Veo pasar humanas y humanos cerca de mí, verdaderas riadas que apenas me alcanza el sentido para poner mi humanidad en ellos. Parecemos tan diferentes unos de otros, pero penosa y falsamente diferentes cuando indago un poco más, pudiendo ser la diferencia nuestra máxima virtud.
Quisiera que en todos y cada uno ardiera la sorpresa, el despliegue de asombrosos sentimientos trabajados durante décadas hasta conseguir una obra de arte de alma y de mente.
Quisiera que la inteligencia humana se desplegara en ingeniería y arte del pensamiento y del sentido, pero no en superfluas estructuras y volúmenes materiales. Quisiera sorprenderme.
Quisiera percibir que sus cuerpos gastados de buena alimentación y gimnasio y estética y moda trasparentaran la noble vibración del espíritu. Pero nada. Un bandada de patos caminando por las calles no se vería tan ridícula como su andar atrevido y veloz.
¿Por qué sólo miran con los ojos y hablan y hablan? Por sus bocas arrojan ruidos toscos que llaman palabras. ¿Y si habláramos mejor en verso, o aún mejor, trináramos? De seguro entonces nuestras almas podrían crecer como universos hacia adentro. Y entonces yo querría viajar hasta años luz de ser necesario para alcanzar tu estrella única y luminosa. Yo te abrazaría sin temor y llorando de felicidad en mitad de la calle. Yo te miraría a los ojos en silencio, para siempre, y en ellos me sorprendería de la maravilla de ser tú una mujer o un hombre únicos, con una creación –como busco y busco- inesperada y sublime para mí.