El filósofo, sociólogo y escritor francés confía, a sus 88 años, en una metamorfosis global, que afecte tanto al pensamiento individual, como a la ética y a la política, y que sirva para abrir una nueva época en la historia de la humanidad. «Es improbable, pero es posible», asegura.
Edgar Morin (París, 1921) ha desarrollado a lo largo de su extensa obra el concepto denominado «pensamiento complejo». A grandes rasgos, éste se refiere a la necesidad de abordar las cosas, sean estas de la naturaleza que sean, desde una perspectiva global, que analice las partes con visión unitaria, organizada, y nunca reduccionista. Se trata de ver el todo pero también las cualidades de las partes. Para Morin, la tendencia al reduccionismo que, a su juicio, propicia el modelo educativo imperante, «nos impide ver los problemas fundamentales y globales». Parafraseando a Ernesto Sábato, Morin reclama en lugar de especialistas la presencia de mundiólogos. «Nunca -afirma- hemos tenido tantas informaciones pero tan pocas soluciones».
La complejidad de las cosas, las aparentes contradicciones entre distintas verdades, está siendo utilizada en lugar de como una oportunidad o reto, como una excusa. «Complejidad es una palabra cada vez más utilizada, pero se hace como un indicativo de la derrota de nuestra capacidad y no como un desafío a nuestra mente», indicó el pensador francés.
El primer ámbito que es necesario modificar para dotar de esa complejidad positiva es, por lo tanto, el educativo. «El actual -afirmó Morin- reparte los conocimientos por disciplinas, sin relacionarlos. Es un modelo que propicia un conocimiento lineal en lugar de circular».
Una vez que se alcance ese modo de pensar que respete y asuma la complejidad, llega, a juicio de Morin, el siguiente paso, no es otro que aceptar y aplicar la «ética compleja». Aceptarla en el sentido que una acción puede deparar un resultado distinto al pretendido. «El comunismo -puso de ejemplo el pensador- dio como resultado un crecimiento del capitalismo y de la religión. Dos cosas que seguro que no pretendió. Por ello -continuó Morin- debemos ver la ética con esta complejidad, con esa posibilidad de contradicción». No obstante, para Morin las cosas irán mucho mejor si a las acciones se les dota de dos fuentes éticas fundamentales: la solidaridad y la responsabilidad.
El tercer paso, tras modificar pensamiento y ética, debe ser cambiar la manera de hacer política. Para ello es necesario introducir en ella la complejidad, o dicho de otra manera lograr que nuestros políticos actúen aplicando pensamiento y ética compleja. Se trata de que sus decisiones las pasen por un doble filtro: la crítica de la utopía y la crítica del realismo. La primera, la de la utopía, consiste, según describió Morin, en no dejarse cegar por la búsqueda de la perfección, de la armonía absoluta, «algo imposible de alcanzar», pero a la vez jamás renunciar a lograr un mundo mejor. En cuanto a la crítica del realismo, Morin la argumenta en la necesaria huída de cualquier actitud inmovilista y no aceptar pretextos como el «no estar preparados para empezar lo inesperado».
Para finalizar, Morin dejó a un lado su discurso teórico y se centró en el actual momento de crisis económica mundial, «una situación que puede parecer que conduce a la catástrofe, al aumento del capitalismo y de la miseria, pero que también nos concede una oportunidad: una confederación de los humanos para salir a una nueva época. Es una posibilidad positiva muy improbable, mientras que las negativas son muy probables. Pero hemos de pensar -continuó el pensador su reflexión- que la historia humana nos habla de situaciones improbables que se hicieron realidad. Atenas fue defendida por unos pocos de un ejército de miles. Sus posibilidades eran pocas, pero resistieron y gracias a ello nació la democracia y la filosofía», señaló Morin.
Antes de concluir, el autor de La mente bien ordenada, dejó una última reflexión. Si en un momento dado llega esa conexión, si se produce este cambio en el modo de ver las cosas para ayudar a la gente a tratar sus problemas, si se hace realidad esa esperanza posible en un mundo donde impera la desesperación, la desesperanza y la pérdida de ilusión en el futuro, Morin solicita que nadie lo llame revolución y sí metamorfosis. «Donde se pronuncia la palabra revolución siempre aparece la violencia. Optemos por el cambio tranquilo, por la metamorfosis y, como dijo Heráclito hace muchos siglos, no olvidemos que si tú no buscas lo inesperado, nunca lo encontrarás«.
Alberto Martin
Periodista y Subdirector del semanario Tribuna Complutense