La educación gratuita y obligatoria es la esencia de la integración de las sociedades modernas porque otorgan el más preciado de todos los derechos como es la igualdad de oportunidades y poner en duda esta concepto es poner en duda a nuestra sociedad en sí misma y apostar por un formato de clases en el que importa lo que se tiene y no lo que se es.
Escuchar ciertos debates públicos y alguno televisivo en estas semanas de atrás me ha resultado ciertamente espeluznante porque se han dicho barbaridades de todo tipo, unas por convicción personal, supongo, de quién lo decía, y otras por pura demagogia política de intentar defender lo indefendible.
Si a estas alturas de nuestro desarrollo democrático tenemos que empezar a plantearnos la gratuidad de la educación podemos concluir entonces que poco o nada hemos avanzado hacia una sociedad justa e igualitaria. No sólo no hay que recortar la inversión pública en educación sino que hay que doblar el dinero invertido, porque la educación es la esencia de la sociedad, genera el valor añadido a nivel económico y las bases del respeto mutuo a nivel social.
El error viene de tomar la partida de educación de los presupuestos públicos como un gasto, en lugar de como una inversión, porque los gastos son siempre tendentes a ser recortados, porque no producen beneficio, mientras que las inversiones deben de ser explotadas hasta sus últimas consecuencias.
España sigue teniendo un sistema educativo mediocre porque la inversión pública es escasa y está mal dirigida. Se necesita incrementar las partidas de educación y fomentar la formación de los educadores y la captación de mejor capital humano, vía incentivos económicos y sociales, para que los estudiantes salgan mejor formados, a nivel social e intelectual, y puedan vivir en un mundo de igualdad de oportunidades para todos.