Más del 90% de los reclusos drogodependientes en la cárcel de Villabona presenta, al menos, un trastorno asociado al consumo de drogas como depresión o ansiedad, según un reciente estudio de la Universidad de Oviedo. Con motivo de ese trabajo, una joven investigadora conocerá de primera mano los tratamientos de desintoxicación más avanzados en EEUU. El objetivo es adaptar por primera vez una terapia de deshabituación que tenga en cuenta las patologías psíquicas y que pueda aplicarse en el entorno penitenciario.
Más del 75% de los reclusos españoles consumía drogas el mes antes a su ingreso en prisión, según la encuesta nacional ESDIP 2006. Pero si los efectos de la droga se entrelazan con una patología psíquica se produce una patología dual. Como explica Ana González Menéndez, profesora de Psicología e investigadora del Grupo de Conductas Adictivas de la Universidad de Oviedo, el Grupo no tiene constancia de que existan estudios acerca de la proporción de personas con patología dual en el entorno penitenciario español.
“Se trata de un dato importante, porque estas personas no responden al estilo terapéutico que se lleva a cabo en los programas de desintoxicación tradicionales. En cuanto a nuestro estudio, hemos obtenido los datos utilizando un instrumento de detección y lo ideal sería un diagnóstico más exhaustivo, pero no hay duda de que este problema es más frecuente de lo que se pensaba”, afirma Ana González.
María José Casares es la joven investigadora del Grupo que permanecerá tres meses en la Universidad de Pensilvania (EEUU) con ayuda del Plan de Ciencia, Tecnología e Innovación del Principado (PCTI). En el marco de su tesis doctoral, también financiada por el PCTI, estudiará las posibilidades de llevar a cabo un tratamiento psicológico en el contexto penitenciario.
Para ello, aplicará algunas de las técnicas y terapias más avanzadas en el tratamiento de la drogodependencia que está conociendo en el Treatment Research Center y en el Treatment Research Institute de la Universidad de Pensilvania, y prestará especial atención a la evaluación y diagnóstico del perfil de personalidad de los reclusos o la gravedad de la adicción, entre otras variables.
¿Qué falla en el enfoque convencional?
En palabras de María José Casares, “el tratamiento tradicional de confrontación produce una considerable resistencia en las personas con patología dual, así como un incremento en los niveles de ansiedad que es perjudicial para su estabilidad”. Por eso, explica, plantean como tratamiento la combinación de terapia cognitivo-conductual junto con sesiones iniciales de entrevista motivacional para potenciar la toma de conciencia de la necesidad de un cambio de conducta.
“Con la técnica que proponemos, el recluso no se siente juzgado. Así se consigue más colaboración y el establecimiento de una alianza terapéutica que incrementa la adherencia al tratamiento, muy importante si tenemos en cuenta que uno de los principales problemas de este tipo de intervenciones es el abandono del tratamiento en fases tempranas”, afirma María José Casares.
Además, y bajo la dirección de Ana González, María José Casares ha abordado un ambicioso análisis de la situación de las personas que ingresan en prisión y de aquéllos que deciden seguir una terapia de desintoxicación. “Es importante conocer las variables que llevan a las personas a buscar tratamiento por si se puede intervenir en ellas de algún modo, por ejemplo, incrementando la motivación”, explica.
Algunos datos
Las investigadoras puntualizan que los resultados que han obtenido a partir de una muestra de 112 reclusos no indican que la situación en Villabona sea peor que la de otros centros penitenciarios, sino que reflejan una realidad poco conocida debido al escaso volumen de investigaciones que se abordan en este ámbito.
El estudio pone de manifiesto que casi tres de cada cuatro internos drogodependientes en el centro penitenciario de Villabona consumen más de un tipo de sustancias. La droga más consumida es la cocaína, a la que están “enganchados” un 89% de los internos drogodependientes. El 80% de ellos consume cannabis, el 62% heroína y el 32% es dependiente del alcohol. No obstante, señala María José Casares, “La prevalencia del trastorno por dependencia alcohólica va en aumento en este entorno, puesto que las medidas penales para los delitos de conducción bajo los efectos de sustancias se han endurecido”.
En cuanto a los datos de los reclusos en general (no ya sólo los drogodependientes), las investigadoras señalan que el 80% tiene al menos un trastorno. El más frecuente es el de personalidad antisocial, seguido de trastornos psicóticos, depresivos y ansiosos. Además, el 48% presenta alguna enfermedad crónica física asociada al consumo de drogas, como VIH, Hepatitis C o cirrosis hepática. Más del 80% de los reclusos presentan otras enfermedades crónicas sin estar necesariamente asociadas al consumo.
Por otra parte, el 40 % de los internos considera que no tiene cubiertas sus necesidades básicas de alimentación, vivienda y vestido con los ingresos de que disponen. Según el estudio, el interno tipo respondería al siguiente perfil: un varón con una edad media de 34 años, soltero, sin hijos y sin ninguna titulación académica.
Como avanzan las investigadoras, la revista científica International Journal of Clinical Health Psychology publicará próximamente algunas de las últimas conclusiones de este trabajo.
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Unidad libre de drogas
Ana González orienta el trabajo de María José Casares a partir de su experiencia en la evaluación de la eficacia de un programa libre de drogas en la Unidad Terapéutica y Educativa (UTE) del centro penitenciario de Villabona, un proyecto financiado con 40.000 euros por el PCTI del Principado entre 2005 y 2007.
“La UTE de Villabona marca una gran diferencia con el resto de los módulos penitenciarios. Los reclusos que pertenecen a ella, por voluntad propia, están en proceso de desintoxicación y dedican su tiempo a actividades productivas. No obstante, y pese a los logros ya obtenidos, no tienen acceso a una atención especializada y son muy necesarias ciertas mejoras”, afirma Ana González.
Entre las medidas que proponen las investigadoras se encuentran dotar de formación específica a los administradores del programa y el establecimiento de un tratamiento integrado donde se intervenga no sólo sobre el consumo de sustancias, sino también sobre los trastornos psicopatológicos. Además, señalan “es necesario establecer una intervención protocolizada que se base en la evidencia científica y lograr un consenso sobre los instrumentos a utilizar para los diagnósticos psicopatológicos, entre otros aspectos”.