DESOLACIÁN Y UTOPÁA
Desolación. No se me ocurre otra palabra para denominar lo que me rodea; desolación en la gente, en los ánimos, en las conductas. ¿cómo hemos llegado hasta aquí? ¿por qué?
Nunca he sido pesimista, quizá ahora tampoco lo sea o puede que sí, aunque disimule.
Un paseo basta para confirmar mi ocurrencia a la vista de tantos escaparates sin oferta alguna, cerrados de por vida y lo peor, asfixiados por una crisis que se los llevó por delante. Me vienen a la memoria, recorriendo las calles de la niñez y juventud, las tiendas de mi barrio entonces. En una sola calle como en la que viví, pequeña, de unos cuarenta números, había una panadería, una tienda de ultramarinos, una tienda de vino, dos talleres de coches, una farmacia, dos bares. En cada edificio un local con un negocio o industria. Ahora, el panorama es otro. Desolación. Es consecuencia de los tiempos y si alguien creyó que la vaca tenía leche para siempre, el error le puede costar caro. Pero las causas, de tan claras, son inexplicables para la mayoría de nosotros.
A ver cómo nos creemos el por qué de la dichosa burbuja, cuando nos intentan demostrar que los sesudos eruditos de la economía mundial no fueron capaces de preverla, o… ¿acaso sabían muy bien lo que hacían?
A ver cómo nos convencen de que la crisis no está amañada por los pocos que controlan todo para seguirlo haciendo. -A ver, ¡a qué no! –
Hay dos máximas en la que creo a pies juntillas; una, ley física, reza: -La energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma-. La otra, ley práctica, reza: -El dinero nunca desaparece, sólo cambia de manos-.
A ver si con todo esto solamente se busca el fin inexorable que nos convierta en la sociedad del Gran Hermano, como nos avisaba Orwell. El organigrama de la obediencia por el miedo a perderlo todo; la renuncia a poder discrepar por temer ser rechazado y marginado, sin dinero para la subsistencia. Aceptarlo casi todo por un plato de lentejas.
Los derechos humanos al final resultan caros al sistema. Encima los humanos con derechos se insolentan de una manera poco conveniente y hasta reclaman más derechos- ¡qué impertinencia!.
Entonces, (habrán decidido los fácticos) hay que darles miedo e inseguridad hasta que bajen la cabeza y cuando lo hagan les enseñaremos quién manda de verdad. Esta vez no harán falta uniformes ni banderas. Los dictadores llevaran ternos de Armani y al ritmo del Rolex nos marcaran los tiempos del desfile hacia la sumisión. ¿Es éste el futuro que nos espera?
Yo lo quiero dudar y me alegra saber que muchos se quejan ya en voz alta, pero, ¿puede la utopía parar la cadena? Permitirme mi pensamiento jacobino cuando digo que el poder está en el pueblo, aunque el pueblo no acabe de creerlo porque nunca ha tenido el verdadero poder a pesar de que sea la primera Declaración de nuestras Constituciones Democráticas y que todas las revoluciones se han llevado a cabo en su nombre.
Poco a poco, “los poderes ocultos” van convirtiendo los deseos en utopías pero posiblemente desconozcan los versos del escritor uruguayo Eduardo Galeano:
CAMINÁ‰ DIEZ PASOS HACIA LA UTOPÁA Y Á‰STA SE ALEJÁ DIEZ PASOS.
CAMINÁ‰ OTROS VEINTE PASOS MÁS Y Á‰STA SE VOLVIÁ A ALEJAR OTROS VEINTE.
ENTONCES ME DÁ CUENTA QUE JAMÁ€S ALCANZARÁA LA UTOPÁA,
PERO TAMBIÁ‰N OBSERVÁ‰ OTRA COSA,
QUE LA UTOPÁA SIRVE PARA ESO, PARA CAMINAR