respeten unos derechos básicos elementales, los derechos humanos. Quienes creemos en el socialismo, en que el capitalismo puede y debe ser superado, necesitamos el enfrentamiento libre frente al contrincante. Sólo es posible avanzar mediante la libertad de pensamiento, de expresión, de asociación, de reunión. Como decía Rosa Luxemburgo: La autocrítica más despiadada, cruel y que llegue al fondo de las cosas, es el aire y la luz vital del movimiento proletario.