La razón de que Diógenes pasará a la posteridad, no fue su vida pordiosera, su inmaculada pobreza, su falta de posesiones materiales; la razón fue que ese estilo de vida era fruto de su voluntad, de una coherente convicción.
Cosa muy diferente es que nuestro gobierno, azuzado por la UE, quiera hacernos ascetas a la fuerza, austeros por mandato jerárquico, Diógenes velis nolis.
Ahora tenemos austeridad hasta en la sopa ( menos algunos que de tanta austeridad no tienen sopa) y se nos vende la palabreja como una santa penitencia, llevadera y hasta mística y heroica. El problema es que esa austeridad viene impuesta, y no precisamente por gente connaturalizada con su significado, sino por élites de la oligarquía, que predican el ascetismo desde su abundancia.
Los diccionarios se han apresurado a describrir la palabra austeridad en su sentido político como «medida económica que defiende la subida de impuestos y reducción del gasto publico». Por tanto su sentido de voluntariedad se volatiliza, y su sentido etimológico «aspereza» pasa a ser una consecuencia de imperatividad política. Sin embargo, dentro de ese «gasto público» vemos que su reducción va dirigida siempre hacia áreas esenciales como la educación y la cultura, mientras que no hace mella en el nivel de vida de los predicadores de la austeridad, que siguen con su vida aurífera y sus derroches superficiales.
Hace unos días se conocía que España ha sido el país en que más ha crecido la desigualdad durante la crisis; quiere decir que la austeridad está teledirigida, aplicada, paradójicamente, a las clases ya de por si austeras, aumentando la brecha entre clases.
No acaba aquí el asunto: lejos de ser conscientes del parasitismo que el rico ejerce sobre el pobre, valiéndose de su impuesta conformidad salarial para aumentar su fortuna, han llegado a engendrar un resquemor de conciencia en las clases bajas, que sienten un aire de vergÁ¼enza al pedir lo que le corresponde legítimamente. Los parásitos, según ellos, somos nosotros.
«No muerdas la mano que te da de comer» dice el refrán; la gente lo ha llevado al extremo, pues ni siquiera muerde la mano que le quita de comer, que le provoca el hambre, y es que se ha quedado sin dentadura de conciencia, y tan sólo paladea la mísera inmundicia superflua en forma de espectáculos televisivos.
La historia, en definitiva, ha cambiado bastante: si Alejandro Magno ofreció riquezas a Diógenes y éste las rechazó, hoy nosotros pedimos siquiera vivir dignamente y nuestros Magnos nos responden: austeridad.