DAVID GISTAU| OTRAS VOCES| Pág. 18. El Mundo
31/10/2010
CONVIENE, cuando se trata de Fernando Sánchez Dragó, desbrozar el personaje para alcanzar la persona. Trascender al epatador de burgueses que usa la provocación como un niño los petardos. Y conocer, si es posible con la escarcha de un lento invierno soriano en los cristales de la ventana, a un hombre tierno, vital, generoso, entregado a la amistad cuando ésta vale por sí misma, y capaz de fijar tales y tan excelentes valores de vida que me gustará, algún día, que mi hijo le escuche como a un abuelo que contiene un legado hecho al tiempo de lo escrito y de lo vivido. Dragó es un tipo cojonudo a cuyas ocurrencias y boutades hay que resignarse a veces, cuando le obliga el personaje y hace show. Encerrado en una habitación con Boadella y una grabadora para competir en transgresiones, puedo imaginar el duelo de a ver quién dice la barbaridad más disolvente. Al parecer, ganó Dragó, que hubo de tirar de lolitas para romper el empate. Y que por ello tiene epatados a todos los burgueses de la chicharra de la corrección.
Como cualquiera que trabaje expuesto al criterio de un público, o de una audiencia, y que además lo haga con valentía, Dragó merece el riesgo de no gustar. De caer mal. De inspirar inquinas políticas. De atraerse odios sectarios tan profundos como ésos de los que siempre fuimos capaces aquí. Lo que desde luego no merece es salir a la calle, en adelante, y adivinar en las miradas el asco a un abusador. Eso quieren endosarle, y Fernando no lo merece. En ese auto de fe quieren arruinarle hasta los recursos alimenticios y sacarlo de la vida pública: sólo por un odio sectario que ha forzado un pretexto, uno que llega demasiado lejos. Me cago en si es o no literatura porque me importa el hombre, el amigo. Y por qué me escandaliza esta degradación general de vale todo con tal de ultimar a un escritor cuyo único delito es no ser «de los nuestros». Hay una reedición de El mono azul que, sobre todo en blogs y programas de televisión, renueva la albertiana columna de ¡A paseo! Los paseos eran hasta ahora más o menos inocuos. Consistían en endosar a un autor cosificado como enemigo adjetivos con los que en realidad se puede vivir, y por los que aún no te niegan mesa en un restaurante. Facha. Cavernario. Y por ahí. El caso de Dragó representa una vuelta de tuerca en ese intento de liquidación civil sistemática, pues esta vez se agrede una reputación en términos muy difíciles de reparar. Si la grosería y la mezquindad del ataque son proporcionales al odio, entonces es que a Dragó le odian mucho, y ha de improvisar un alivio imaginando cómo se lo habrían expresado hace 74 años. Á‰ste, a paseo: así habría empezado todo en El mono azul, que no se disfrazaba de blog ni de programa de humor.