La diferencia entre derecha e izquierda, una vez que en los valores y la moral se difumina la línea divisoria y todo se confunde, se manifiesta, fundamentalmente, en la polaridad de dos modelos económicos. A diestra, liberalismo (‘neoliberalismo’ se dice ahora; no sé por qué no se dice ‘neosocialismo’ o ‘neocomunismo’), contención del gasto, limitación del Estado e impulso a la sociedad civil, economía de la oferta. A siniestra, socialismo (o socialdemocracia), tendencia a que el Estado intervenga en la economía y en la dinámica social, tentación irresistible de recaudar (redistribuir, dirían ellos), economía de la demanda. Para los primeros cualquier expansión del Estado es vista como una amenaza y se piensa, con frase de Vargas Llosa, que «cualquier burocracia es ontológicamente socialista». Para los segundos, cualquier adelgazamiento de lo público pone en peligro el llamado estado del bienestar. Los diestros defienden, en un sentido general, la propiedad privada. Los siniestros le ponen matices y peros. En una cosa, casi en la única, coinciden: la propiedad propia, como la madre, es sagrada.
Estos dos modelos, desde la postguerra mundial (finales de los 40) hasta hoy, debaten y se alternan en el poder con éxitos parciales. Los seguidores de Friedman y los devotos de la Escuela Austriaca, por un lado, y la numerosa prole de los nietos de Keynes por otro, se enzarzan en una discusión que dura más de medio siglo. ¿Quién, después de tanto tiempo, gana la partida? ¿Acaso el juego termina en tablas?
Si una de las ideas maestras de la socialdemocracia es que el Estado debe intervenir en la economía para corregir sus defectos y desviaciones, entonces me parece claro que ésta es la doctrina económica universalmente triunfante. Hemos visto cómo en Estados Unidos se intervenía el sistema financiero de una forma total; cómo la Unión Europea ha intervenido varios países de su grupo, no sólo ya extralimitándose en la soberanía económica, sino en la misma soberanía política. Observamos un continuo flujo de decisiones desde la política a la economía, en el sector financiero, en los tipos de interés, en el mercado de trabajo. Incluso estamos asistiendo al espectáculo del Banco Central Europeo comprando deuda de algunos países para evitar su depreciación; esto es, al garante de la imparcialidad del mercado, tomando una postura claramente parcial a favor de unos y en detrimento de otros. Si intervenir y no dejar el mercado a su pura espontaneidad parecía lo lógico, sin duda que los hechos le han dado la razón con colmo a Lord Keynes y a sus planteamientos.
Ahora bien, este intenso intervencionismo, ¿a qué modelo conduce? En los últimos tiempos y, en concreto, en la política económica de la Unión Europea, a una rigurosa contención del déficit, a reajuste de las cuentas de forma que no se gaste más de lo que se ingresa, al adelgazamiento de un Estado cíclopeo que ha desarrollado un tejido adiposo que le impide cualquier movimiento. Es decir, al modelo liberal. Por lo tanto, no será desde esta perspectiva Lord Keynes, sino von Hayek y von Mises los que se lleven el gato al agua.
En resumen, usamos la estrategia socialdemócrata de la intervención para imponer el modelo liberal de la contención. ¿Cómo se cuadra este círculo? Me pregunto (y sospecho y temo la respuesta) si nos siguen sirviendo estas teorías económicas clásicas para los tiempos presentes ¿No nos estamos apoyando en un andamiaje conceptual tan antiguo y pintoresco como las máquinas de escribir, cuando necesitamos ordenadores de tercera generación?
Que hablen los doctos en economía, entre lo que yo, como habrá comprobado el lector, no me encuentro.