Desaprender
Hace mil años, el rey castellano Alfonso X el Sabio definió la universidad como un “ayuntamiento de maestros e de scholares, fecho en algún lugar, con animo e volontá de compartir saberes”. Con el paso del tiempo parece haberse olvidado la verdadera esencia de las universidades.
No se trata de un lugar donde adquirir un mero título, sino un espacio para “desaprender lo aprendido”, compartir y enriquecernos.
En el actual escenario económico, muchos jóvenes no encuentran un trabajo adecuado a sus estudios universitarios. Sin embargo, dicha formación no garantiza un título ni un empleo determinado. Estudiar medicina, derecho, o económicas no garantiza ejercer como médico, abogado o economista en un futuro. El término universitas omnium expresa una visión global de toda la realidad. La universidad debe promover una base común de saberes: filosofía, ciencias, historia, arte, literatura… Conocimientos necesarios para crear un buen cimiento a partir del cual continuar el aprendizaje.
En su origen, la Universidad era concebida como un gremio en el que se protegían los intereses de las personas dedicadas al oficio del saber. Se la designó como Alma Mater, capaz de engendrar y transformar al hombre a través de la ciencia y el saber. Su misión no es enseñar un oficio, ni obligar a memorizar para después olvidar. Sino dotar al hombre de las herramientas necesarias para buscar la mayor felicidad posible.
A lo largo de la historia, la autonomía de la universidad ha pasado por muchos trances. Sin embargo, es un rasgo indispensable para su buen funcionamiento. En el caso de la ciencia y el saber, su independencia deber ser considerada en dos aspectos: la autonomía que el saber debe tener frente al poder, capaz de fijarse sus propias normas, métodos, límites y propósitos. Por otra parte, la emancipación de la ciencia y el saber en el plano social, capaz de influir en la sociedad y transformarla. En muchas ocasiones, la independencia de la Universidad ha encontrado obstáculos en intereses políticos y religiosos sectarios, que impedían un libre desarrollo intelectual.
La Institución Libre de Enseñanza, organismo creado en 1876 por un grupo de catedráticos en España, nació para defender la libertad de cátedra. Se negó a ajustar sus enseñanzas a los dogmas oficiales en materia política, religiosa o moral. Se trataba de una reivindicación para recuperar la esencia de la Universidad, para desempolvar las raíces de una educación capaz de despertar el interés y el pensamiento de los estudiantes.
Desaprender, dejar atrás las ideas preconcebidas, los prejuicios, era requisito indispensable para ser universitario. Se trataba de discernir el contenido de nuestra memoria para dejar paso a nuevas ideas, nuevos saberes. Poco se puede enseñar, mucho se puede aprender; con esta filosofía la vida del universitario cobra sentido. La universidad no se puede limitar a en tomar apuntes, memorizar y repetir. Se trata, sobre todo, de compartir, discutir, pensar en nuevos caminos, en nuevas ideas que nos enriquezcan. Es un proceso sin receta ni instrucciones que marcará nuestra existencia.
No es fácil afrontar este concepto de universidad cuando desde niños nos han inculcado la idea de que lo importante es aprobar, sin importar si hemos comprendido o sólo hemos memorizado datos y conceptos. La reflexión y el debate han pasado a un segundo plano en nuestro sistema educativo. Ya no es corriente que haya debates en las aulas, ni que se discutan las ideas del profesor, lo que desvirtúa las instituciones de enseñanza media y las universidades.
Los saberes enriquecen y condicionan nuestra vida, la manera de afrontar desafíos y resolver problemas. Enseñanzas necesarias ante medio millón de desempleados, de de los que un 10% tienen menos de 25 años. Nos enfrentamos a un sistema obsoleto que necesita nuevas ideas.
Desaprender para crear alternativas. Da igual cual sea el puesto de trabajo eventual, no dependerá del título o de estudios en concreto, sino que responderá a las inquietudes y a una auténtica vocación.
Irene Casado Sánchez
Periodista