El ‘Plan Obama’ contempla la devolución de los Altos del Golán, la retirada de Israel a las fronteras de 1967, compensaciones para los refugiados palestinos, pero sin “derecho de retorno”, la doble capitalidad de Jerusalén y la creación de un Estado palestino totalmente desmilitarizado.
Desde hace unas semanas, los servicios de inteligencia israelíes se dedican a vigilar el entorno del presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas. Curiosamente, en este caso concreto se trata más de velar por la seguridad que de aislar al líder de Al Fatah, la única baza con la que cuenta la clase política hebrea para las futuras negociaciones de paz con los palestinos. Unas negociaciones poco deseadas por las agrupaciones que conforman la derecha israelí, más propensas a mantener un status quo que sirve los intereses estratégicos de Tel Aviv que a reanudar el diálogo con el sector moderado de la ANP.
Sin embargo, los poderes fácticos del Estado judío son concientes de que es preciso prepararse para una nueva etapa del proceso de paz, que dará comienzo muy probablemente tras la toma de posesión del nuevo presidente de los Estados Unidos, Barack Obama.
La espectacular victoria del candidato demócrata generó cierta inquietud en el seno de la clase política hebrea, acostumbrada a tratar con los displicentes neoconservadores del equipo de George W. Bush. En efecto, desde el 11-S, Israel se había convertido en un baluarte de la guerra global contra el terrorismo, ideada por la Administración republicana. Pero el innegable predicamento del ex-general Ariel Sharon y, en menor medida, de su sucesor en el cargo de Primer Ministro de Israel, Ehud Olmert, llevaron al paulatino deterioro de las relaciones de Washington con los países árabes.
Los llamados regimenes “moderados”, es decir, pro americanos, entre los que se cuentan Arabia Saudita y la mayoría de los emiratos del Golfo Pérsico, criticaron la relación especial de Estados Unidos con Israel, basada ante todo en un común denominador: el miedo ante el terrorismo islamista. Los consejeros de la Casa Blanca lograron acrecentar el temor que se fue adueñando de la opinión pública americana, alimentándolo con un sinfín de alegaciones, ficticias o reales, susceptibles de generar pánico. Cabe suponer que la psicosis de amenaza colectiva dará paso, a partir del próximo 20 de enero, a una actitud más dialogante por parte de las autoridades estadounidenses, a una política más equilibrada, capaz de tener en cuenta los intereses de todos y cada uno de los actores que se disputan el protagonismo en la región.
Durante los primeros meses de la campaña presidencial, los detractores del entonces senador por Illinois hicieron especial hincapié en su segundo nombre – Hussein – insinuando que un criptomusulmán difícilmente podría comprender la compleja problemática del Estado judío. Sin embargo, el pesimismo inicial dejó paso al júbilo tras el nombramiento de varios colaboradores de origen judío y de personalidades que no ocultan su simpatía por Israel. Pero a la hora de la verdad, el interés de los analistas políticos se centra en el contenido del borrador de programa elaborado por dos asesores de política exterior del nuevo presidente, el general Brent Scowcroft y el politólogo Zbigniew Brzezinski, ex Consejeros de Seguridad Nacional en las Administraciones Ford, Bush (padre) y Carter.
Al parecer, el llamado “plan Obama” contempla un posible acuerdo de paz entre Tel Aviv y Damasco a cambio de la devolución de los Altos del Golán, la retirada de Israel a las fronteras de 1967, una política de… compensaciones para los refugiados palestinos, como contrapartida por la renuncia al “derecho de retorno”, la doble capitalidad de Jerusalén y la creación de un Estado palestino totalmente desmilitarizado. Los autores del documento retoman las líneas generales del fracasado plan Clinton.
La viabilidad de dicha propuesta depende, en gran medida, del resultado de las elecciones generales israelíes. Si la candidata de la agrupación de centro-derecha Kadima, Tzipi Livni, se alza con la victoria, las negociaciones podrían prosperar. Pero si gana el derechista Benjamín Netanyahu, cabe suponer que Obama acabará tropezando con otra negativa.
Obama tendrá que armarse de paciencia para corregir los errores cometidos en la zona por su antecesor, ya que al rompecabezas palestino-israelí se suman la incómoda situación de Irak, la necesidad de bajar el tono en la pugna verbal con el Irán de los ayatolás, las reticencias de los príncipes saudíes, el avance de la ofensiva talibán en Afganistán y la no menos preocupante radicalización en la vecina Pakistán. En la mayoría de los casos, se trata de heridas abiertas.
Adrián Mac Liman
Analista Político Internacional