Ha llegado la primavera. Se nota en el ambiente, en la actitud de la gente, y en que son las siete de la mañana y casi es de día. Me gusta la primavera, más que el invierno, pero menos que el verano, el verano es mejor, más parecido a los de mi tierra, allí sí que hace calor, tanto que no se puede salir de casa durante el día, y no tenemos aire acondicionado, ni casi ventiladores, nada de nada.
Hoy tengo trabajo, bueno, por llamarlo de alguna forma, un conocido de mi compañero de litera conoce a alguien que paga 30 euros por repartir unos papeles a la salida del metro. He quedado con él en Sol a las 8, así que me tengo que dar prisa. No es gran cosa, pero es lo que hay.
Hasta hace un par de meses no vivía mal, la verdad. Trabajaba en una obra, hacía un poco de todo y ya incluso aprendí el oficio de la escayola, estaba pensando en empezar a hacer chapuzillas y todo, las vueltas que da la vida, quién me lo iba a decir a mí, cuando estudiaba Economía en casa, la vida. Pero la obra se paró. El patrón estuvo varios meses sin pagar hasta que dejamos de trabajar y todo quedó ahí. No se le ha vuelto a ver.
Lo peor es que como no tenía contrato no tengo derecho a nada, a ningún subsidio, a nada de nada, solo tengo derecho a buscarme la vida, como pueda, como me dejen. Además, no tengo familia que me apoye, ¡cómo echo de menos a mi familia! Veo a mis compañeros como reciben ayudas de sus padres, de sus hermanos, de sus primos, y me muero de envidia.
Llego a Sol a las 8. Allí está el tipo. Lleva un traje impecable, y peinado a raya, con gomina, y huele especial, no sé a que. Me entrega las octavillas y me dice que tengo que entregar todas, que cuando lo haga me pagará. No sabría decir, pero debe de haber un millar.
Tengo suerte. El día es agradable y la gente amable. Salvo un par de niñatos que me insultan, nadie me dice nada. Me encuentro con Pedro, un antiguo compañero, que me cuenta que está cobrando el paro, y que se ha ido a vivir con sus padres. Yo le digo que comparto mi habitación con 5 personas más y que vivo de trapicheos como este de las octavillas. Me invita a una caña, pero le digo que no, que tengo que terminar de repartirlas. Nos despedimos. Buen tipo, este Pedro.
Al final eran más de mil, seguro. Acabo de entregar todas y me encuentro con el tipo de traje donde me dijo que estaría. Me paga pero me dice que mañana no habrá trabajo, que vuelva en un par de días. Llego a mi casa, saludo a mis compañeros de piso, saludo a mis compañeros de habitación y me tumbo en mi litera a leer, no quiero hablar con nadie. Estoy leyendo ‘La caverna’, de Saramago. Me gusta. Me libera.
Mañana no sé como comeré, pero, bueno, algo saldrá, digo yo.
Tengo 32 años, llevo 5 trabajando en España, pero como lo he hecho sin ningún contrato no tengo ningún subsidio, ni oportunidades de encontrar nuevos empleos. Vivo de lo que voy pillando.
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