La Conferencia Durban II se perfila como una cumbre de manifestación de odio contemporáneo tan alucinante e inconcebible moralmente que pareciera remitir a un mundo irreal, a una suerte de espacio virtual inmoral habitado solo por fanáticos.
El proyecto inicial del texto de la ONU para la próxima Conferencia contra el Racismo y la Xenofobia Durban II, a realizarse entre el 20 y el 21 de Abril en Ginebra, Suiza, publicado en el sitio de las Naciones Unidas, promete avanzar sobre «el revisionismo histórico» para alcanzar el mayor índice de ecuanimidad y justicia. Habla del sufrimiento de los palestinos bajo la ocupación. «Una ocupación extranjera basada en asentamientos y en leyes discriminatorias y racistas con el fin de continuar la dominación de los territorios ocupados», agregando que es una forma contemporánea de apartheid y una grave amenaza para la paz y la seguridad internacionales. El propio Israel no es mencionado en el documento, aunque el lector puede comprender claramente sobre qué se hace referencia.
Que los países asistentes hayan malversado cantidad de verdades irrefutables ya es modalidad común. Que las conductas de la ONU han sido claudicatorias es materia constante. En consecuencia, nadie debería sorprenderse dentro de la comunidad internacional cuando dispongamos del documento y las conclusiones finales de lo que resulte la reunión en Ginebra. Por tanto, no hay mucho que esperar de la próxima Conferencia Durban. Lo que si es preocupante es que van por más, ahora quieren cargarse la cultura, el conocimiento y la historia misma desde su revisión ideologizada y perversa.
El revisionismo presupone <tanto entre historiadores como en el público en general>, la existencia de una forma generalmente aceptada de entender un acontecimiento o un proceso histórico y que hay razones para ponerlo en duda. Esas razones pueden ser de distinto tipo: la puesta en valor de nuevos documentos o el cambio de los valores desde los que observa y estudia el pasado en relación al presente entre otros. El revisionista no parte de preguntas, sino de seguridades o de presunciones que da por seguras. No acude a las fuentes primarias, sino que lo hace a partir de las secundarias que pretende elaborar con originalidad desde su propia visión y opinión a menudo ideologizada. Lo hace con extravagancia acudiendo a interrogantes casi siempre impropios que remiten una posición partidista que previamente ha adoptado arbitrariamente, eludiendo así la técnica del historiador y por ello magnifica el dato irrelevante para sus propios fines. Huye de los matices, lo suyo es el dualismo y la simplificación o, lisa y llanamente la parcialidad. Genera y ansia la polémica, porque esta le concede el marco de una posición innovadora donde se siente <arrogantemente> en un plano intelectual superior al de los historiadores y los intelectuales sobre el tema que propone en su revisión. La frontera entre el revisionismo académico y el pseudo-científico a menudo es objeto de disputa. Las críticas al pseudocientifisismo revisionista son la cada vez más usual utilización de herramientas y mecanismos fraudulentos y siempre impregnados de «ideología» con los que se construye un discurso histórico a través de fechas falsas o forzadas, falta de contextualizacion y desvalorización de información relevante.
La figura del revisionista suele presentarse como la de un «Quijote» que se esfuerza por mostrar una «supuesta» verdad frente a un establishment que lo margina. Algunos editores literarios han descubierto también que entrar en polémica sirve para vender más libros. En los últimos tiempos la ecuación: «menos verdad y más dinero« ha redituado grandes ganancias a más de un aficionado de la plumilla progresista siempre y cuando decida incursionar garabateando en favor del islamismo radical. Aunque no necesariamente debe ser ese el tema. Basta con atacar la cultura y las democracias Occidentales, la Iglesia de Roma o el Estado de Israel, siempre habrá un público lector con ansia «chavista-bolivariana» de liberación que extasiado recepte sus diatribas.
El relativismo en esta cuestión ha ido mas allá, la actividad de revisar el pasado la puede realizar cualquier «aprendiz de periodista o investigador aficionado» y desde luego estará protegido por «la libertad de pensamiento y expresión». De allí que la revisión histórica pueda estar cargada de polémica y deba ser evaluada con sumo rigor científico, responsabilidad y honradez intelectual, algo que no siempre se desarrolla en tales términos. Hasta allí no es para rasgarse las vestiduras ni debe ser motivo de sorpresa para nadie.
Es cierto que la historia misma al ser un terreno fecundo para la controversia política favorece la aparición de algunos revisionistas mesiánicos sobre los eventos cronológicos del pasado. Pero a excepción del montaje que dio el régimen iraní en al Congreso de Negación del Holocausto, nada se había visto tan burdo y apologético como lo que se vio en Durban I, e infortunadamente pareciera que en su segunda versión no habrá cambios, mas bien cabe esperar profundización de los males.
En una medida inteligente y razonable el Pte. Barak Obama ya ha impartido instrucciones para que Estados Unidos no asista a lo que se perfila como una cumbre de manifestación de odio contemporáneo tan alucinante e inconcebible moralmente que pareciera remitir a un mundo irreal, a una suerte de espacio virtual inmoral habitado solo por fanáticos y que habrá de configurar un insulto atroz a la cultura y la transmisión del conocimiento que es el fundamento primario de la libertad y en definitiva de todo aquello que nos hace nobles como seres humanos.
Alterando y profanando la verdad histórica ningún aporte a la paz y la convivencia se realiza. Cuando se planifica una cumbre como la de Durban II para transmitir infamias y mentiras odiosas esgrimiendo «revisionismo histórico» se esta optando por una forma pavorosa de sembrar y estimular el odio. Todo lo que ofrezca la charada de Durban II y los «pacifistas» antioccidentales y antisemitas que concurran no será más que un comportamiento despreciable e innoble.
En 2001 ya conocimos lo que fue Durban I y sus fraudulentos postulados que sus organizadores hoy prometen y pretenden revisar <cuestiones históricas, según dicen desde su resentimiento los ganados por el odio> ya lo hicieron antes y han manchado la verdad abusando de las libertades a las que ellos mismos han declarado la guerra a través de la falsificación de la realidad.
Revisar es un verbo que necesariamente conjugamos cada día los historiadores, pero una cosa es revisar y otra muy diferente es el «revisionismo racista-ideológico como herramienta para estimular el odio. Durban II, no será más que esto ultimo.