Sociopolítica

D’Artagnan y el naufragio

La Unión Europea se tambalea. Aquél ambicioso proyecto que surgió tras la dramática inyección de sentido común que recibieron los estadistas tras la 2ª Guerra Mundial puede estar a punto de desvanecerse. Lo que podía haber sido un proceso que desembocara en una unión efectiva, que borrara todos los recelos y egoísmos nacionales, se ha quedado a medias. Los países se han puesto de acuerdo para regular los cierres de las latas de refresco, pero han sido incapaces de establecer una fiscalidad común, un sistema financiero compacto, o una política exterior unificada.

Los burócratas que canibalizan el poder político, tanto en Bruselas como en Berlín, París, Roma o Madrid, han olvidado la lección de 1939. Adocenados en suntuosos despachos, son incapaces de ver Europa, y sólo ven las urnas de su propio país. Todo parecía ir medio bien mientras los PIB aumentaban cada año. En cambio, cuando la recesión impone su tiranía reaparecen los intereses nacionales. La idea inicial al estilo D’Artagnan “todos para uno y uno para todos” se transforma la clásica de los naugragios: “sálvese quien pueda”.

Exactamente igual que ha ocurrido en España. A la muerte de Franco, el recuerdo de la Guerra Civil inyectó una buena dosis de sentido común a los políticos del momento, que fueron capaces de firmar los Pactos de la Moncloa. Pero se promocionó de forma desmedida el sentimiento nacionalista-regionalista-aldeano de la gente, y 35 años después, al igual que en Europa, tenemos 17 nacioncitas, con sus aeropuertitos, sus televisioncitas, y sus banderitas.

Mientras había crecimiento, la cosa iba funcionando: cada virreinato se daba por satisfecho con ir arrancando algo del Estado. Malcriaron a sus ciudadanos diciéndoles que les regalaban toda clase de cosas innecesarias: universidades en poblaciones de 40.000 habitantes; líneas AVE para unir ciudades sin pasajeros; polideportivos para pueblos de 200 habitantes envejecidos. Crearon cientos de miles de puestos de trabajo ficticios: en la minería para extraer carbón que no se utiliza; en las televisiones autonómicas para emitir programas calcados de las privadas; en las universidades para dar clases en carreras que ninguna empresa necesita.

Los españoles, nuevos ricos, llevábamos a nuestros hijos a estudiar para que fueran ingenieros, abogados, biólogos marinos o educadores sociales. Con nuestros hijos estudiando ocho años carreras que deberían aprobarse en cinco, hacían falta camareros, peones agrícolas, trabajadores de la construcción, de la limpieza, del servicio doméstico. Y vinieron de África, de América, de Europa del Este a hacer esos trabajos. Nos compramos pisos a precios astronómicos sin tener dinero ni para pagar una tienda de campaña decente. En verano, las ciudades europeas y las playas del Caribe rebosaban de españoles felices y confiados, que habían pedido un préstamo para pagarse unas buenas vacaciones.

¿Y ahora qué? ¿Quién le explica a los funcionarios que muchos de ellos sobran porque no deberían haber obtenido su plaza? ¿Quién les dice a los jubilados que sus exiguas pensiones son demasiado altas? ¿Quién les cuenta a los padres que sus niños tienen que hincar los codos porque no puede haber un maestro por cada diez alumnos? ¿Seremos capaces de entonar el lema de los tres mosqueteros? ¿O nos disputaremos unos a otros los salvavidas en el naufragio?

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.