La proliferación de donaciones de semen y de óvulos fuera de los laboratorios y sin controles rigurosos es un síntoma de una posible decadencia de la civilización occidental.
Cientos de jóvenes ofrecen su esperma a parejas infértiles en Internet. Los médicos dicen que es muy difícil culminar un proceso de reproducción asistida sin el apoyo de una clínica especializada, escribe Vanessa Pi en un interesante reportaje. El tema era un lugar común de conversación hace medio siglo en el campus y se aventuraba que algún día nuestro esperma también sería rentable. Antes, se iban a sacar unos cuartos y un bocadillo con las donaciones de sangre; existían subterfugios para despistar a los controladores que exigían un plazo entre las donaciones. Pero el hambre apretaba. Hoy día eso es imposible gracias a controles digitalizados. Sobre la sangre ya conocemos lo que pensaban algunas tradiciones religiosas, por permanecían en el tabú de la sangre como fuente de vida. Todavía los Testigos de Jehová prefieren dejarse morir antes que someterse a una transfusión.
Cuando se pudo donar semen en clínicas especializadas, sin bocadillo, pero con una retribución para compensar “tiempo perdido, desplazamientos y molestias físicas” todo cambió. Vamos, que Aute modificará lo de “los hijos que no tuvimos se esconden en las cloacas”. Impresiona que algunos hagan de los fluidos corporales otra bizanciada como la del utroque cuando tenemos millones de personas muriéndose de hambre.
Se estudia la posibilidad de mejorar la actual compensación de donantes de gametos (espermatozoides y óvulos), hasta 900 euros por donación las mujeres y 60 por muestra los hombres. Como no hay color, algunos se agencian para saltarse la norma de donar una vez por semana y dicen que lo han hecho “hasta tres”. Cita la autora a un joven que ha donado su esperma hasta 40 veces, no sólo por el dinero sino por la oportunidad de hacerse análisis exhaustivos gratis. Porque, con todo ese trajín, nunca se sabe.
Cuando hay poco que perder, uno es capaz de aferrarse a un clavo ardiendo, escribe, y nunca mejor empleado el dicho popular. Y qué clavo. El problema se incrementa con el número de parejas que buscan remedio a su problema. Mayor número de parejas sin hijos que se han sometido a numerosas sustancias anticonceptivas, posponen los embarazos a “tiempos mejores”, dietas y estrés insoportables. El número de donantes por Internet alcanza cifras notables, y sostienen que la donación se lleva a cabo sin acostarse el donante con la mujer sino mediante técnicas de inseminación artesana.
Estos buenos samaritanos se ofrecen para ayudar a quienes no pueden pagarse un tratamiento de fertilidad ni a que su hijo proceda de un banco de semen. Les parecerá más natural tenerlo de esa forma que, aunque no es tan segura como la de las clínicas, sí puede ser eficaz. Es de prever el lobby de esas clínicas contra prácticas tan rústicas y manipuladas. Aun recuerdo que, en Teología Moral, para permitir que se pudiera analizar clínicamente el semen de un marido era obligado utilizar con la esposa un condón agujereado, y esforzarse por no gozar con el placer. Su secular obsesión.
Cita Vanessa un caso divertido, “Hola, yo estoy donando semen. Tengo 20 años, si alguna pareja no tiene dinero suficiente y el hombre es el afectado, no me importa hacer la contribución. Ah, soy español. Venga, besos…”. Para acceder basta con introducir: “Ganar dinero con semen”. Generosidad a raudales de los “onanistas solidarios” y “sin fronteras”, como se proclaman. Entre 18 y 30 años, sano y fuerte, anonimato, contrato seis meses, 24 eyaculaciones y tres días de abstinencia sexual.
El anonimato funciona como en los trasplantes de órganos, aunque los explícitos ficheros de donantes que guardan las clínicas podrían llegar a ser bombas de relojería.
Si llamo la atención sobre estos hechos, que como las llamadas “drogas” dejarán de serlo si media algún laboratorio, es para afirmar que nadie está obligado a divorciarse, o a casarse con persona de su mismo sexo, o a interrumpir un embarazo no deseado, porque esté legislado para prevenir males mayores. Igual sucede con los nuevos modelos de familias, ya que si lo que les incendia es que peligran las demografías católicas que pongan a funcionar claramente al batallón de reserva por el arcaico celibato obligatorio.
Los países empobrecidos son ajenos a estos problemas, pero en los ricos y decadentes cada vez parecen menos manejables. Hasta que las farmacéuticas dispensen gametos a la carta, previa receta. ¿Se imaginan? Hace medio siglo estas especulaciones se consideraban propias de enloquecidos regímenes totalitarios: eugenesia y selección.
Pero así como los Estados se transforman o desaparecen por las guerras y los errores, las civilizaciones se hunden por abandono de valores y decadencia.
José Carlos García Fajardo
Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Director del CCS