El Parlamento Europeo pide la creación de un Pasaporte de Capacidades para reconocer el voluntariado como experiencia para encontrar trabajo. Los eurodiputados impulsores del texto ya aprobado sostienen que estas actividades altruistas enriquecen el currículum con nuevas competencias y conocimientos.
Como muchas organizaciones educativas, deportivas y religiosas de buena voluntad, los eurodiputados desvirtúan el voluntariado social al confundir conceptos. Abren la puerta para que muchas personas asuman un compromiso que se limita al fin de enriquecer el currículum y de conseguir trabajo. Sucede lo mismo con el “voluntariado” con el que algunas empresas pretenden enganchar a sus empleados y mejorar su imagen pública por medio de programas de Responsabilidad Social Corporativa. Esta moda empresarial amenaza con instalarse en algunas universidades, que se plantean reconocer con créditos las actividades de voluntariado para así implicar a sus alumnos en tareas solidarias, formar “personas íntegras” y hacer de los jóvenes “gente de bien”.
Convierten así el voluntariado en un medio para conseguir un fin. Una vez alcanzado, queda en el aire el compromiso con la organización que se responsabiliza de la formación y de ofrecer las condiciones adecuadas para el servicio del voluntario a los más desfavorecidos: ancianos que viven solos, enfermos que no reciben visitas, personas sin hogar, inmigrantes sin papeles y sin trabajo, niños sin escolarizar y en riesgo de exclusión, personas con enfermedad mental, etc. Al convertir a voluntarios y personas excluidas en medios para conseguir fines “elevados”, se despoja al voluntariado de su esencia: la persona como protagonista y agente de transformación en un mundo plagado de injusticias donde se confunde ser con tener. En el voluntariado social, este protagonismo corresponde a los marginados en primer lugar, antes que a los voluntarios y a las organizaciones donde realizan su labor.
Estas actividades se distinguen de otras formas de “hacer el bien” en que no buscan los resultados cualitativos ni cuantitativos que predominan en la cultura resultadista de algunos centros educativos y deportivos para crear “triunfadores”. Se trata de promover una cultura de participación y de solidaridad, y de asumir las relaciones humanas como el encuentro entre personas que se buscaban sin saberlo. No importa sólo lo que hacen, sino también la forma en que lo hacen.
El voluntariado social se distingue también por características como la gratuidad, que consiste en dar lo mejor de cada uno sin esperar una retribución monetaria, “espiritual”, académica o profesional. También se distingue por una continuidad que sostiene el compromiso necesario para corresponder a las expectativas creadas y no fallarles a quienes se han acostumbrado a perder. Las organizaciones de voluntariado social le dan al voluntario la libertad de elegir aquello para lo que esté mejor capacitado y que más le guste. Las personas excluidas perciben las sonrisas forzadas, los silencios incómodos, las miradas impacientes al reloj, los bostezos y las distracciones; agradecen las sonrisas espontáneas, las conversaciones naturales y los silencios necesarios en cualquier relación entre iguales. La organización ofrece una formación donde pueda desarrollar una necesaria sensibilidad intercultural y reforzar actitudes y aptitudes presentes en los seres humanos. Un voluntario satisfecho con su labor cumplirá con el compromiso asumido consigo mismo, con la persona excluida, con la organización y con la sociedad.
El Parlamento pedía también que los estados de la Unión Europea ofrezcan ventajas fiscales, una financiación pública estable para las entidades, en especial las más pequeñas que disponen de recursos limitados, y un mayor y mejor acceso a los fondos europeos. Atribuir la desaparición de muchas organizaciones y sus dificultades económicas sólo a la falta de fondos supone ignorar otras caras de sus crisis. Se percibe una creciente desmovilización social y la vuelta de un voluntariado instrumental por encima de una cultura de voluntariado, en términos de Luis Aranguren Gonzalo.
Muchas organizaciones condicionan gran parte de su trabajo a las convocatorias públicas para conseguir los fondos que sostienen su estructura y no a las necesidades que detectan a pie de calle. La competencia por el acceso al dinero público ha incrementado la profesionalización y la burocratización de su personal, que se rige por parámetros de eficiencia. Crece la estructura, se crean nuevas necesidades, aumenta la dependencia de fondos públicos y se descuida la esencia del voluntariado social: trabajar con personas para los demás.
Carlos Miguélez Monroy
Periodista, coordinador del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)