Miremos de frente la verdad. No tenemos democracias: sólo bocetos. No tenemos libertades reales, sino libertades vigiladas y encorsetadas por gerontocracias religiosas, o mafiocracias con cobertura política. ¿Por dónde comenzar a cambiar y hacia dónde?
Ante esta situación de emergencia democrática, un estado debería contar con la presencia activa en los hemiciclos de todo tipo de representantes obreros, trabajadores autónomos, sectores profesionales y grupos cívicos (ongs., etc) elegidos por sus compañeros. Deberían tener cabida desde las asociaciones de vecinos, a las cooperativas de todo tipo, círculos culturales, y todas aquellas agrupaciones de colectivos que pudieran aportar su propia energía al conjunto, y que tuviesen que ver realmente con la vida pública, porque lo que nos muestra el presente es que no se pueden dejar los asuntos de interés general en manos de políticos profesionales que no representan los intereses de los pueblos, o en manos de sindicalistas que tampoco representan los intereses de los trabajadores. Unos y otros viven sometidos a múltiples presiones por grupos de poder extraparlamentarios a los que se pliegan. Entre tanto, multitud de asuntos que podrían ser resueltos con la participación libre y directa de los ciudadanos son olvidados, pospuestos, desnaturalizados o reprimidos por los que se dicen sus representantes. Pero ¿no son los ciudadanos los que legalizan el poder? ¿No son ciudadanos los que forman los Estados? ¿No son los que llenan las abundantes cuentas corrientes y mesas de sus políticos y empresarios? ¿No son, en definitiva, los ciudadanos quienes justifican la existencia misma de los estados llamados democráticos? Pues ¿quién con mayor justicia puede decidir los asuntos deben ser resueltos por los gobiernos locales y nacionales y los modos de llevar a cabo las soluciones de los problemas colectivos? Y, por supuesto, ¿quién con mayor justicia que los trabajadores puede exigir que se hagan efectivas las necesidades de los trabajadores?
En el actual corrupto y decadente sistema impropiamente llamado democrático es práctica común de los partidos el hacer promesas electorales para engañar a la gente, y asegurarse mediante el engaño y la manipulación el uso de un poder inmerecido en manos de gentes sin ética ni moral. En tal caso, el ciudadano normal debería disponer de los recursos legales necesarios para expulsar de sus escaños a los que no cumplen sus promesas. Parecería lógico,- ¿no es cierto? –exigir que dimitan los irresponsables, los corruptos, los ineficaces, los que no acuden a cumplir sus horarios en los Parlamentos, y todos aquellos que eludan la responsabilidad adquirida al ser elegidos. Tan lógico como posible es esto en una sociedad civilizada con una democracia real. ¿Quién se negaría a vivir en un país con los mencionados avances? Sin embargo, estamos tan lejos, que lo que tenemos actualmente es tan sólo un esbozo pobrísimo de lo que podría ser.
Y SI ESTO NO ES POSIBLE, ¿DÁNDE ESTAMOS?
¿No estamos en todas partes bajo dictaduras camufladas? ¿Acaso no estamos, bajo la más refinada forma de un poder dictador que nos hace creer que nos representa para que lo legalicemos con nuestros votos, pero que una vez conseguidos nos impide participar adecuadamente para defender nuestros verdaderos intereses como personas y como ciudadanos? Miremos de frente la verdad. No tenemos democracias: sólo bocetos. No tenemos libertades reales, sino libertades vigiladas y encorsetadas. Y lo peor de todo: nuestra conciencia colectiva no ha llegado a ser capaz de encontrar mejor solución a tanta degeneración ética como manifiesta la suma de tantas conciencias individuales sin conciencia ética que gustan de imitar o acceden a aclamar a los mismos que les aplastan. Hay un tremendo déficit ético y moral que actúa envenenando nuestras organizaciones sociales. Sería impensable que una sociedad de espíritus selectos y libres pudiese tener organizaciones sociales tan burdas como las que exhibimos la presente humanidad miremos el país que miremos. Y eso en el mejor de los casos: no digamos cuando son regímenes totalitarios, jefaturas vitalicias obtenidas por violencia, gerontocracias religiosas, o mafiocracias con cobertura política.
Estamos lejos de ver la luz al final del túnel. La única que podemos aspirar a ver es otra en primer lugar: la luz de nuestra conciencia, para que nadie la pueda secuestrar en su provecho. Liberar nuestra conciencia de sus ataduras: miedos, dependencias, sumisiones, odios, rencores, envidias y ambición, tratar al semejante y al animal como uno mismo quisiera ser tratado es positivar nuestro modo de pensar, sentir y hacer. Convertirnos así en personas libres, alegres, felices, cooperativas, y justas, es ¿por qué negarlo? La principal tarea de nuestra vida. Entre tanto, tendremos que soportar dictocracias y pobreza, no nos auto engañemos.