Disonancias, 1
Dicen los visionarios catastrofistas, y aseguran los augures agoreros, que el año 2012 es el último de la Historia. Gente más conspicua concede que vaya a ser el último de un ciclo. ¿Qué ciclo? Yo tengo una respuesta. Puede haber otras. El ciclo al que me refiero es el del despilfarro.
Despilfarro significa consumismo desaforado y otras desviaciones mayúsculas en la organización de la vida cotidiana, tanto pública como privada. Todos los países presuntamente desarrollados, y sobre todo la Unión Europea, están bajo el síndrome de los recortes. Se recortan presupuestos, salarios, prestaciones, servicios… Ponemos mala cara, pero nos vamos resignando. Por aquí y por allá surgen protestas y manifestaciones de sindicatos, colectivos sociales, grupos profesionales, funcionarios, etc.
Yo quiero suponer, con intención serena, que también en el seno de las familias se van estableciendo restricciones del gasto, unas veces por necesidad y otras por precaución. El tercer escalón, el individual, tiene mucho que decir al respecto. Sin una determinación personal de reducir consumos innecesarios o excesivos, hay poco que hacer.
Nos hemos acostumbrado a recibir consignas desde arriba, desde la cima de la pirámide, como si un faraón virtual pudiera orientar nuestra trayectoria en determinados órdenes de la vida, por ejemplo los económicos. Desde mi punto de vista, habría que invertir la pirámide, o al menos compaginar los puntos de vista de la cúspide y de la base. No sólo los puntos de vista, sino las acciones concretas. De poco va a servir que los ministros o consejeros o concejales de economía dicten normas estrictas para reducir el gasto público, si los ciudadanos de a pie no tomamos conciencia de la situación personal y reducimos responsablemente nuestro tren de vida.
Cuando la crisis económica pareció definitivamente insalvable, corrió la voz de que “habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades”. Estas palabras, que al parecer procedían de los gobernantes alemanes, fueron pronto asumidas y repetidas por los nuestros. Sin embargo, desde mi punto de vista, el enfoque del tema no es el correcto. Hemos vivido por encima de nuestras necesidades. La marea publicitaria que hemos soportado en los últimos decenios ha conseguido hacernos perder la conciencia de lo necesario, ha confundido la posibilidad con la necesidad.
El despilfarro tiene ese origen: gastar en lo innecesario porque es posible hacerlo, porque disponemos de medios suficientes. Evidentemente han existido planteamientos equivocados en el desarrollo económico, pero lo que realmente ha faltado, y sigue faltando, es una toma de conciencia de cuáles son las auténticas necesidades del ser humano y qué porcentaje de lo que consumimos es perfectamente prescindible.
Cuando hace pocos años, una persona amiga, afiliada al partido socialista, se atrevió a mencionar públicamente, en una colaboración periodística, el término decrecimiento, el aparato del partido se llevó las manos a la cabeza y la furia a la boca. Pero no tardó mucho en tener que cubrir sus vergÁ¼enzas y admitir oficialmente dicho término, que hoy es de uso obligado.
El futuro no tiene fácil arreglo. La crisis va para largo porque es más de desenfoque ideológico que de estructura económica. O renunciamos individual y colectivamente al despilfarro, o el túnel en el que hemos entrado tiene un trayecto y una desembocadura impredecibles.