…Erase una vez dos ciudades, que tenían el mismo problema: estaban llenas de coches: sus ciudadanos los cogían a todas horas para ir a todas partes, y muchas veces iban solos o iban a sitios que estaban muy cerca de sus casas.
Había tantos coches, que la gente estaba enfadada: el humo les asfixiaba, o les hacía alérgicos, iban muy lentos, gastaban mucha gasolina y dinero, y muchos acababan atropellados, porque la gente se cansaba.
Así que el Rey, que mandaba en ambas ciudades, mandó llamar a todos los sabios y filósofos del reino, y mandó poner anuncios y correr la voz de que una gran recompensa sería otorgada a quien encontrase la solución.
Comoquiera que se presentaron cientos de personas que decían ser sabios, mandó organizar un concurso de debate, del cual serían jueces sus ministros, para elegir al mas sabio de todos.
Por fín, y después de varias semanas de debate, quedaron dos finalistas, dos sabios muy sabios, que además eran hermanos, y tan cargados de razones que los ministros no se ponían de acuerdo de cual era el mejor.
Intrigado por semejante empate, el rey mandó llamar al primero, Autóritas, y le preguntó:
-¿Cual crees, oh, sabio Autóritas, que es el mejor remedio para que mis súbditos no se envenenen con el humo de sus coches?
-Mi señor, sin duda, la bicicleta. Tenéis que conseguir que vuestros vasallos sean y se comporten como debe ser.
-¿Y cual creeis que es el mejor modo de conseguir tal cosa?
-Muy sencillo, Majestad, obligadles. La ley debe mandar sobre los ciudadanos. Doblad el precio de los carburantes con impuestos, prohibid los coches, o doblad su precio con impuestos, castigad severamente a quienes atropellen a alguien e impedid que los coches puedan aparcar o cobrad por ello. Los ciudadanos reflexionarán y elegirán, entonces, las bicicletas.
Impresionado por la solución, y satisfecho por tan brillante razonamiento, el rey mandó llamar entonces al otro sabio, Libertas, y de nuevo le preguntó:
-¿Cual crees, oh, sabio Libertas, que es el mejor remedio para que mis súbditos no mueran bajo las ruedas de sus compatriotas?
-Mi señor, sin duda, la bicicleta. Es limpia, barata, y hará los ciudadanos saludables, que dejarán el coche para cuando tengan que viajar a otras ciudades. .
-¿Y cual creeis que es el mejor modo de conseguir tal cosa?
-Muy sencillo, mi rey, construid un metro.
-Pero, ¿Cómo? ¿Para que mis ciudadanos vayan en bicicleta he de construir un metro? no lo entiendo. ¿No habéis dicho que lo más adecuado es que mis ciudadanos vayan en bicicleta? Debéis estar en un error.
-No, mi señor, si tal quereis, que vuestros ciudadanos vayan en bicicleta, deberíais construir un metro. Es complicado de explicar, pero así se habría de hacer, según mi criterio.
-¿Y qué os parece el consejo de vuestro hermano Autóritas?
-Creo que su sabiduría es grande, pero discrepo con él en lo de que los ciudadanos deben estar al servicio de la ley; mas bien es al reves, la ley está al servicio de los ciudadanos.
El rey se retiró a reflexionar, dudando entre ambos sabios. Al final, como el problema atañía a dos ciudades, y no quería descontentar a sus ministros, decidió que se procediese tal y como decían ambos sabios, solo que en una cidada se procedería como decía Autóritas y en la otra como sugería Libertas. No estaba muy seguro de que el consejo de Libertas fuese razonable, y además era mucho más caro, pero, como os relato, no quería que la mitad de sus ministros quedara descontenta y su gobierno dividido.
En la primera ciudad, se endurecieron las penas de tráfico con graves multas, se encarecieron los combustibles hasta diez veces su valor, se pusieron fuertes impuestos a los coches e incluso se llegó a prohibir algunos modelos, alegando que eran inseguros, y se construyeron carriles-bici, estrangulando la circulación aún más, convencidos de que, al ser tan incómodo conducir, ya nadie cogería los coches.
Pero los ciudadanos que empezaron a coger las bicicletas, al compartir la calle con los coches sufrían graves accidentes, se intoxicaban con los humos y se empobrecían cuando cogían el coche para visitar otras ciudades o sus pueblos natales, o hacían uso del combustible para calentarse en el invierno.
Además, los concejales, como el Ayuntamiento recaudaba mucho dinero, lo gastaban en lujosos cochazos que entorpecían aún más el tráfico, y los hombres ricos y burgueses, que no querían que sus hijos enfermaran o murieran, y para los que los grandes impuestos no eran un obstáculo, siguieron cogiendo y comprando coches.
Desesperado, el Ayuntamiento decidió prohibir la venta de coches, pero eso sólo agravó el problema, pues empezaron a venderlos en el mercado negro y eso dobló su valor, haciendo a los ciudadanos aún más pobres.
En la segunda ciudad, como dijo Libertas, se construyó un metro. Para pagarlo se puso un impuesto en el aparcamiento, pues se juzgó que no era justo ponerlo en el combustible, porque aquellos que usaban éste para otras cosas, como la calefacción, no tenían culpa del desbarajuste de la circulación. (Salvo cuando las cisternas abastecían sus casa, claro)
Al cabo de dos años, y aunque el primero la gente se desesperó por lo que entorpecieron al tráfico las obras del metro, la gente se dió cuenta de que era muchos más barato usar el metro, y, poco a poco, dejaron sus coches para ir a sus trabajos o al mercado.
Un buen día, había tan poco tráfico en la ciudad, que los estudiantes primero, los trabajadores después, y al final hasta madres y abuelas usaban la bicicleta, pues era mucho más barata aún que el metro.
Al cabo de un tiempo, ya nadie usaba el metro, y decidieron usar las excavaciones para garaje de los coches, dando aún mayor espacio a los ciclistas. Y así fue que, sin obligarles a cambiar, los ciudadanos de la segunda ciudad, cambiaron su mentalidad de conductores.
El rey, al ver los resultados, decidió que se procediera en la primera ciudad como en la segunda, y llamando a ambos sabios de nuevo, dispuso que se recompensara doblemente a Libertas y que Autóritas fuese ejecutado, por el gran mal que había causado.
Pero entonces intercedió Libertas, diciendo:
-Mi señor, ya sé que Autóritas ha causado un gran mal, pero no debéis ejecutarlo.
Mosqueado, el rey dijo:
-Pues si él vive, vos, Libertas, os quedaréis sin recompensa, pues necesitaré el dinero para apaciguar a aquellos que me piden su muerte,
-Yo no entro en política, mi Rey, pero su consejo aún puede seros de utilidad en el futuro. Además, soy sabio con votos, y uno de ellos es el de pobreza.
Y efectivamente así fue, el rey necesitó del consejo de Autóritas, cuando los que se habían hecho ricos en la primera ciudad, se sublevaron, pero esa es otra historia.