El caso «Á‰bola» se ha convertido en la ceremonia de la confusión en la cual todo el protagonismo lo están cobrando las descalificaciones cruzadas entre personas y estamentos implicados, precisamente cuando la auxiliar de enfermería afectada por el virus ya se encuentra en estado grave. Las versiones aportadas por unos y otros son totalmente contradictorias y como siempre, nadie cede y todos consideran tener «su» verdad patentada.
Uno de los problemas de nuestros políticos, entre otros, es que mienten con demasiada frecuencia, escasos son los que les creen y una gran mayoría desconfía. Para un colectivo de ciudadanos, el traslado del religioso Manuel García Viejo fue una equivocada decisión, criterio muy discutible, con la diferencia de que en esta ocasión, no se calcularon adecuadamente las posibles consecuencias.
Según los médicos, únicas personas con criterio profesional para opinar sobre lo ocurrido, nos encontramos ante una enfermedad inédita en Europa, careciendo por el momento de tratamiento efectivo. Para otros facultativos, tanto le trasladar a esta trabajadora al hospital de Alcorcón, como los misioneros al Carlos III, semiderruido, desorganizado y sin plantilla adecuada, ha sido un despropósito, y eso, tratándose del país con la mejor sanidad del mundo. Obviamente se percibe que la clase política hace mucho tiempo que no acuden a urgencias o a un ambulatorio de la S. Social.
Nuestros gobernantes, que hablan cuando deben callar y eluden hacerlo a la hora de informar, solo se prodigan si intuyen el poder incrementar su popularidad y colgarse alguna medalla, o bien si reciben consignas de sus superiores (los que confeccionan las listas electorales). La rueda de prensa informativa concedida días atrás por la ministra de Sanidad, Ana Mato, acompañada de otros directivos de la comunidad madrileña resultó patética. Incapaz de controlar sus nervios, con la mirada perdida, insegura, incoherente y sin saber que decir, fue un desastre mayúsculo. Lo suyo habría sido guardar un discreto silencio y no comparecer hasta disponer de datos concretos y no dedicarse a soltar simplezas. Para gran cantidad de españoles supone un gran descrédito como la mantiene y defiende el presidente del Gobierno en el puesto, cuando su inoperancia es manifiesta. Escurre el bulto todas las veces que puede, y en aquellos en que no queda más remedio que dar la cara, hace el ridículo. Siendo precisamente en estos momentos tan sumamente delicados cuando un político responsable y capacitado, puede demostrar porque está a cargo de un ministerio. Aquí, el poderoso “dedazo” presidencial se cubrió de gloria. ¿A que espera Rajoy para recomendarle que cordialmente solicite la dimisión irrevocable?
Uno de los problemas de nuestros políticos es que mienten con demasiada frecuencia
En este caso y a la vista de las inoportunas decisiones tomadas, viene a demostrarse que no hay peor virus que el de la idiotez. Ada Colau, por ejemplo, aspirante la alcaldía de Barcelona, considera el Á‰bola como un “exterminio encubierto”, mientras que Podemos (Pablo Iglesias), lo vincula a la iglesia, los ajustes y la deuda… ¡¡con un par!!
Según se nos dice, el protocolo de seguridad ha funcionado de maravilla, pero falló. No opinan lo mismo los de la BBC, que ayer dedicaron las 24 horas a advertir a los ciudadanos y airear nuestros errores y las posibles consecuencias que este triste suceso nos pueda deparar. En otro sentido y como era de esperar, ciertos periodistas, sacaron a pasear su particular sentimiento trágico de la vida, compitiendo por quien suelta la parida más impactante. Al parecer, hasta el mismo Secretario General del PSOE, de viaje en Alemania, telefoneó a Rajoy ofreciendo sus servicios, que más bien produce la sensación de oportunismo con busca de foto incluida, si bien es cierto que el pobre no ha estado precisamente muy brillante en sus últimas declaraciones tal como reconocen en su propio partido.
En este caso (Á‰bola) y a la vista de las inoportunas decisiones tomadas, viene a demostrarse que no hay peor virus que el de la idiotez
Hasta el momento, Rajoy sigue guardando el acostumbrado silencio de siempre, recomendando calma y generando incertidumbre, que incrementa y fomenta la especulación como está sucediendo, a sabiendas de que solo con transparencia y comunicación se puede evitar o disminuir el alarmismo. La sociedad demanda explicaciones y el Gobierno tiene la obligación de facilitarlas, única forma de dimensionar lo que está ocurriendo, sin olvidar que en estos críticos días, el mundo entero nos contempla y excepcionalmente Europa.
Como siempre, lo nuestro es buscar culpables con nombre y apellidos, y si pertenecen al bando de los contrarios, mucho mejor, los errores son secundarios. De todas formas, la serie de incongruencias que están aflorando, tal como: ocultar información transcendental al médico de cabecera, hacer vida normal durante seis días con fiebre, no activar el protocolo e ingresar inmediatamente a la enferma, el riesgo de contagiar a compañeros, efectuar el traslado al hospital Carlos III sin las precauciones obligadas, y otras irregularidades, demuestra la comisión de una serie de fallos e improvisaciones aparentemente imperdonables. De todos modos, resulta peregrino que la ministra de Sanidad, en su posterior comparecencia en el Congreso, tenga que leer un papel en tres ocasiones para comunicar que se aplicará la «máxima transferencia»…
Esperemos que estudiosos y científicos encuentren cuanto antes una vacuna y el tratamiento adecuado para poder luchar con éxito contra este terrible virus y pidamos para que nuestra compatriota, Teresa Romero, supere este durísimo trance y recupere la salud , así como todos los miles de afectados en el continente africano. La sociedad española está indignada y preocupada con la desastrosa gestión del Á‰bola y con toda la razón.