Hoy es un domingo cualquiera, un dÃa sobrevalorado que siempre acaba decepcionando porque te conduce directamente a la rutina de la semana, ya sea laboral, doméstica o personal.
A la sujeción de horarios, a los compromisos familiares o profesionales y a la dependencia siempre de circunstancias que vienen impuestas, son obligadas para vivir, respirar o comer. Toda la aureola festiva del domingo es una ilusión pasajera de libertad que jamás nos conceden, que nunca disfrutamos. Nos gustarÃa poder eternizar la jornada para dedicarnos a lo que de verdad nos apetece, pero en realidad no sabrÃamos qué hacer con unas horas vacÃas de contenido y llenas de expectativas insatisfechas.
El domingo sólo sirve para completar un engaño que intentamos creernos para sonreÃr, pasear o simular una felicidad que siempre nos niega, porque a la postre te hace despertar en la realidad semanal que te aguarda sin remedio.
El ocio del domingo se convierte en una mascarilla que te impide morir de asfixia pero no te deja respirar con normalidad. Sabes que es una ayuda, un placebo para no desfallecer en el continuo avance que hacemos hacia ningún sitio deseado.
Por eso, puestos a disfrutar de un dÃa de asueto, prefiero antes cualquier otro de la semana. Lo aprovecho más en mi vagancia y parece que soy yo quién toma la decisión de celebrarlo, no por imposición del calendario.