Durante casi cinco décadas, los parámetros de Milton Friedman y su Escuela de Chicago, han sido sacralizados en nombre de la libertad del Mercado, hasta el punto de colocar al viejo Estado como herramienta a su servicio. El objetivo, preservar los fundamentos ultraliberales de cualquier regulación responsable y fomentar una praxis financiera que los hiciera posibles hasta sus últimas consecuencias. Ello derivó en una satanización de lo social, culminada por los neocons en la definición de un nuevo concepto de Estado que conservase sus últimos reductos en tres pilares: policía, hegemonía militar y predicamento de su cultura mediante el cine y los media.
El revisionismo del hecho religioso en EEUU y su oleada creacionista, conforma la guarnición social que nutre un credo fundamentalista en lo cultural y económico, capaz de arrogarse en exclusiva, la definición de los sacros valores americanos. “Dios bendice a América”. La célebre coletilla oculta la instauración de un nuevo orden en la sombra, más allá de las legislaturas de turno. Con el bagaje de una aparente laicidad oficial como coartada, el hecho religioso se proclama como necesaria alternativa moral y legislativa. Se trata de inculcar de manera inconsciente a la población, su condición sometida y sufriente.
Condicionada la Política a la fe, se somete toda alternativa ideológica a un estricto segundo plano. Los verdaderos principios políticos están en el Evangelio: no hay más libertad, igualdad o dignidad humana que las que se desprenden de la Creación. Dios sabe impartir justicia y en prueba de su amor, las clases más desfavorecidas se benefician de la caridad, la limosna, los repartos de comida y la benevolencia. Si la desigualdad y la pobreza, son fenómenos queridos por Dios (creador de una sabia distribución en el mundo), no puede existir alternativa política a la Verdad.
El mundo ya no depara leaders que busquen mejorar las condiciones de vida de la sociedad (transformar la sociedad), sino followers, que se entreguen a Dios y recen cuando algo malo les ocurre. Al mismo tiempo, la fe se torna en el aval político de las elites; en el modo de identificación entre iguales. Quien exhibe su creencia en Dios como un programa político a desarrollar, no sólo no discute la realidad que habita y el orden de valores vigente; los ama y busca preservarlos. Quien al contrario no evidencia un apostolado incondicional, se convierte en un elemento extraño, una anomalía que no pertenece al club, a la manera convenida de hacer negocios, al modo de interpretar la política y la realidad.
Los impuestos tampoco son necesarios porque el Estado (ceñido a las tres funciones antes mencionadas) también pierde su razón de ser. Se trata de consumar el regreso a la jungla. Como recuerda Hitler en Mein Kamp, la naturaleza dicta la ley. Todo forma parte de una bella y natural cosmogonía. Al igual que el león devora a la gacela, el fuerte se impone al débil. De este modo, «corresponde sólo a Dios» proteger la libertad, el mercado y a las personas. Sin Seguridad Social, el enfermo reza. Sin educación, se entrega a sus miedos y supercherías sin riesgo de rebelión. Los ciudadanos se convierten en nuevos súbditos, responsables de su propia salvaguardia.
Desde hace años, EEUU soporta una devastadora corriente en la sombra, cuyo objetivo es reemplazar el principio Ciudadano, actor de la declaración de los Derechos del hombre y del Contrato Social o New Deal, por el de creyente de una ungida Libertad, como última instancia de orden, lejos de cualquier intervencionismo estatal que le atribuya en esencia su reconocimiento de derechos y deberes. Es la sanción del ultraliberalismo elevado a dogma; la proclamación de un libre mercado cuya legitimidad emana de Dios, por encima de cualquier coyuntura o legislatura demócrata.
Puede esgrimirse que Obama responde con alternativas keynesianas a las directrices de austeridad, pero ello no significa ofensiva alguna contra los dogmas de fe financieros instaurados por el Mercado. Sostener hoy día que la Política no está plegada al Capital no resulta serio. Si a ello sumamos una inhibición acomodada y clientelar de los representantes de la voluntad popular y el papel de los grupos de presión, poco queda por decir (1). Lo mejor que ha podido pasarle a Obama (además de ahorrarse cualquier heroicidad contra Wall Street), es que sus propios diputados y senadores, le tumbaran (sobornos mediante) su proyecto de Seguridad Social. El lado menos amable de la ira de Dios, recayó esta vez en Gabrielle Giffords, la prometedora delfín demócrata, llamada a suceder al presidente.
Sustituida la justicia social por la compasión religiosa, ésta no cuestiona sino legitima la misericordia del individuo, sin la exigencia de examinar su organización desde una perspectiva crítica. El Dios inculcado en las entrañas de la razón, pasa a erigirse también en imperativo social, en cierre categórico de lo decente. Dios se proclama como tarjeta de presentación, única credencial valida para «entenderse». Ya no es la ideología la que define la fe, sino la fe la que aprueba las ideologías. Lejos de ser expulsados, los mercaderes del Templo, se erigen en apóstoles bajo la impostura de un Jordán purificador. Recobrado el ius natural, el Leviatán financiero ya ha tomado Europa. No piensa detenerse hasta instaurar el nuevo orden.
(1) Doc. Inside Job: 3.000 lobbies (5 por cada miembro del Congreso norteamericano) se gastaron entre 1998 (fecha de la proclamación de George W. Bush) y 2008 (fecha del estallido de la Crisis), más de 5.000 millones de dólares sólo en sobornos personales, persiguiendo instaurar legalmente el actual latrocinio mundial.