Voy a ser corporativista desde la barrera, voy a expresar mi opinión desde la cómoda atalaya del que no padece la situación, pero se siente concernido por los avatares de una profesión que no ejerce (remuneradamente), aunque académicamente pertenezca a ella. E intentaré hacerlo como si aconsejara a un hijo que inicia su carrera.
Porque, como tantas otras, el periodismo es víctima hoy día de las dentelladas traumáticas que propicia una crisis voraz, mordiscos que no se limitan sólo a lo económico o material (sueldos, rentabilidad, cierre de empresas, etc.), sino también a la esencia definitoria, al concepto mismo de periodismo (personal útil para todo y “desrregulado”.) No es extraño, por tanto, ante un panorama tan desolador, que en Sevilla se produjera una manifestación de cientos de periodistas para clamar “por un periodismo en condiciones dignas” y “por un periodismo que defienda la verdad”. La protesta estaba convocada porla Asociaciónde Prensa de Sevilla (APS), a la que se adhirieron entidades gremiales de Andalucía y España, sindicatos, asociaciones empresariales y alumnos dela Facultadde Comunicación de Sevilla. Cerca de 500 profesionales mostraron de esta manera su preocupación por el futuro -y el presente- de una profesión que vive un periodo de transformación extremadamente delicado.
Pero llama la atención que una de las reivindicaciones de los manifestantes sea la de “un periodismo que defienda la verdad”. Resulta contradictoria tal exigencia de veracidad, pues se presumía que, hasta donde la diligencia lo permite, ello era condición intrínseca de toda información elaborada periodísticamente. Conozco la imposibilidad de contrastar adecuadamente, las prisas por ser los primeros en “dar” algún asunto y las dinámicas de trabajo de muchas redacciones, pero no es pecar de ingenuo sospechar que, si el periodista se halla imposibilitado para ser instrumento de ese derecho a la información que la Constitución protege de manera especial, permitiendo el acceso de los ciudadanos al conocimiento de los hechos, es que el periodismo está afectado de un problema letal.
Más que cambios en el modelo de negocio (concentración de medios, grandes conglomerados mediáticos, etc.) o en los modos de producción (diversidad de soportes, plantillas multifuncionales elaboradoras de contenidos, internet, etc.), parece que lo que está en crisis es el propio “ser” del periodismo, como si ya no se supiera lo que significa esta profesión a causa de las condiciones surgidas de una precariedad laboral, escaso reconocimiento profesional e insuficiente remuneración salarial que convierten al periodista en un “peón” sumiso a las directrices empresariales por miedo a un futuro negro, sin garantías de porvenir. Ante el vértigo de una evolución que remueve hasta los cimientos (económicos, empresariales, funcionales) del negocio periodístico, sería suicida renunciar también a las claves que caracterizan a esta profesión como servicio social e índice de la salud democrática de cualquier sociedad. Rendirse a las imposiciones de una desaforada búsqueda de la máxima rentabilidad, sin atender los objetivos sociales del periodismo, sería traicionar los códigos éticos y deontológicos que convierten esta profesión en notarios de la realidad para los ciudadanos. Ninguna transformación tecnológica ni empresarial debería afectar al concepto de periodista como profesional cualificado en “contar a la gente lo que hace la gente” de manera honesta y veraz. Si la rentabilidad prevalece a la profesionalidad periodística, la profesión estará mortalmente sentenciada. El problema, según Soledad Gallego-Díaz, fundadora y columnista de El País, consiste no sólo en “cuántos periodistas quedarán en el camino, sino si el propio periodismo será una de esas víctimas”.
Las tecnologías y la globalización obligan a la adaptación de cualquier negocio. El pan era elaborado de madrugada para que estuviera preparado al nacer el día. Ahora la panadería se ha transformado en una empresa que distribuye una masa precocinada a franquicias que terminan de hornear el pan y lo sirven caliente al consumidor. Sin embargo, el panadero sigue siendo imprescindible para elaborar la masa de pan, sin importar si se cocina inmediatamente o se congela. Lo mismo podría afirmarse del periodista: es imprescindible para elaborar el producto informativo que se va a comercializar a través de empresas mediáticas, independientemente del soporte en que se haga. Lo importante es la elaboración de un buen producto, sin engañar al consumidor. El pan ha de ser pan, no un producto de bollería industrial, y la información ha de ser información veraz, trascendente y útil socialmente, no bulos y rumores para el entretenimiento desatento. Y para ello, es preciso que el periodista pueda trabajar cumpliendo con los criterios que garantizan un producto informativo que se atenga a la verdad y ofrezca credibilidad; es decir, pueda actuar diligentemente. No hacerlo sería suicida. Por ello, la rebelión de los manifestantes es un signo de esperanza para la profesión. Hay que exigir condiciones dignas y respeto al buen hacer profesional. Como en cualquier trabajo.