Al llegar a la vejez, muchos homosexuales se ven obligados a esconder su verdad por miedo a sufrir el rechazo que soportaron en su juventud. Un cambio en la conciencia social haría que sus derechos y necesidades se respetaran en el ocaso de sus vidas.
Más de siete millones de personas que viven en España son mayores de 65 años. No hay estudios que nos digan cuántos de ellos son homosexuales. Sin embargo, existen y la vejez les hace volver al armario.
Nacieron cuando España era una dictadura. Eran diferentes, se sentían diferentes, pero el miedo les impedía expresarlo. La Ley de Vagos y Maleantes llevó a cientos de homosexuales a la cárcel y a muchos otros a esconderse, a que no hablaran de su homosexualidad y se sintieran desdichados.
Llegó la democracia y las libertades, entre ellas las de elegir libremente a la pareja. Pero también llegó el sida. Una lacra para el colectivo homosexual que les señalaba con un dedo acusador por prácticas “promiscuas” y “no normales”. Además, los años de represión y de educación católica seguían perdurando en la sociedad. Si bien es cierto que ya no iban a la cárcel por sus gustos sexuales, la ciudadanía les seguía mirando mal y, muchos de ellos, preferían vivir con las puertas del armario cerradas. Con los años 90, personajes famosos dieron a conocer abiertamente su sexualidad. La lucha de homosexuales y lesbianas llegó a su punto más alto, de dejaba de ser un tema tabú. Muchos homosexuales lucharon por sus derechos, por ser aceptados tal y como son y por salir de la incomprensión y el aislamiento. Hoy, la homosexualidad no deja de ser un ejercicio del derecho a la libertad sexual. Gays y lesbianas pueden casarse en los juzgados y no hay serie o programa de televisión en el que el colectivo no esté representado.
Sin embargo, estas personas que lucharon por los derechos de todos, que fueron perseguidos, e incluso privados de su libertad no son correspondidos como es debido cuando han llegado a mayores. Sus problemas siempre han sido relegados a un segundo plano en la lucha homosexual. El movimiento activista siempre ha estado ligado a la imagen de la juventud, más abierta sin duda, pero dejando relegados al grupo de mayores y sus necesidades. Desde la Asociación de Ex Presos Sociales denuncian que uno de los principales problemas con los que se encuentran los homosexuales “seniors” es la falta de adaptación a las residencias y centros de día para personas mayores. Muchas de estas instituciones están gestionadas por la Iglesia y las que son públicas se “ponen una venda”.
Por otro lado, las mentalidades y educación de las personas de esa edad no permiten “ver con buenos ojos” a dos hombres o dos mujeres juntos por amor. Por ello, son aislados por el resto del grupo. Son criticados e insultados como en otros tiempos. Algunos tienen que esconder que quien viene a verlos a la residencia es su pareja, se tienen que inventar una vida diferente a la vivida para no ser rechazados o ven cómo su compañero de habitación deja de serlo porque es homosexual y no le gusta su compañía.
En un mundo donde la belleza y la juventud son ensalzadas, la vejez trata de esconderse y es poco visible. Si a la vejez se suma la homosexualidad, la invisibilidad es total. Los recursos no están adaptados a sus necesidades, sus coetáneos les rechazan… pero ellos, quizás por su educación y los años de represión vividos, tampoco lo viven con naturalidad y se avergÁ¼enzan.
Desde las asociaciones de gays y lesbianas piden que hasta que la sociedad cambie tendría que haber residencias adaptadas, pisos tutelados y centros de día para personas homosexuales para que pudieran vivir sus últimos días con tranquilidad y sin mentiras. Esto, probablemente, que crearía guetos. Pero al menos tendrían un lugar donde sentirse a gusto. Los cambios en la conciencia social necesitan tiempo, quizás generaciones enteras. La lucha ha de estar ahí para que definitivamente los armarios sólo sirvan para guardar la ropa.
Ana Muñoz Álvarez
Periodista