La facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid celebra en noviembre el Congreso Nacional de Educación en Familia. Su lema, “ampliando los derechos”, reclama el derecho de los padres a sacar a sus hijos del colegio para educarlos en casa.
Algunos defensores de esta opción se amparan en el arraigo que tiene el homeschooling en Estados Unidos. Sin embargo, las más de 2.000 familias españolas que han optado por la educación en casa se mueven por razones distintas a los motivos ideológicos y religiosos de mayoría de las familias estadounidenses. Ahí, cerca de 2 millones de niños y adolescentes tienen a sus padres como profesores.
Algunas familias españolas han buscado el asesoramiento de abogados norteamericanos, que citan la Declaración Universal de los Derechos Humanos para defender la educación en el hogar como un derecho básico. Dan por hecho que los padres no pueden perjudicar el desarrollo de sus hijos, que ellos nunca se interponen en su educación; como si toda educación fuera del hogar contaminara a sus hijos y no tuvieran éstos que salir a ese mismo mundo “contaminado” una vez que concluyeran su proceso educativo.
Entonces vociferan: “es mi hijo y tengo derecho a educarlo como a mí me dé la gana”. Consideran que ese derecho está por encima del menor, contrario a la interpretación del Tribunal Constitucional de España, que ilegalizó la práctica de la educación en el hogar en una sentencia de 2010. Dos familias pretendían enseñar en casa a sus tres hijos, pero la máxima instancia judicial consideró que el derecho a la educación recae en el menor, no en los padres.
Las herramientas que necesitan los niños para desenvolverse en sociedad durante el resto de su vida trasciende los conocimientos en matemáticas, lengua, historia, idiomas y ciencias. Convivir con otros niños y niñas, jugar con una pelota o la cuerda en el recreo, pelearse, hacer amistades y tener problemas con los profesores forma parte del proceso educativo. La escuela es el terreno donde los menores pueden desenvolverse sin la tutela de los padres, que podrán tener todas las cualidades del mundo menos objetividad y ecuanimidad cuando se trata de sus hijos.
En el colegio aprenden a relacionarse con gente que les cae mejor o peor, a escuchar otros puntos de vista, a conocer personas de distintas culturas y procedencias, y de diferentes estratos socioeconómicos. Esa diversidad predispone a la apertura de mente y a una mayor actitud de escucha y de respeto.
Organizaciones como la Asociación por la Libre Educación o Educar en Familia aseguran su postura obedece al desencanto de muchos padres con el sistema educativo por los crecientes casos de acoso. Pero el acoso no se limita al entorno escolar, sino que se da también en entornos laborales y otros ámbitos sociales. El abuso al que unos niños someten a otros no siempre se origina en la escuela. Muchas veces nace en hogares desestructurados.
A muchos padres les preocupa también los crecientes índices de fracaso escolar, que aumentan en este contexto de recortes sociales y de masificación de las aulas. Algunos padres podrán impedir ese fracaso con una educación adecuada en el hogar. Pero estos casos puntuales no resuelven las deficiencias educativas que provocan los pobres resultados académicos de los niños.
En su descontento por el sistema educativo, los padres y profesores estaban en su derecho de hacer sentir su oposición a las reformas educativas que aprobó la mayoría absoluta del partido que gobierna en España. El nuevo modelo separa, desde los 13 años, a los menores que estudiarán bachillerato y se prepararán para la universidad de los que harán módulos de Formación Profesional para otros oficios, como si los menores hubieran desarrollado todo su potencial a esa edad y si supieran lo que quieren hacer el resto de sus vidas.
Los defensores de la educación en el hogar la presentan como solución para padres que tienen hijos con dificultades de aprendizaje por autismos y otros síndromes, pues permite adaptar la educación a las necesidades del niño. La regulación de estos casos no puede confundirse con la expansión de un modelo educativo individualista que se basa en la hipervigilancia de muchos padres y en la pérdida de esperanza en la sociedad.
Carlos Miguélez Monroy
Periodista, coordinador del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)