El epígrafe, ribeteado, presenta cierto paralelismo con aquel memorable filme de Don Siegel “Dos mulas y una mujer”. No deseo ofrecer al amable lector insidia, retranca o doble lectura. Las mulas, por mi procedencia rural, me provocan debilidad y la mujer consideración, aun agradecimiento. Simplemente observo entrambos una consonancia digna de destacar. A lo que iba. Días pasados todos los medios pugnaban por ofrecer dos noticias y otra tercera que abandonaba tal concepto para convertirse en patraña inmunda. Voy a referir el curso de los hechos.
Permítaseme un inciso para reconocer, sin vanagloria, que mi interés por el futbol supera por poco una pizca de motivación patriótica. Nada más. En ocasiones, añado varias cucharadas de filias o fobias que mantienen un escaso atractivo; extraño al deleite forofo. La flema constituye el termómetro prolijo que indica mi nula fiebre futbolera. A lo sumo, conforma el pasatiempo preferido por su entraña ahorrativa y polémica. Este rasgo postrero induce a forzar el ingenio para rebatir argumentos enfrentados. Tal empeño mental vale la pena porque, inadvertidamente, nos enfrentamos al señor Alzheimer. Los años son una carga para otros duelos más placenteros.
Por orden cronológico, la primera noticia se ceba inmisericorde con el espantoso partido que ofreció una selección nacional aciaga, rota. Si el pasado viernes, día trece, dio un espectáculo lamentable, calificar lo último con rigor pudiera resultar lesivo para oídos inocentes. Intuyo que mis modestos saberes sobre tácticas de juego, asimismo dotado de un estilo calmo y tolerante, prohíben que pueda protagonizar manifestaciones atrevidas, probablemente injustas. Sufrí, pese a lo dicho, un desengaño enorme porque tenía la íntima convicción (quizás vana esperanza) de que España levantaría el vuelo. Se impuso la cruda realidad cuando, a poco, vimos descoordinación, impotencia y agotamiento.
Minutos después Felipe VI ocupaba el trono. Algunos agoreros quisieron ver señales inequívocas del oráculo. Sabido es que superstición y fatalismo hacen mella en sociedades incultas. Sin embargo, los hados no son bifrontes ni ubicuos. Aquellos que pululaban por el estadio de Maracaná, vestidos de luto riguroso, no pudieron levantar acta notarial en el Parlamento español. Ignoro si se debe a peculiaridades autóctonas o son extravagancias aisladas, pero acostumbramos a confundir el culo con las témporas. Me preocupa este yerro porque llevamos siglos cometiéndolo. Nada hace sospechar que los nuevos reyes sufran aojamiento o hayan sido tocados por la bicha. El futuro aportará luz suficiente para comprobar si su reinado viene presidido por la ventura o el infortunio. Los inicios dan pie a un optimismo renovado y prudente. Delirante cualquier otro discurso, mi afirmación la emito en defensa propia; para acallar fiascos. Ahora escasean argumentos válidos a los que aferrarse para manifestar euforia.
Me ocurre con la Corona lo contrario que con la Iglesia. La Historia constata que esta institución adolece de hoscos momentos que aún afloran. Como corporación, y debido a ello, le tengo nulo aprecio. Puedo, incluso, ser drástico en los apelativos; siempre sin menoscabo ni agresividad. Curas, frailes y monjas, salvo excepciones, estimulan mi complacencia porque acometen funciones sociales consagrando su vida a tal ministerio. Con la institución monárquica acontece lo contrario. Los monarcas, sin distingos, y su entorno me producen indiferencia. No así la Corona que garantiza estabilidad y confianza. Precisa ser parlamentaria y transparente. Hemos visto con qué orden y sosiego termina un reinado para iniciar otro nuevo sin solución de continuidad. ¿Hubiese ocurrido algo semejante en caso de una presidencia republicana? ¿Estaríamos tan calmosos? Aseguro que no. Una disyuntiva monarquía-república en este momento carece de sentido.
El insólito naufragio de nuestra selección y la investidura de un rey esperado, completan los dos apuntes. ¿Dónde está pues la fábula? Alternando con las informaciones anteriores -a la par- despuntaba esta otra: “El gobierno anunciará el viernes una bajada de impuestos”. Incluía la mención de tres mil millones de ahorro para el contribuyente en dos años. Planean bajar los tramos del IRPF, aumentar los mínimos personales y familiares junto a una bajada importante del Impuesto de Sociedades. Obviamente esta novedad es el reclamo electoral que se formula al imbécil de turno. Hace días, como preludio al anuncio formal -llevamos seis meses de cantinela- el gobernador del Banco de España pidió al gobierno una subida de impuestos porque se recaudaba poco. ¿Saben qué significa esto? Pues, aparte de un escarnio impertinente, incremento del déficit y de la deuda. En el fondo, tanto ruido sólo constituye una rebaja de lo elevado previamente. Preparémonos para el dos mil diecisiete, si todavía respiramos.
Esta caterva no aprende nada. Nada de nada; ni de lo inmediato. Veamos. Tras esas declaraciones cínicas: “tomamos nota” posteriores al veinticinco M, el PSOE corrobora la venda y el PP desempolva mentiras e insolencias. Recordemos que cuando subieron los impuestos -hasta el ahogo- contra su aireado compromiso cuando eran oposición, se desgañitaron en afirmar que una legislatura duraba cuatro años. Ahora dicen cumplir la promesa bajando una parte de lo que previamente habían aumentado. Estos señores tan pertrechados y campanudos están dejando por bueno al mismísimo Zapatero. No vislumbro solución pues, a pesar de los tiempos nuevos que mencionaba el rey, seguimos caminando entre la farsa y la idiocia.