Hay que ser cursi –yo no me tengo por tal– para llamar disfunción eréctil a lo que siempre se ha llamado de otra manera. La perversión del lenguaje, que es el sistema más útil inventado hasta ahora para esconder la realidad y manipular a la gente, está llegando a extremos inusitados.
Es el idioma performativo. Lo inventó la Biblia. Está ya en la primera línea del Génesis. Consiste en creer (o en fingir que se cree) que basta con decir una cosa para que ésta exista o se cumpla.
Por ejemplo: hágase la luz. Y la luz se hizo.
Otro ejemplo: os declaro –dice el cura– marido y mujer. Y zas: matrimonio habemus.
A los progres les encanta utilizar ese truco, pero también la derecha lo ha adoptado. Zapatero y Rajoy, coreados por todos sus acólitos, rizan el rizo en lo concerniente a él. Franco llamaba limitaciones expresivas a la censura. Ahora se llama corrección política.
Pero no quería hablar de eso, sino de lo otro: de las limitaciones eréctiles. No es cursilería. Es ironía.
Yo dejé de ser el que hasta entonces había sido cuando en septiembre de 2004 renuncié a los porros. Tres meses más tarde me operaron del corazón, y fue el remate. Mi actividad sexual cayó en picado. Un buen día –bueno de verdad– probé el Cialis. Me lo había aconsejado un filósofo al que tengo por amigo. Es persona conocida. Silenciaré su nombre. Fue mano de santo.
No voy a exagerar. No voy a decir que recuperé el vigor de la adolescencia. Pero el episodio que de la mencionada ingesta se derivó fue extremadamente satisfactorio. Desde entonces suelo tomar el fármaco en cuestión una vez a la semana. Con eso me conformo. Su efecto se mantiene durante veinticuatro horas, como mínimo. Mi amigo, el filósofo, extiende el radio de acción de la sustancia a varios días. Feliz él, si no exagera. Y si exagera, también, porque el placebo y la sugestión que de él se deriva obran milagros.
El factor activo del Cialis es el taladafilo. La Viagra lleva sildenafilo. La Levitra se elabora con vardenafilo. Son tres fármacos análogos, aunque no iguales. No he probado los dos últimos. Lo haré cualquier semana de éstas, y ya les contaré.
Un aviso: absténganse de tomarlos si padecen hipotensión severa y no se les ocurra mezclarlos con cafinitrina. Yo, la primera vez, estuve a punto de hacerlo –lo conté en mi libro Kokoro– y… Diré sólo una cosa: menos mal que frené a tiempo.
Los tratadistas políticamente incorrectos asignan a la verga cinco estados posibles. Puede estar blanda, morcillona, dura, dura con brillo y reventona. Lo de morcillona es un hallazgo lingÁ¼ístico digno del mejor Cela. Lo de reventona, en cambio, es de mi cosecha.
Con el Cialis se alcanza el tercer grado y a veces el cuarto. Quizá mi amigo, el filósofo, llegue al quinto. Se lo preguntaré.
De nada.