Las reuniones secretas entre mandatarios israelíes y palestinos reiteran la intransigencia de la postura israelí y la ambigÁ¼edad de Hamas.
En mayo de 1988, seis meses después del inicio de la primera Intifada, una delegación integrada por destacados miembros del establishment político israelí se trasladó a Francia para reunirse con los emisarios de la entonces desterrada OLP. Lo que sucedió después es harto conocido: tanto los palestinos como los israelíes volvieron al habitual escenario del callejón sin salida.
Durante los últimos años, la diplomacia israelí se empeñó en aislar al Gobierno de Hamas, logrando incluso la inclusión del movimiento islamista en la «lista negra» de organizaciones terroristas, ideada y actualizada periódicamente por «almas caritativas» del mundo anglosajón. Y ello, haciendo caso omiso de los resultados de la última consulta electoral celebrada en los territorios palestinos, que aupó a Hamas al poder, tanto en Cisjordania como en la Franja de Gaza. Sin embargo, tanto en el mundo árabe como en algunas capitales occidentales se alzaban voces reclamando el diálogo con la agrupación de corte religioso, que controla actualmente la Franja de Gaza y tiene cada vez mayor predicamento en una Cisjordania que padece el desgobierno de la Autoridad Nacional Palestina, liderada por los seguidores de Al Fatah, la corriente nacionalista laica creada y dirigida durante décadas por Yasser Arafat.
«¿Negociar con Hamas? ¡Nunca!», fue el mensaje enviado reiteradamente a las capitales occidentales por la maquinaria propagandística de Tel Aviv. Mas en la diplomacia, al igual que en la política, el vocablo «nunca» no tiene cabida…
A finales de agosto, el rotativo As Sjark al Aswat, diario árabe publicado en Londres, se hacía eco de la celebración de consultas secretas entre israelíes y representantes de Hamas en Suiza para evaluar las propuestas de paz presentadas por los países de la zona tras el fallecimiento de Arafat.
La primera reacción de Hamas consistió en negar la existencia de contactos informales con los israelíes. Sin embargo, la plana mayor del movimiento islámico se vio obligada a dar marcha atrás, pero tratando de hacer hincapié en el hecho de que las personas que acudieron a la cita para defender su postura sobre la viabilidad de dos Estados no pertenecían a la agrupación que se ha adueñado de la Franja de Gaza. La compleja argumentación de los (no) negociadores de Hamas está reflejada en el informe final del encuentro.
Las consultas tenían como punto de partida la iniciativa de paz árabe, presentada por la diplomacia de Riad en la «cumbre» de la Liga Árabe de Beirut en 2002. El proyecto, ideado por el actual monarca saudí, contempla el reconocimiento del Estado judío por las naciones de la región tras la retirada de las tropas de Tsahal de los territorios ocupados en 1967 y la creación de un Estado palestino. Esta propuesta fue rechazada en su momento por el Gabinete presidido por el ex general Sharon, quien prefirió llevar a cabo una serie de medidas «unilaterales» como la retirada de la Franja de Gaza. Pero los planes de Sharon quedaron interrumpidos por su desaparición de la vida política. Su sucesor, Ehud Olmert, fue incapaz de asumir el reto de la estrategia basada en el unilateralismo.
Ambas partes (en este caso, convendría hablar de las «tres partes» – Israel, Hamas y Al Fatah) hicieron una evaluación de los pros y los contras del plan saudí. Mientras los palestinos apoyan la iniciativa, los enviados de Tel Aviv estiman que ésta debería servir de mero punto de partida para una «larga y difícil» negociación sobre la solución de los dos Estados.
Si Hamas estuvo representado por «no miembros» del movimiento islámico, la delegación israelí estaba compuesta por supervivientes de los conciliábulos de París de 1988. Su mensaje: hoy por hoy, resulta sumamente difícil persuadir a la opinión pública israelí sobre la utilidad y la viabilidad del plan de paz árabe, considerado por muchos pobladores del Estado judío como una grave «amenaza para la supervivencia de Israel». Sin embargo, la delegación hebrea se comprometió a hacer todo lo que está en su poder para corregir esa percepción negativa y tratar de desbloquear la situación. No sería esta la primera vez. En cuanto a los resultados concretos de las «promesas», basta con recordar a las numerosas víctimas civiles del mal llamado «proceso de paz» de Oslo, de las consultas de Wye Plantation, del sinfín de maniobras dilatorias que obstaculizan la solución del conflicto entre israelíes y palestinos.
Adrián Mac Liman
Analista político internacional