Cuando se acerca el final de curso, veo a estudiantes que terminan su carrera y que se agobian ante el temor de no tener nada que hacer. Necesitan que alguien les organice el ocio. Algunos se matriculan en cursos inverosímiles, se someten a prácticas absurdas en medios de comunicación esclavistas. En fin, todavía no han descubierto el placer de «hacer nada», la inmensa riqueza que puede proporcionar el descanso como otra manera de realizarse y dejar aflorar las mejores esencias. Viajar con amigos, leer, hacer deporte, «descubrir gentes y andar caminos que, según Cervantes, «hace a los hombres prudentes».
Me recuerdan a aquel discípulo, muy exigente consigo mismo, y que se presentó ante el Buda para contarle sus proezas:
– Señor, durante años me he sometido a las más duras disciplinas, he ayunado, he perdido las pestañas desentrañando las Escrituras, me he esforzado en hacerlo todo con perfección, no he concedido descanso a mi cuerpo.
– ¿Y qué has logrado con todo eso?, – le preguntó el Buda.
– ¡He conseguido caminar sobre las aguas!
Entonces, el Buda, amable y compasivo, le dijo con una dulce sonrisa:
– ¿Y para qué están las barcas? ¡Qué lástima de tiempo perdido!
No hay mayor conquista que la de la paz interior. Dicen los Maestros que, a veces, es mejor descansar. Si permanecemos alerta, comprobaremos que los mejores dones son gratis. No hay que dejarlos escapar.