¿De qué me servirá aprenderme la clasificación taxonómica de los seres vivos, sino sé qué es la vida?
¿De qué me servirá saber dividir en problemas de matemáticas si, fuera de ahí, no sé dividir para hacer justicia?
¿De qué me servirá saber la tabla periódica, si luego no sé interpretar las noticias de los periódicos?
¿De qué me sirven las normas del colegio, si no soy capaz de preguntarme si están bien o están mal?
¿De qué me servirá todo lo que aprenda, cuando la nueva Ley de Educación rebaje el estatus de la Filosofía?
Las nuevas generaciones serán mitad robots y mitad papagayos que memorizarán y luego lo repetirán todo sin cuestionar nada.
Vivirán felices en una vida que no entienden, en un país que no saben si es justo, con unos hijos a los que no sabrán decir cómo deben comportarse.