El Estado del Bienestar, en toda la dimensión del término, es mucho más que la universalidad de la Sanidad o la gratuidad de la Educación, es un concepto amplio que va más allá de las herramientas que se necesiten para orquestarlo de la mejor de las maneras posibles, el Estado del Bienestar es aquel que fundamenta la organización de una sociedad sobre la base de la solidaridad inter e intrageneracional, obviando la relación directa entre pago y recepción individual del producto o servicio en favor de la construcción de una sociedad homogénea y consistente.
Por ello, más que los recortes que nos anuncian y nos anunciarán debemos de preocuparnos ante el cambio de paradigma ideológico en el que nos estamos situando desde que el Partido Popular llegó al poder en favor de lo individual y en contra de lo social. Todos los discursos de los dirigentes populares llevan un mismo camino que no es otro que identificar el grupo social que recibe los beneficios de un servicio público para exigirles un repago sobre el mismo, y eso nos lleva a una tendencia ciertamente peligrosa.
Porque el Estado del Bienestar se construye desde el cobro progresivo de impuestos a los ciudadanos, en función de su volumen de renta, para una posterior redistribución en una serie de partidas presupuestarias que garantizan la prestación de los servicios públicos de los que nos deberíamos de beneficiar todos por igual, sin excepciones. Decir que las personas que superen un determinado volumen de renta tienen que pagar por un servicio público es un atentado directo al Estado del Bienestar protegiéndose tras la red de seguridad del populismo más fácil y de la demagogia más aplaudida.
No permitamos que el discurso fácil y populista arraigue entre nosotros, rebelémonos ante los ataques contra el Estado del Bienestar, no sólo contra los recortes, que no dejan de ser circunstanciales y corregibles en el futuro, sino, y especialmente, contra los mensajes individualistas y finalistas que los dirigentes del Partido Popular nos envían un día sí y otro también, porque una mentira repetida miles de veces acaba por parecer verdad.