Hacer algo por la deuda
En España aburren desde púlpitos, portavocías y tribunas del Gobierno, y del partido Popular que lo apoya, con la proclamación de la epifanía de un nuevo ciclo económico. Todo por un par de apuntes económicos, como cierta estabilidad de la prima de riesgo y que los fondos buitres compran barato deuda y propiedades inmobiliarias. Pero no se ve ni de lejos que mejore la economía ni la vida de la gente. Sin embargo, más allá del ruido mediático y de las declaraciones que suenan a jaculatorias, no hay hechos que muestren que un nuevo ciclo económico tenga lugar.
¿Realidad o alucinación? No es alucinación ni tampoco realidad, sino ocultación y manipulación de lo que pasa. No hay peor ciego que el no quiere ver. No me referiré al paro crónico ni a la pobreza ni a la desigualdad crecientes para mostrar que no hay nuevo ciclo alguno. Pero sí recordaré la situación real de la deuda. Se habla poco de la deuda, ¿por qué será?
¿Se puede hablar de nuevo ciclo económico positivo con una deuda pública y privada que sumadas son ya un 378% del Producto Interior Bruto? Porque ése es el volumen de toda la deuda, según el informe de Mc Kinsey Global que estudia la evolución de la deuda en las diez principales economías desarrolladas. Más de tres billones a devolver. Y sus intereses.
Al detallar la deuda, también es difícilmente aceptable ese etéreo nuevo ciclo prometido con una deuda pública que hoy es casi el 113% del PIB, según datos recientes del Banco de España. Y menos verosímil al comprobar que la deuda privada es ya el 265% del PIB, si la aritmética no engaña. Tal vez sí haya un nuevo ciclo, pero no esperanzador; sí cargado de nubarrones y con mucho plomo en el ala.
De 2000 a 2008 hubo un endeudamiento privado muy rápido y creciente en España. Se endeudaron empresas, bancos y también familias, aunque éstas, mucho menos. Un ascendente endeudamiento de empresas y bancos muy ligado a la burbuja inmobiliaria que finalmente estalló.
Pero a partir de 2008, es el Estado el que se endeuda a gran velocidad. Sobre todo, porque acude al rescate de bancos y cajas de ahorros, muy tocados por el desinflamiento de la dicha burbuja inmobiliaria. Hoy se debe cuatro veces y media lo que el estado debía en 1989, según recuerda Juan Torres. Y, con el rescate del sector financiero por el Estado, se inicia esa infamia de socializar sus pérdidas para salvarlo de la quiebra. Porque los miles de millones que salvan a la banca salen de la tributación ciudadana. Hay algunos factores más en la amenaza de debacle bancaria, como el choriceo puro y duro de muchos directivos y ejecutivos, pero la burbuja y como explotó son clave para entender lo ocurrido.
Lo perverso es que, tras el estallido de la crisis, que es un saqueo de los bienes comunes de la ciudadanía, se recurre de modo permanente al endeudamiento. No para satisfacer las necesidades legítimas de la ciudadanía. Ni para invertir en economía real que reduzca el desempleo. Se recurre al endeudamiento para tapar agujeros. Agujeros del sector financiero, sobre todo. Sin embargo, no hay créditos para pequeñas y medianas empresas ni para las familias. Apenas.
¿Nuevo ciclo? Los vencimientos de la deuda y el pago de intereses condicionan al más pintado y no hay ciclo nuevo ni recuperación que valga sin enfrentar el grave problema de la deuda; no solo la pública. Incluso economistas ortodoxos son partidarios de reestructurar las deudas. Porque, a día de hoy, el conjunto de deuda privada y pública es impagable. Una reestructuración qué puede aplazar pagos, negociar quitas, reducir intereses… Y no pagar las partes ilegítimas en el caso de la deuda pública.
La Alemania destrozada de la II Guerra Mundial empezó el despegue económico cuando los países acreedores, entre ellos Grecia, curiosamente, le condonaron parte de la deuda y facilitaron el pago del resto. Y en nuestros días, Ecuador y Argentina iniciaron un desarrollo fértil cuando forzaron nuevas condiciones para el pago de la deuda. O dejaron de pagarla.
Hay que hacer algo con la deuda o no se recuperará una actividad económica eficiente. Afrontar la deuda es un objetivo de lucha ciudadana.