Y contra Dragó. O lo que es lo mismo: la tele contra mi blog.
La primera me ha obligado a desatender el segundo. No tenía tiempo para nada, ni siquiera para comer. Ahora, pian piano, o mejor a toda mecha, rescataré lo desatendido, pero no olvidado. ¡Uf! El placer de recuperar la velocidad de crucero. En septiembre me han sucedido muchas cosas, y casi todas malas. Incluso los días (siete) pasados en Bangkok, Pequín (cinco) y Gotemburgo (cuatro). Viajaba, sí, pero con el infierno a cuestas. Se puede huir de todo, menos de uno mismo. Sentimientos de muerte inminente me acosaban.
Ha sido horrible. El peor mes de una vida que casi nunca me había dado pie a malos recuerdos. Ahora los tendré. Mejor así. Experiencias que se ganan, lecciones que se reciben.
Anoche acabé de grabar el cuarto y, quizá, último programa de la Dragolandia televisiva. Ya veremos. De momento, al decir en el Teatro del Canal «gracias a todos» después de haber entrevistado a Isabel Gemio y Paco Esplá, exhalé un suspiro de alivio, recuperé el buen humor, di una zapateta y regresé al mundo de los seres vivos. Todos mis males se fueron al diablo en una décima de segundo, y ojalá se queden allí, con Pateta, hasta que rinda el alma.
Es ésta quien gobierna la salud del cuerpo. Ya lo sabía, pero nunca lo había experimentado con semejante claridad.
Salí a la calle con buena parte del equipo (producción, redacción, realización), nos metimos en una taberna asturiana, a la vuelta de la esquina, y me embaulé no sé cuantas copas de vino blanco. Fue como volver al día, hace de eso cincuenta y nueve años, en que por primera vez atravesé el umbral de un tascucio y me tomé unos chatos. Sucedió eso cerca de mi colegio, en la calle de Castelló. Ritos de paso que no se olvidan.
¿Quién me mandaría acometer semejante aventura? No la de la taberna, sino la de la tele. En fin… Cosas que pasan.
Hoy me siento como si hubiese acabado el bachillerato. La vida recomienza. Me voy de viaje. Dónde, no lo sé. ¿Taormina, Hammamet, Zanzíbar, Botswana, Lípari, Vientián las Gili? Da lo mismo. O no. Lo que quiero, en todo caso, es ver pasar las nubes e irme con ellas.
Decía Cervantes en el Persiles: «Mar largo, viento sesgo, estrella clara».
Pues eso.