El teólogo alemán, David Berger, ex profesor de la Academia Pontificia de Santo Tomás de Aquino, aseguró hace ya algún tiempo que “gran parte de los clérigos que conocí son gays”. ¿Y qué? No ha dicho nada nuevo este teólogo. Si acaso, en su libro La sagrada apariencia parece que en vez de contar sus experiencias –que las cuenta- lo que viene es a denunciar la discriminación de una situación que se vive en la iglesia católica y que se tiene como taponada ante el resto de los mortales porque dicha “anormalidad” le interesa, de todas a todas, a la jerarquía eclesiástica mantenerla en la más absoluta de las obscuridades.
Y yo me pregunto: ¿será por el qué dirán?, ¿será porque los sacerdotes que integran esta iglesia deben aparentar ser más machotes que nadie?… ¡Valiente gilipollez! En una sociedad como la nuestra, hablando no ya a nivel nacional sino a nivel mundial, esta postura es una postura o posición totalmente cerril. ¿Es que cree la iglesia católica que los seglares nos vamos a escandalizar por saber que en su seno conviven curas homosexuales?
A estas alturas, debería entender esta confesión religiosa (que yo creo que lo entiende a la perfección pero hay “algo” que lo impide) que por encima de la condición sexual de cada cual prima la persona. Y es ahí, en donde debería pararse la iglesia católica y hacer hincapié definitivamente. ¿Es que no lo hizo de esta manera Jesús de Nazaret? Estamos escribiendo sobre seres humanos a los que el principio de igualdad les rige por completo y desde su nacimiento, aparte el credo, la raza o el sexo. Y es que el Crucificado no entendió nunca de distingos. Pues que en su “agenda” no figuraban fechas, ni números de teléfono; solamente una palabra la llenaba por completo: Amor, con mayúsculas. Así, desde esta óptica, es como a mi humilde entender esta iglesia de confesión mayoritaria en España tendría que ejercer su apostolado.
La iglesia católica, hoy por hoy, sigue sumida en los túneles del tiempo. A pesar del libro que publicó el Papa, repleto de ambigÁ¼edades y carente de valentía, en la actualidad y después de tantísimos años sigue sin vislumbrarse ese desprendimiento de la coraza que la envuelve. Es incierto que los templos estén abarrotados de fieles. Es incierto que los seminarios conciliares rebosen de vocaciones. La juventud, diga lo que diga la Conferencia Episcopal, no está por la labor tal cual se expone (consúltese a las bases cristianas). Así que, desde mi punto de vista, lo de menos para la iglesia católica tendría que ser que dentro de su organización haya homosexuales. Lo que de verdad debería importarle a ésta es el trabajo cotidiano, casi de orfebre diría yo, hecho con absoluto amor y abrir sin exclusiones sus puertas a la sociedad de par en par.
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