La ofensiva normalizadora está ganando la partida y lo comprobaremos muy pronto, cuando el ídolo caído, el señor Barack H. Obama inicie la recta final de su gobierno. Poniendo punto final al diferendo entre Washington y La Habana –una vez liberado le contratista A. Gross-, estaría justificando ocho años de gobierno calamitoso y su aventurado premio Nobel de la Paz.
Todo comenzó con lo que el asesinado Payá caracterizó en su momento de ‘cambio fraude’. Una asociación de términos que oscurece –más que aclara- el concepto que intentaba definir: el de la nueva transición pactada. El movimiento se inició en 2006 con la llegada al poder de Castro ‘segundo’, quien manifestó desde el principio su disposición a sentarse a la mesa de negociaciones con los Estados Unidos. Para ilustrar sus buenas intenciones, aplicó a regañadientes algunas de las transformaciones económicas y sociales de fachada, exigidas no sólo por el desastre económico interno provocado por Castro ‘primero’, sino por las insistentes exigencias internacionales, concretamente norteamericanas.
El tema parece cobrar importancia últimamente.
Es difícil no ver una secuencia bien orquestada entre la famosa y amañada encuesta de opinión del Atlantic Council de Washington y las declaraciones de industriales exitosos de origen cubano, como la de los señores Fanjul y Saladrigas.
En la misma dirección, apunta el aumento de los intercambios académicos y culturales, cuyos representantes, buenos comunicadores de hecho, como el señor Arturo López Levi, se instalan poco a poco en el paisaje mediático, sin que sus grados de expertise adquiridos en el tema cubano, tengan algo que ver con currículums académicos u hojas de vida. Café para todos, fuerte o aguachento, poco importa, con tal que el mensaje pase.
Al mismo tiempo, otros intelectuales como Carlos Alberto Montaner, capaces de desmontar con argumentos lógicos e históricos la falacia anti embargo, son relegados del debate público cuando no frecuentemente ninguneados.
De toda evidencia, la logística con la que cuenta la posición pro embargo es mínima. En todo caso, no puede compararse con la artillería pesada de sus oponentes, que como constatamos a diario, pasa por la emergencia y afianzamiento a través de las nuevas tecnologías de una ‘disidencia glamour’, que al régimen no molesta y que Miami, a pesar de histerias puntuales, tolera, acoge y sustenta. El discurso también se manifiesta con una presencia –estable- en los medios de difusión masivos del exilio. Eso, sin olvidar las dispendiosas campañas publicitarias en el metro de Nueva York, pasando por un reciente vídeo, que reclamaba el “derecho de querer” de la inocente familia cubana, víctima ante la opinión internacional de una absurda geopolítica. Naturalmente detrás de esos dineros, está el ablandamiento de las posiciones, otrora inflexibles, de la mayoría de los disidentes viajeros y, por supuesto, los cuatro editoriales del New York Times que tanto ruido han hecho.
Tampoco el régimen se queda rezagado, pues invierte una parte de las remesas extranjeras, o sea, nuestro dinero, para que sus representantes vendan por el mundo las bondades del “sociolismo” cubano, resumidas en un axioma imparable que ni siquiera los chinos imaginaron: inviertan señores capitalistas, que nosotros nos ocupamos de administrar la masa salarial esclava. Así esperando a Godot, como en 1994, se repite el movimiento de posicionamiento de empresas hispanoamericanas, europeas y asiáticas, esperando anticiparse a una hipotética apertura del mercado cubano, una vez normalizadas las relaciones con los Estados Unidos. Durante el último año y medio, los delegados de la Oficina de Intereses de Cuba en Washington han viajado en tres oportunidades a las ciudades de Tampa y Miami en Florida para promover una idea simple: el momento del cambio ha llegado ya y no habrá cajitas para todos. El colofón y la catarsis de esas dos fuerzas combinadas, se expresa en las Naciones Unidas, con un voto abrumador de condena al “Bloqueo yanqui”, repetido cada año ante la bien merecida indiferencia general.
La vida es un carnaval. Así lo repetía en pegadizo estribillo aquella grande que ya se fue sin volver a pisar la tierra que la vio nacer. Proscrita y desterrada, sin que el régimen de Fidel y Raúl Castro la dejase volver, ni siquiera para enterrar a su madre. El carnaval cubano es así. No hay nada que hacer. Está fabricado entre componendas y arreglos por debajo de la mesa. Aquellos que ponen el grito en el cielo reclamando un poco de dignidad, demuestran en el peor de los casos, una ignorancia supina y en el mejor, una inocencia que, al cabo de casi sesenta años de repeticiones, adquiere ya visos de patología peligrosa.