Confianza, moneda de la economÃa colaborativa
El intercambio, el préstamo y el alquiler de objetos, bienes o servicios han existido siempre, pero los elementos que resultan novedosos y que han impulsado y consolidado este movimiento conocido como economÃa colaborativa han sido una grave crisis económica que aún no hemos superado y las nuevas tecnologÃas. Ambas han logrado redefinir unas acciones que acompañan al ser humano desde el principio de los tiempos: conseguir algo para satisfacer sus necesidades.
La diferencia es que antes los intercambios se realizaban cara a cara y ahora la tecnologÃa nos permite hacerlos a una escala que nunca antes habÃa sido posible. Hasta hace no demasiado tiempo la posesión era el objetivo principal del consumo y en la actualidad prima más el acceso a ese bien o servicio y el uso que se pueda hacer de ellos. En eso tan básico consiste la economÃa colaborativa, un sector muy dinámico que crece cada minuto y que dÃa a dÃa alcanza nuevos campos y mayor número de paÃses animado por la búsqueda de alternativas por la crisis.
La lista de ejemplos no para de crecer: transportes, restaurantes, viajes, alojamientos, turismo, ahorro, servicios… Todo comenzó en San Francisco, cuando dos amigos alquilaron colchones hinchables ante la falta de plazas hoteleras en la ciudad. A partir de ese momento surgieron el coche compartido, las bicicletas públicas y más tarde los bancos de tiempo, las redes de intercambio,… hasta llegar a términos que ahora ya no sorprenden a casi nadie como el crowfunding (financiación colectiva o micromecenazgo), el crowdsourcing (abastecimiento masivo) y el coworking (espacios compartidos de trabajo), y también a los huertos compartidos o a evitar el despilfarro de comida…
Dentro de la economÃa colaborativa existe la posibilidad de utilizar un producto sin la necesidad de adquirirlo (compartir coche entre varios usuarios, alquilarlo cuando el propietario no lo utiliza o el préstamo de bicicletas); adquirir o redistribuir bienes usados (mercados de intercambio o de segunda mano); y, por último, compartir e intercambiar bienes menos tangibles como tiempo, espacio, habilidades y dinero (alquiler de habitaciones, préstamo de dinero entre particulares, compartir Wifi, espacios de trabajo…).
El elemento común a todas estas aplicaciones tecnológicas que existen en teléfonos móviles e Internet y que dan la posibilidad de establecer nuevas formas de disfrutar de bienes y servicios sin adquirirlos es la confianza. Si la palabra compartir ha sustituido a competir por lograr un producto, la confianza es la moneda de esta nueva economÃa colaborativa y la reputación creada en las redes sociales su mejor capital. El éxito de este modelo no sólo está en lo que se ahorra, sino en las relaciones personales que se crean y que, de momento, no tienen fin, porque quien utiliza este medio y queda satisfecho no sólo lo divulga, sino que vuelve a utilizarlo y amplÃa su uso a otros campos.
Pero un sistema que parece tan idÃlico para los usuarios no lo es tanto para sectores tradicionales de la economÃa. El ámbito colaborativo y las nuevas tecnologÃas son muy dinámicos, pero la legislación está pensada para una economÃa industrial y productiva y esta novedad produce tensiones que necesitan ser reguladas más allá del propio autocontrol que imponen la confianza de los usuarios y la reputación on linea las distintas plataformas existentes. En estas aplicaciones subyace el peligro de una economÃa sumergida y, por tanto, de competencia desleal, o la existencia de intermediarios con comisiones de transacción que suponen un serio riesgo para el consumo colaborativo.
Por todo ello las leyes deben garantizar la igualdad de oportunidades, derechos y obligaciones fiscales y siempre proteger a los consumidores cuando hay beneficios por medio. Hacen bien los sectores que se sienten amenazados en exigir las mismas reglas del juego, pero al mismo tiempo deben tener capacidad de adaptación a esta nueva realidad que satisface necesidades de los usuarios de manera rápida y a precios más económicos, porque la economÃa colaborativa ha venido para quedarse y cada dÃa va a más.
El sector aéreo con las lÃneas de bajo coste o algunas multinacionales con acuerdos puntuales con plataformas de alquiler de vehÃculos son dos buenos ejemplos de buena adaptación y convivencia de diferentes modelos económicos con los mismos objetivos: el producto y el consumidor.