Por fin, ya tenemos con nosotros la tan anunciada Ley de Economía Sostenible, la solución a todos nuestros problemas, la pócima mágica que va a solventar la crisis económica de un plumazo sin provocar ningún daño colateral, ninguna consecuencia negativa.
El Consejo de Ministros la aprobó el viernes y Zapatero la presentará en el Congreso mañana mismo, porque no quieren perder más tiempo, más tiempo del que ya han perdido en todos estos meses de crisis en los que no se ha hecho nada más que verlas venir.
La Ley es correcta en su forma y adecuada en la dirección que toma. Está claro que el diagnóstico de los problemas de la economía española son acertados y plantea actuaciones para solventar todos ellos, o para, al menos intentar mejorar la situación.
El problema, sin embargo, es que no actua de manera estructural, sino que se limita a perfilar la solución, marcar lo que hay que hacer aunque luego no lo ejecuta como debía, no acude a la raíz del problema y comienza a construir desde esos cimientos.
Por ello, la Ley de Economía Sostenible es una ley que va en la dirección correcta en casi todos sus apartados, pero que se queda en la superficie, no va al núcleo, no va al meollo, no se mancha las manos.
Una vez más el Gobierno quiere dejar contentos a todos y ofrece un ejercicio de mercadotecnia política con argumentos a los que aferrarse ante cualquier crítica pero sin utilizar su potestad de gobierno para gobernar, que es lo que espera el pueblo español.
Porque el crédito que tenía el Ejecutivo de Zapatero ha desaparecido durante esta crisis, ya nadie cree en la capacidad económica de este gobierno porque no se están atreviendo a realizar las reformas estructurales que nuestra economía necesita.
Paradógicamente, estas reformas estructurales sí se están realizando, de manera acertada, en las cuestiones sociales, en las que este Gobierno está dejando una herencia muy positiva para las próximas generaciones. Sin duda, una nueva contradicción de Zapatero.