Una multinacional de los hidrocarburos que atenta gravemente contra el medioambiente y la salud de los habitantes de Costa de Marfil goza de absoluta impunidad. El viejo cóctel de aristocracia sin escrúpulos, dinero fácil y capitalismo global sigue haciendo de las suyas.
La multinacional holandesa Trafigura, que opera en casi medio centenar de paÃses, ha tenido que reconocer las mentiras con las que intentó ocultar los graves daños ecológicos que causó. Se ha visto obligada a aceptar un arreglo de compensación económica para unos 31.000 ciudadanos de Costa de Marfil, que sufrieron en sus carnes los efectos del capitalismo globalizado del que hoy disfrutamos.
Todo empezó a finales del 2005, con unos correos electrónicos entre altos ejecutivos de la empresa, dedicada a la comercialización de productos petrolÃferos, la tercera del mundo, con unos beneficios de 440 millones de dólares en el año pasado. Esos mensajes habÃan permanecido ocultos hasta que su revelación, hace unas semanas, en un informativo de la BCC británica, destruyó la tapadera con la que la multinacional habÃa pretendido encubrir el asunto. Y anuló los intensos esfuerzos de su departamento «antilibelos», que habÃa logrado imponer rectificaciones a lo publicado por la BBC y ciertos diarios británicos, además de ejercer presiones sobre algunos periodistas de Holanda y Noruega.
Una refinerÃa estatal mexicana habÃa puesto a la venta una gran partida de la llamada «nafta de coque», una gasolina contaminada que no podÃa tratar en sus instalaciones. Esto fue descubierto por un directivo de la citada multinacional: «Es lo más barato que uno puede imaginarse -escribÃa en un correo electrónico- y nos va a proporcionar un buen montón de dólares». La oficina londinense de la empresa confiaba en obtener unos beneficios de 7 millones de dólares por cada cargamento procesado. Pero para esto era preciso convertir el producto, al que en los mensajes se aludÃa como «mierda», en algo vendible. Se decidió emplear sosa cáustica para eliminar las impurezas sulfurosas.
Ese tratamiento tuvo lugar a bordo de un petrolero fondeado en aguas de Gibraltar, entre abril y junio del 2006, donde se mezcló el producto adquirido en México con sosa cáustica y un catalizador. Pero ahà empezaron los problemas, porque como subproducto se obtenÃa un hediondo y peligroso desecho tóxico del que era preciso deshacerse. Los correos electrónicos prueban que los directivos de la empresa sabÃan lo que estaban haciendo: «Esta operación está prohibida en la Unión Europea, en Estados Unidos y en Singapur», asà como en otros muchos paÃses «a causa de la peligrosa naturaleza de los residuos». La empresa calificó a esos residuos de «agua sucia» y afirmó que eran como la mezcla de agua y petróleo obtenida cuando un petrolero lava sus tanques.
El buque fue rechazado por una compañÃa de Rotterdam, especializada en la eliminación de residuos tóxicos, que no tragó la mentira y exigÃa el pago de una elevadÃsima tarifa para procesar ese tipo de residuos. Se abrió un proceso judicial en Holanda contra la multinacional. Por último, el buque puso proa a Costa de Marfil, donde la carga fue trasvasada a los camiones cisterna de una compañÃa nativa que se prestó a la operación a precios irrisorios. Entonces se inició la terrible catástrofe medioambiental, pues los peligrosos residuos tóxicos fueron arrojados, sin más contemplaciones, en quince vertederos de los alrededores de Abiyán, la capital del paÃs. Durante 2006, los hospitales de la ciudad no dieron abasto; miles de personas tuvieron que ser atendidas, y al menos doce murieron a causa de los elevados niveles de anhÃdrido sulfuroso.
Los productos desprendidos por los residuos produjeron quemaduras, náuseas, diarreas, pérdidas de conciencia y muerte entre quienes entraron en contacto con ellos. La multinacional, sin aceptar responsabilidad alguna, indemnizó a las familias de los fallecidos en 2007 y contribuyó a la limpieza de lo contaminado. El empresario marfileño que esparció los residuos fue condenado en su paÃs a 20 años de prisión; es el único encarcelado. El resto de la trama permanece a salvo, dada su condición de compañÃa multinacional asentada a la vez en todas partes y en ninguna.
Cada una de las vÃctimas recibirá 1.600 dólares y… ¡aquà no ha pasado nada! Al fin y al cabo, con ese dinero serán felices esos «miserables subsaharianos», capaces de vivir con menos de un par de dólares al dÃa. El viejo cóctel de aristocracia sin escrúpulos, dinero fácil y capitalismo global (antes, «colonial») parece seguir haciendo de las suyas ya entrado el siglo XXI.
Alberto Piris
General de ArtilerÃa en Reserva