Veintiséis de las empresas más importantes en España, las del Ibex 35, tienen en su Consejo de Administración algún ex alto cargo que ha servido en lo público. Y en el Gobierno español actual hay dos ministros, el de Economía y el de Defensa, que han hecho carrera en la empresa antes de entrar en la Administración. La política, hoy más que nunca, tiene una puerta giratoria. Esta situación no es exclusiva de España, en todos los países, como dice el refrán, “se cuecen habas”.
Los ciudadanos no veríamos nada raro en que un alto cargo de la Administración se fuese a la empresa privada, o viceversa, si no fuera por la falta de transparencia en estos asuntos. Nada de malo hay en que un ministro haya tenido experiencia en su cartera. De hecho, es algo deseable y que a la mayoría de los trabajadores se nos exige cuando buscamos empleo. Sin embargo, los problemas vienen cuando a los ciudadanos se nos trata, como si no nos enterásemos de nada, con cierta condescendencia. Así, en España, algo “huele mal” cuando el Ministro de Economía, Luis de Guindos, fue presidente de Lehman Brothers para España y Portugal durante dos años y después pasó a PricewaterhouseCoopers, que fue la encargada de liquidar a Lehman Brothers. ¿Cómo puede ser que uno de los trabajadores de la empresa que originó la mayor crisis financiera mundial pueda tener las recetas para sacarnos de ella? De Guindos se presenta como representante de los “mercados” cuando debería serlo de la sociedad y de los ciudadanos.
El caso del Ministro de Defensa, Pedro Morenés, es similar. Fue Secretario de Defensa entre 1996 y 2000 y, en los último años, ha estado relacionado con empresas de armamento: bombas de racimo, misiles… Esta es la trayectoria: alto cargo en Defensa, relación con empresas de armas y negocios con Defensa y vuelta al Ministerio de Defensa. Una puerta que gira y gira.
Y también gira del otro lado. Es de dominio público que muchas empresas privadas fichan a altos cargos e, incluso, ex presidentes de Gobierno en sus consejos de administración. Los contactos de personas como Tony Blair, Felipe González, Gerhard SchrÁ¶eder o José María Aznar son un bocado para empresas multinacionales. Los contactos y las relaciones que tienen altos cargos de Estado valen su peso en oro. Además, suelen ser personas con grandes habilidades negociadoras, líderes carismáticos y reconocidos. Saben mandar y son capaces de soportar presión. Pimentel, ex ministro de Trabajo español, ha dicho en varias ocasiones que “la política proporciona experiencia para trabajar en situaciones bajo presión y es un efectivo aprendizaje de la naturaleza humana”.
La situación en España no es extraordinaria. Naomi Klein documentó que, en Estados Unidos, Donald Rumsfeld, Dick Cheney, James Baker… entre otros altos cargos de la Administración de George Bush se enriquecieron con la guerra de Irak a través de sus empresas. Y este es el quid de toda la cuestión. Los lobbies y las leyes de incompatibilidad de los cargos de la Administración han roto la confianza de los ciudadanos en sus representantes políticos. Por un lado, los grupos de presión, en muchas, ocasiones consiguen leyes favorables a sus intereses privados frente al beneficio común de la sociedad. No hay leyes que lo prohíban e, incluso, se mueven al margen de la ley. No son raros los escándalos de financiaciones de campañas a partidos políticos o de presiones a políticos. Las leyes de incompatibilidad en España no dedican mucho espacio a tratar las incompatibilidades cuando un alto cargo deja su puesto. Así, los ex presidentes Aznar o González han ingresado en la empresa privada y cobran sueldos millonarios, además de su pensión vitalicia, despacho con secretarias y coche oficial con escoltas.
En momento de crisis como el que vivimos, los ciudadanos han dejado de creer en la política, que consideran oscura y sucia. La transparencia y la honradez de los políticos ayudaría a que la política recuperase su dignidad.
Ana Muñoz Álvarez
Periodista